Por Laura Gómez
Al ritmo de una cumbia viralizada por estos días en redes sociales, se dio inicio a la apertura de la nueva edición de Teatroxlaidentidad. Esa fue la nota de paso entre las canciones ejecutadas por el guitarrista Esteban Morgado y la segunda parte de Idénticos, el clásico ciclo de micromonólogos bajo curaduría de Mauricio Kartun y dirección general de Daniel Veronese.
En la María Guerrero, el miércoles 4 de septiembre se sentaron une al lado del otre Mauricio Dayub, María José Gabín, Malena Sánchez, Lorena Vega, Alejandro Lifschitz, Iair Said y Marina Bellati. Como todos los años, prestigiosos intérpretes y directores pusieron en escena textos surgidos de un concurso. Gabín y Dayub interpretaron dos cada une: la actriz, Voz, de Mariano Saba, y Lucy o L’ Enseignant Esther de Prainó, de Anabella Valencia, y Señales, también de Saba, y La soledad del referí, de Patricio Abadi, el actor. Sánchez actuó en Fotos, Vega, en Rosaura; Lifschitz, en Estar en cartel (estaba anunciado Martín Slipak pero no estuvo); Bellatti, en Apostasía; y Said, en A nivel del mar.
A continuación, algunos de los micromonólogos reseñados con diferentes estilos por les Jóvenes periodistas.
Señores Papis
Por Laura Gómez
Lucy o l’enseignant Esther de Prainó. Dramaturgia: Anabella Valencia. Intérprete: María José Gabín. Dirección: Cristian Drut.
Con gran timing para la comedia y una destreza magistral para capitalizar momentos de efervescencia, María José Gabin (pionera del grupo Gambas al ajillo junto a Verónica Llinás, Alejandra Flechner y Laura Markert en la escena del Parakultural de los 80) utilizó el cántico espontáneo y las palmas del público presente en la sala María Guerrero para potenciar el discurso de su personaje: una peculiar maestra de primaria.
La voz aguda de Gabin se volvió poderosa en la sala principal del teatro; sus gestos mínimos y autoritarios desataron el estallido, como si los miembros de la platea verdaderamente fuesen parte del alumnado revoltoso que intenta contener la carcajada en el patio de la escuela. El texto de Valencia repuso con recursos económicos y analogías potentes el histórico debate entre autoritarismo y progresismo, y Gabin generó altas cuotas de comicidad en la piel de esta educadora que imposta la actitud paciente, finge vocación, añora la antigua disciplina y se jacta de decir la palabra “puta” sólo porque figura en el diccionario de la RAE. Como cada año, este ciclo nos recuerda que teatro, coyuntura y realidad nunca están demasiado lejos.
El poder de la metáfora
Por Sol Putrino
Voz. Dramaturgia: Mariano Saba. Intérprete: María José Gabín. Dirección: Claudio Martínez Bel.
“Quiero mi voz”: el pedido funciona como metáfora porque en parte alivia y, asimismo, porque incita a la reflexión de una manera menos obvia pero no por eso menos contundente. Al grito de esta expresión, luego de un continuum de risas, concluyó el micromonólogo Voz, con autoría de Mariano Saba y dirección de Claudio Martínez Bel. Aquí se puso en escena la pérdida de identidad que sufre el personaje interpretado por María José Gabin, desde que cedió los derechos de su voz a un call center “por dos mangos”. Pero bien sabemos que aquello a lo que alude el monólogo trata de lo que en los 70 se le ha arrebatado a la sociedad argentina.
La mujer pierde dominio sobre su voz ya que es apropiada por otros: tanto de la empresa –quien se transformó en su dueña– como de los usuarios del servicio –que tras perder la paciencia pasan a insultarla–. Así, la voz de la mujer funciona como mediadora de agresiones, las cuales son expulsadas por el cliente que se encuentra disconforme con el servicio… de un servicio que la empresa no brinda en sus adecuadas condiciones debido a una serie de “errores” que comete. En este plano metafórico la empresa vendría a ser el Estado. ¿Hablamos entonces de errores? ¿Mal servicio? ¿Dos demonios? No, terrorismo de Estado; un Estado que simula escuchar los reclamos de los ciudadanos.
La metáfora no descansa en el texto sino que se complementa con el trabajo actoral. Gabin suma erotismo a las grabaciones de su voz multiplicando la dosis de humor. Sin cesar el ánimo jocoso, su actuación juega con la disfonía dado que el mito popular del mal de ojo se traslada a su garganta.
Al final, el grito ya relatado. Las carcajadas del público cesan de inmediato. El efecto de la comedia surge para poner en contraste un desenlace conocido. Nuevamente un “quiero mi voz”; pero ahora como el spoiler de una historia que no nos cansamos de recordar, ya que así es como debemos resguardar nuestra memoria social.
Teatro independiente
Por Guadalupe Taborda Goldman
Estar en cartel. Dramaturgia y actuación: Alejandro Lifschitz. Dirección: Lorena Vega.
