Todas las mujeres posibles
Entrevista a Mariana Chaud. Directora de No me pienso morir
Es actriz, autora y directora. Pero llegó a la escritura dramática y a la dirección casi instintivamente, por necesidad. Hacer teatro en varietés y en diversos espacios de formación –entre ellos el de Nora Moseinco y el de Ricardo Bartis–, la impulsó a autogestionarse y crear su propio material.
“El actor es productor de sentido. No es sólo un intérprete. Por eso empecé a hacerme cargo de todo”, cuenta, con una voz calma, lenta y suave, que contrasta mágicamente con el bullicio y el ritmo de esta ruidosa ciudad. Su primera obra como dramaturga fue Sigo mintiendo: desde ese momento no paró de experimentar y sus creaciones pasaron tanto por el circuito oficial como el independiente. Uno de sus últimos trabajos en escena fue No me pienso morir, una pieza sobre el deseo, el amor, la muerte y el paso del tiempo, en la que crea su propia Amalia, sin pedirle permiso a José Mármol. “La obra fue una confluencia de varias cosas en las que venía trabajando, una especie de Frankenstein”, afirma Chaud, y explica que si bien se inspiró en el personaje de la novela decimonónica, creó una Amalia a su manera y quedó casi un fantasma de la original. En lugar de ser sólo una espectadora de las hazañas de los hombres, la protagonista es una mujer fuerte y dominante. Se sumaron también distintas situaciones que iban apareciendo en la imaginación de la autora, situaciones que en algún momento se unirían, como una escena en un camarote con una joven caprichosa, de viaje junto a su criada; o una charla en una quinta, entre madre e hija, dos mujeres con personalidades tan diferentes que no hacen más que padecerse una a la otra.
En No me pienso morir se mezclan la trayectoria de Graciela Dufau, una actriz con más de cincuenta años de carrera, y la experiencia de jóvenes de la escena independiente. “Me gusta que los intérpretes vengan de lugares y formas de trabajar diferentes porque cambia el lenguaje y la lectura del material nunca va a ser lineal”, expresa Chaud, y admite que hacer convivir ambos mundos no fue fácil, porque a veces hay resistencia, prejuicios y recelo entre los actores pero que, al fin y al cabo, todas las piezas terminan, de algún modo, funcionando juntas. En definitiva, a pesar de las diversas miradas y experiencias, todo forma parte de lo que significa hacer teatro. Otro elemento que se cruza en esta obra es el tiempo, con escenas paralelas que van y vienen, entre distintas épocas: “Quería mostrar no sólo la idea de que el futuro contiene al pasado y uno puede volver hacia él, sino que también puede ocurrir al revés. También explorar cómo se transforma el valor de un objeto con el correr de los años, cómo unas cartas terminan en una caja de zapatillas, por ejemplo”.
Como progenitora se siente “inevitable y trágicamente” reflejada en su obra. “Hay algo de exposición que es natural sin que uno esté hablando de uno mismo. Si fuera un personaje, sería Pepa, la criada, la que está observando todo el tiempo. Y en Amalia veo también a mi abuela. Aparecieron no sólo cuestiones personales sino también familiares”, cuenta. Hasta su madre se indignó en la primera función porque se vio a ella misma en uno de los personajes y se sintió expuesta. “Tuve que explicarle que era ficticio”, dice, entre risas.
Nuevos proyectos se avecinan como, en octubre, la presentación de su obra Jarry Ubú patagónico en la próxima edición del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA). Pero, ante todo, Mariana no se quiere apurar, quiere disfrutar, ir despacio y con calma, con esa calma que transmite y que la caracteriza.