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SALA TOMADA

Tadeys de la novela a la materia

Una de les jóvenes periodistas se tomó un trabajo poco común: leer las 400 páginas de Tadeys, de Osvaldo Lamborghini, para compararlo con la adaptación teatral de las directoras Analía Couceyro y Albertina Carri. El resultado es una mirada transversal sobre un texto tan inquietante como difícil de abordar.


Por Laura Gómez


“El Estado, ¿es hombre o mujer?”: preguntas de este calibre planteaba Osvaldo Lamborghini en Tadeys, novela escrita durante su exilio en Barcelona allá por 1983, poco antes de su muerte. Algunos de los interrogantes más estimulantes (e incómodos) de aquella creación literaria son recuperados hoy en la adaptación teatral de Analía Couceyro y Albertina Carri, que desde abril realiza funciones a localidades agotadas en la sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Argentino - Teatro Cervantes.

Tres meses demoró Lamborghini en escribir su texto y tres fueron las carpetas en las que organizó la totalidad del material. Clasificar ese compendio bajo la categoría de “novela” puede resultar un tanto problemático para los teóricos más puristas debido a su naturaleza caótica, dispersa, de puro fragmento. La última reedición a cargo de César Aira incluye un anexo con borradores y reescrituras que son algo así como el “big bang” dentro del universo Tadeys.

El orden de los capítulos invierte la cronología de los hechos: en el primero se narra la biografía de Seer Tijuán, signada por el régimen represivo que impera en La Comarca (país imaginario donde transcurre la acción) y un peculiar “buque de amujeramiento” que funciona como dispositivo de docilización para jóvenes violentos; el segundo capítulo tiene como protagonista a Dam Vomir, las épocas gloriosas de su clan y un antepasado condenado a muerte; el tercero gira en torno al descubrimiento de la especie tadey a cargo del monje Maker.




Couceyro y Carri decidieron poner el foco en la primera parte. La elección, desde ya, no es inocente, porque en esas primeras páginas se despliega la lógica perversa del proyecto “Minones”, un método pensado para dulcificar las costumbres de los muchachitos violentos a través de la feminización, sometiéndolos sistemáticamente a prácticas de sodomía pública. Ese buque reformatorio se convierte entonces en espacio escénico privilegiado; aloja a los personajes y opera como gran catalizador de sentidos: la cubierta de madera rústica en pendiente (¿puesta en crisis de un Estado decadente?), escaleritas que conducen a los submundos de la bodega, un sillón de odontólogo preparado para las torturas, cortinados raídos y varios televisores que proyectan en loop fragmentos de telenovelas argentinas o flashes pornográficos como punto de fuga hacia nuestra contemporaneidad.

Sin embargo, los intentos por imponer algún orden sobre esa masa informe que es Tadeys no traicionan el espíritu del original; la dispersión de la novela se cristaliza en un cruce auspicioso de géneros y lenguajes, casi al modo de una opereta chusca: el teatro convive con el audiovisual, el lirismo junto a la pulsión revisteril, un código neobarroco con ciertos aires de lunfardo, la solemnidad con el grotesco. Algunos momentos del tercer capítulo aparecen en la producción audiovisual realizada por Carri, donde se rinde homenaje al autor de la novela en la figura de Osvaldo Maker, personaje interpretado por Couceyro que en la ficción es quien descubre a esta singular especie: los tadeys. En la primera escena del cortometraje, Maker camina por las callecitas de Buenos Aires y una corriente de aire le arranca la pila de hojas que lleva entre sus manos; da la sensación de que el caos de papeles que queda ahí, desperdigado en la vereda, es el reflejo más fiel de Tadeys.



La problemática de género no es un tema que esté planteado de manera explícita en la obra original, pero el recorte elaborado por la dupla Carri/Couceyro invita a leer esta propuesta a la luz de los debates actuales acerca de cómo se construyen culturalmente las identidades –siempre fluctuantes–, ya sea en términos de género, clase, edad o etnia. En virtud de esa elección, la categoría de género se instala como centro de todas las polémicas: como constructo narrativo (“es un cuento mi cuerpo”, dice el boyerito), como representación, como entramado, como cruce entre lo sagrado y lo profano.

El poeta y escritor Néstor Perlongher, referente del movimiento queer, solía decir que su encuentro con Lamborghini había sido decisivo para su formación. No es menor que en “El sexo de las locas” (artículo publicado en El porteño un año después de la escritura de Tadeys) se haya preguntado: “¿Qué pasa con la homosexualidad, con la sexualidad en general, en Argentina, para que actos tan inocuos como el roce de una lengua en un glande, en un esfínter, sea capaz de suscitar tanta movilización, concretamente, la erección de todo un aparato policial, social, familiar, destinado a perseguir la homosexualidad? ¿De dónde viene esa infatigable preocupación por los culos –o las lenguas– ajenos?”.

Las directoras levantan el guante y apuestan a la reinvención de una mística. Tadeys es, entre muchas otras cosas, un tratado sobre la ficcionalidad de los cuerpos: sujetar el culo es –diría Perlongher– sujetar el sujeto a la civilización, a la “humanización”. Lo femenino y lo masculino no son más que papeles, engranajes de una máquina-ficción; el cuerpo –individual o colectivo– se convierte en un arma de doble filo, y la feminización (ese “devenir mujer”) emerge como única vía para alcanzar el estado de sumisión. El poder de los textos escritos por Lamborghini en la década del 80 sigue intacto; resuenan, claro, pero de otro modo.

En Black out, la escritora y periodista cultural María Moreno confiesa: “Los escritores que amaba –Perlongher, Copi, Lamborghini, Puig– habían muerto, y todos eran excesivos en algún sentido”. Ese exceso resulta seductor, irresistible, incluso al borde de lo repulsivo. Los autores citados por Moreno forman parte de una gesta olvidada, una parentela literaria que durante mucho tiempo estuvo condenada a vivir (y morir) en los márgenes, esos “márgenes bien poblados” a los que aludía Perlongher: el submundo. Que una adaptación de la última novela escrita por Osvaldo Lamborghini ocupe hoy un lugar destacado en la cartelera del teatro oficial es, de algún modo, un acto de reinvención y una justa revancha.

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