¿Qué significa para una obra de teatro independiente estar en cartel? Para Alejandro Lifschitz, autor e intérprete de Estar en cartel en el ciclo Idénticxs, es hacer todo a pulmón, es el “boca en boca” y sobre todo es que el público deje comentarios en redes sociales y escriba una buena reseña de la obra en la página de Alternativa Teatral. Pide, además, “que digan que les encantó la obra, que tiene actuaciones impecables, que logra condensar las asociaciones sobre el tema que aborda generando una resignificación permanente, mientras transporta al espectador a través de emociones tan sutiles como arrolladoras, siempre manteniendo un ritmo sostenido y provocador, planteando de esta manera una lógica escénica absolutamente innovadora que viene a revolucionar para siempre la cartelera porteña”. Su texto habla fuerte y claro sobre un personaje, el que dirige un proyecto teatral, que se para a decir todo lo que conlleva hacer una puesta del off, en un teatro y contexto específico. El personaje llega al extremo de pedirle al espectador que se lleve los flyers de la obra, ya que imprimieron 5.000 copias, que están en la mesa de boletería, para repartirlos en el subte. Todo eso y mucho más fue lo que Lifschitz menciona en su micromonólogo que arrancó muchas risas en la sala María Guerrero. Ese interlocutor es un personaje fenomenal y real del teatrero porteño. Y ese estereotipo se vence en este texto. Estar en cartel es la manera de hablar de aquel personaje, en tono burlón, para escucharlo, quererlo y hacerlo propio del teatro independiente.
El amor a flor de piel
Por Lola Roig Vibart
Rosaura. Autor: Pablo dos Reis. Intérprete: Lorena Vega. Director: Mauricio Kartun.
Sus piernas largas y delgadas asoman de un vestido corto y ajustado. Avanzan hacia el frente del escenario en una caminata tosca, con actitud desconocedora o rebelde frente a la sensualidad que encierra. En las manos carga un par de tacos aguja negros. Los pies descalzos caminan alejados uno del otro. El par de piernas chuecas adoptan la forma de un paréntesis que encierra una aclaración que en breve nos proporcionará: ¿quién es este Frankestein hecho de elegancia y tosquedad? Una vez en el centro se calza los stilettos, no sin torpeza, en lo que tal vez es un intento de compensar la incumplida promesa de femme fatale que la melena desaliñada y desafiante de la gravedad, el maquillaje corrido y el escote prometían.
Una vez en eje, la voz grave de Lorena Vega, en la piel de un hombre con aspecto femenino relata las peripecias emocionales que lo llevaron al anhelo de poseer a Rosaura. Todo empezó con un trillado tatuaje de su nombre en el pecho, para tenerla siempre en el corazón. Pero la batalla, como la pasión desenfrenada del enamorado, se extendió por cada poro de su piel. El hombre confundido en un cuerpo femenino no es otra cosa que ese cuerpo fundido con el de su amada en la lucha pasional por poseer al otro. ¿Es heroica la expresión de este amor a flor de piel escrito por Pablo dos Reis y dirigido por Mauricio Kartun? El dictamen final del amor romántico será siempre el de vencedor vencido, porque no puede ser otro el desenlace para el predador que en busca de su media naranja quiere ser uno con su presa.
Con altura
Por Victoria Vidal
A nivel del mar. Autor: Alejandro Turner. Intérprete: Iair Said. Dirección: Ignacio Sánchez Mestre
Desde el centro del escenario, vestido enteramente con un conjunto deportivo y con un palo en la mano, Iair Said avanza despacio. Viene haciendo equilibrio en un peligroso pan-y-queso hasta llegar casi al proscenio. Allí, de pie, sostiene el palo en alto. A pesar de lo que pueda pensar la gente, él dice ser trapecista. El público se ríe, aunque él habla con certeza. Tiene el traje adecuado y conoce los gajes del oficio. Tiene, también, códigos de trapecista: “Un trapecista nunca le niega una mano a otro trapecista” y hace ¡jop! y pasa el trapecio de mano. Si bien su performance puede diferir un poco de la de otros acróbatas más arriesgados, que se sueltan desde otras alturas o trabajan en pareja; él está convencido de que esos detalles no lo hacen menos trapecista. Cuanto mucho, sólo hacen de él un trapecista menor.
La propia identidad se construye, puede decirse, en un acto de doble (re)conocimiento: no alcanza con que uno mismo se conozca y se defina: a su vez, el otro debe reconocerlo a uno como tal. ¿Qué me hace lo que soy? ¿Quién puede decidir qué o quién puedo ser? Esas son las preguntas detrás de A nivel del mar. El teatro, que ha perseguido desde siempre el encuentro con el yo, habilita la pregunta y la desarma. A través del juego, el artista constituye una identidad, al mismo tiempo que le quita al espectador el poder de predicar sobre ella. “¿Qué hace falta para que me llamen trapecista? –se pregunta Iair con una seriedad sumamente cómica. Se encoje de hombros: –No sé”. Mientras despliega sus acrobacias al ras del escenario, deja poco lugar a la duda: quizá se lo vea de pequeña talla, pero es un trapecista al fin.
