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Día y noche de cara al público

Detrás de escena / Boletería

Marina Cuello y Enrique Chouza conocen una especialidad que ninguna máquina podrá reemplazar: vender entradas con una sonrisa y explicar a los espectadores por qué fue una buena idea acercarse al Cervantes.

Trabajan como boleteros del Teatro Nacional Cervantes desde hace décadas y su labor, tan simple como parece, los convierte en una especie de cómplices del escenario. Marina Cuello y Enrique Chouza son testigos de lo que pasa desde la recepción hasta la más recóndita de las esquinas del TC-TNA.

Para adentrarnos en las historias interminables que atraviesan los 36 años de Enrique y los 15 de Marina como trabajadores del teatro, nos encontramos en la sala Trinidad Guevara para hablar tanto de datos duros sobre su trabajo como boleteros, hasta de historias paranormales de las que fueron partícipes. Entre otras, Enrique dice haber visto un bulto que merodeaba en silencio por uno de los palcos y Marina asegura haber escuchado un piano que se tocaba solo: relatos de color que engordan el libro de anécdotas que comparten con sus compañeros.

Pero si se habla de trabajo, Enrique puede contar acerca de las muchas tareas por las que pasó: “Entré acá pasando el lampazo, limpiaba toda la zona del paraíso y la barra”. Una vez, allá por los 70, la barra juntó más suciedad que de costumbre la noche que el célebre mimo Marcel Marceau hizo lo suyo en el escenario del Cervantes. La demanda del público era tal que no importaba si tenías que quedarte parado durante horas. “Sin embargo, la obra que más entradas vendió, sin dudas, fue la reposición de El Conventillo de la Paloma. Había sido un éxito en la dictadura y cuando se repuso, la cola daba la vuelta por Paraguay y llegaba hasta el Hotel Presidente”, recuerda con su imborrable sonrisa de dientes pequeños.

Aunque a menudo deben vender entradas para las largas filas que significan un éxito de taquilla -como pasó recientemente con La terquedad, de Rafael Spregelburd-, aún les es difícil anticipar cuál será la suerte de una obra antes de que el público dé su veredicto. Sin embargo, reconocen que en los últimos tiempos han notado una renovación de asistentes que les parece saludable: “Está habiendo muchos jóvenes. Y es bueno ver eso en este teatro, que puede incluir desde las obras de Shakespeare hasta las de Copi”.

Ambos conocen los secretos y recodos de este teatro a fondo. Recorren los pasillos, conversan con los actores y presencian anticipadamente las obras en los ensayos generales; enrollaron y contaron a mano las entradas que hoy se venden, en su mayoría, por Internet; trabajaron en asuntos contables, en limpieza, como acomodadores y, por supuesto, como boleteros, custodiando la entrada del público a este santuario que sienten como un segundo hogar. Por eso, a pesar del tiempo y de la modernidad, confían en que su oficio es para siempre: “No creemos que nuestro trabajo esté en extinción. La cuestión es adaptarse”.


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