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¿Será "nacional" el Teatro Nacional?

Una de las Jóvenes Periodistas siguió paso a paso La Guiada para enterarse qué hacía este grupo de extraños anfitriones del Cervantes dirigidos por Gustavo Tarrío, los sábados a las 11.

La guiada, de Gustavo Tarrío

Con su nombre tan preciso y curioso a la vez, La Guiada ofrece un recorrido por el Teatro Nacional Cervantes (TC-TNA) que está lejos de ser una visita convencional porque se trata de una visita guiada que pertenece al mundo teatral: está hecha en forma de obra-deriva. Y lo consigue gracias a la dirección de Gustavo Tarrío y a un elenco preparado tanto para brindar información histórica del teatro como para interpretar a una especie de trabajadores desprolijos pero muy simpáticos.

El público debe esperar el comienzo de La Guiada en el mismo lugar donde esperaría para entrar a la sala de cualquier otra obra: en el foyer. Allí, sin previo aviso, aparece Bernal (Nicolas Levín), el guía principal vestido con un saco azul grisáceo y una banderita indicativa, que se presenta de manera excéntrica y atolondrada. Con esa misma naturaleza actoral empieza a volcar información del teatro para que en pocos segundos sea interrumpido por sus compañeros de trabajo, que hasta ese momento no parecían haberse dado cuenta de que La Guiada había comenzado. La jefa de escenario (Milva Leonardi), el utilero (Gustavo di Sarro) y el sonriente acomodador (Marcos Krivocapich) se suman para ayudar a Bernal, que parece estar pasando una mal día o no estar bien preparado para brindar los datos correctos del teatro.

Banderita en mano, Bernal y sus compañeros guían al público hacia las escaleras que conducen al entrepiso donde habita la estatua de María Guerrero, la actriz española que colaboró económicamente para la construcción del teatro por el 1900. En ese espacio, el utilero y la jefa de escenario cuentan –mejor dicho, actúan– la historia de María Guerrero y su hijo, Fernando Fernán Gómez. La cantidad de datos acerca del origen español del edificio que Bernal menciona llevan a que los cuatro guías terminen cantando una canción cuyo estribillo repite una pregunta que queda latente durante toda la obra: “¿Cuán Nacional es el Teatro Nacional?”.

Luego del número musical, el grupo indica cuál es la próxima parada: la sala Luisa Vehil, que en los comienzos del teatro se usaba para reuniones de intelectuales o personalidades vinculadas a la cultura. Bernal, el utilero, la jefa de escenario y el acomodador –ubicados en el escenario frente a los visitantes del teatro, ahora sentados por primera vez– se sumergen en charlas filosóficas entre ellos hasta que deciden seguir el recorrido.

La guiada, de Gustavo Tarrío

La siguiente parada es la sala Orestes Caviglia, que supo ser la confitería del teatro en sus principios, según cuentan, y ahora abre las puertas para que el público pueda ser testigo de un ensayo. Entonces, algo inesperado: Bernal y sus compañeros se transforman de guías en actores cansados de no poder ensayar por culpa de un supuesto Juan Gil Navarro quien, al parecer, actúa en esa obra y siempre llega tarde. Una vez ensayada la obra ficticia, que se hizo posible gracias a la participación de un espectador de La Guiada, los visitantes del teatro siguen la banderita de Bernal hasta los camarines del teatro para escuchar las historias de los actores que pasaron por el Cervantes.

El recorrido no llega a su fin sin antes pisar la sala María Guerrero, la principal de teatro, con capacidad para 860 espectadores. Es la última parada y, quizá, la más divertida, donde los visitantes pueden apropiarse de un asiento por segunda vez y vivir la experiencia de ver una obra de teatro en una sala tan elegante y coqueta. Aunque la elegancia se pierde cuando en el escenario aparecen los cuatro guías bailando al ritmo de una furiosa cumbia mientras los invade una niebla ficticia y los enfocan unas luces de intensos rojos y azules.

Ahora sí, La Guiada llega a su fin en el mismo lugar donde empezó: en el foyer, donde los guías concluyen la visita y se despiden. Hasta que regresan, ya en su rol de actores, para recibir los aplausos que merecen como intérpretes.


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