Entender el tiempo
Por Yago Bentivenga
Fotos. Autora: Silvina Melone. Intérprete: Malena Sánchez. Dirección: Edgardo Millán.
“¿Estoy grande?”, pregunta Malena Sánchez, quien interpreta a una joven que comienza a transitar los años que sus padres nunca vivieron. Llena de dudas y preguntas buscando respuestas en su pasado. Revolver una caja de fotos viejas no solo es recordar, a veces también es buscar un porqué. Sacudir el polvo y encontrarse una vez más con ese pasado que muchxs conocen, pero otrxs no. Un pasado que pudo haber sido más y fue arrebatado. “Tengo 25 años y soy más grande que mis padres”, cuenta desde su más profundo dolor. En cada decisión y en cada paso están presentes sus raíces, esas que solo conoce por fotos. En una caja de recuerdos, muchxs pueden hacer un recorrido por su memoria, ella solo encuentra un sinfín de preguntas. Imagen tras imagen analiza sus caras, sus sonrisas, sus miradas, gestos de sus padres que seguro le hubiera gustado conocer. Son retratos que denotan identidad y exponen vivencias de a mitades. Observa en cada una de las fotos historias que nunca fueron contadas. De un momento a otro, de sus ojos brotan las lágrimas de una juventud que comienza a tomar diferentes caminos sin el abrazo de sus padres. Para ellxs todo lo que está viviendo es desconocido. El futuro que soñaron, hoy no es más que un anhelo inconcluso. Se pregunta por qué ella sí puede vivirlo y ellxs no, quizás por eso es que duele tanto la indiferencia.
La muchacha encapuchada
Por Vera Lauckner
La casa del almirante. Dramaturgia: Roxana Aramburu. Intérprete: Melina Petriella Dirección: Nayla Pose.
Andrea Krichmar tenía 11 años en 1976. Un día fue a jugar con su amiga Berenice a lo que, en ese momento, era la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Para el final de aquel día, ambas habían sido testigos de una desaparición forzada.
Sin la necesidad de precisar fechas, Roxana Aramburu narra este evento en su obra La casa del almirante. Apenas con los nombres de pila, el relato comienza con una tarde de juegos y encuentros inocentes. Andrea es invitada a conocer el lugar donde trabaja el papá de Berenice. Un saquito sospechoso despierta la incomodidad del público. Si bien la amiga le había dicho que no llevara nada, Andrea tenía miedo de que hiciera frío. El almirante revisó la carterita para chequear el contenido.
Melina Petriella interpreta este monólogo con sencillez. Ella es Berenice, la hija de un militar con cuatro hermanos mayores. Le gusta decir malas palabras en frente de su amiga para hacerse la canchera. Cada vez que lo hace, abre las manos y los ojos muy grandes. Como sorprendida por su propia audacia. Chabomba, cachucha, cachufla.
Berenice lleva a Andrea a escondidas a conocer el cuarto del padre. Un placard con armas, una granada bajo la almohada y la pistola en el cajón de la mesa de luz. El relato ya no es tan inocente. Cuando las niñas van a jugar al pool, ven algo extraño por la ventana: una mujer encapuchada es sacada de un Falcon verde. La prosa de Aramburu cierra el juego de infantes con las palabras exactas. Muchacha. Capucha. Chupada.
Con pecado concebida
Por Carolina Micale
Apostasía. Autor: Facundo Zilberberg. Actriz: Marina Bellati. Dirección: Mey Scápola
Apostatar: “Dicho de una persona: Abandonar públicamente su religión”. Para tal fin, se debe renunciar a la Iglesia Católica mediante un trámite que borre los registros de una supuesta fe. Es decir, dar de baja un servicio permanente y cancelar la suscripción como socio vitalicio.
Con experiencia en curaduría artística de Microteatro en Buenos Aires, Mercedes “Mey” Scápola dirige Apostasía, un hilarante micromonólogo protagonizado por la actriz Marina Bellati, con quien trabajó anteriormente en la obra Simón, parte del ciclo Microteatro por la Familia. Con mucha calma y una voz satírica que provoca carcajadas, Bellati encarna a una simple mortal que, por medio de un llamado telefónico, intenta cancelar un servicio que nunca pidió, pero termina siendo seducida por las ofertas de Dios.
Discípulo de Mauricio Kartun, Facundo Zilberberg escribe este divertido monólogo que fusiona, en unos pocos minutos, las ofertas por telemarketing, el consumo, la culpa, los pecados y el derecho a renunciar voluntariamente al catolicismo (tema que forma parte del debate público desde las apostasías colectivas realizadas tras el rechazo a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo). Es el segundo texto de su autoría –junto con Escuela de seducción, en 2018– que fue elegido para participar de Idénticos, en el marco de Teatroxlaidentidad.
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