Terminaron las funciones de Un domingo en familia y estudiantes de varias escuelas pudieron averiguar acerca de la obra de Susana Torres Molina, a través de una entrevisata a sus actores y al director Juan Pablo Gómez. Con testimonios detallados, un termómetro cultural sobre qué y cómo disfruta el público joven de un espectáculo que habla sobre figuras políticas como Quieto, Firmenich y Perón.
Por Guadalupe Taborda Goldman
El formato de charla-debate es un espacio de comunicación posterior a algunas de las funciones del Cervantes entre elenco, dirección, músicos y espectadores con la mediación de Aimé Pansera, trabajadora del área Gestión de Públicos del TNA-TC. En esta ocasión, actores y actrices de Un domingo en familia charlaron con el grupo Teatro Juvenil de la Universidad de Lanús (UNLA), la Escuela de Cerámica Nº1, el Liceo Nº4 DE 1, Docentes de Teatro Escolar, Estudiantes del Centro de Investigación Cinematográfica (CIC) y Adultos 2000, un programa para terminar el secundario para adultos, y una de las Jóvenes Periodistas.
Cierra “el telón”, los actores se preparan y vuelven a la sala. Aimé Pansera crea un clímax con preguntas de guía. Unos pocos nunca habían visitado un teatro. Algunos ya habían participado del formato Charla Debate en el TNA - TC. Otros destacaron la importancia de una sala semicircular, la cercanía y la iluminación.
Los espectadores comenzaron a debatir sobre las distintas sensaciones que tuvieron al ver la obra. Hablaron del olor a tierra y arena, y que el espectador pasaba a ser parte de la acción porque había un ida y vuelta entre el actor y el público a través de las miradas. El público estaba entusiasmado por los efectos de sonido que emitían los objetos y cómo estos tenían distintas funciones. También por la relación entre los cuerpos, los personajes, los actores, que, a través de los sonidos los llevaban a percibir la imagen de la tortura, la repugnancia y el terror: el cuerpo de los intérpretes respondía al sonido de una manera sensorial, como una relación entre cuerpos y sonidos.
Un estudiante del CIC insistía en que la obra era una representación musical de lo que los actores sentían y que por eso no era convencional, más bien un recital de lo que pasó en el tiempo. “Fue más narrativo que actuado” agrega una espectadora. Otra remata “es una obra desestructurada”. El recurso del espectador que pasa a hacer parte de la obra no es novedoso en el trabajo de dirección de Juan Pablo Gómez. Además, se creó esa relación de cercanía por la esencia de la sala, las miradas vivas de las actuaciones y la exposición del texto.
Se habló de actores, se habló de narración pero, ¿había personajes? Pocos reconocieron las figuras históricas representadas en la obra de Susana Torres Molina. A Perón, lo conocían todos. “¿Cómo se llamaba el otro?” preguntó una estudiante del Cerámica acerca del personaje de Firmenich, y agregó “¿y el que hablaba en primera persona?” sobre Roberto Quieto. Las máscaras no lograron ese efecto de reconocimiento en jóvenes de 15 a 22 años. “¿Saben quién es este?” –y explicó Juan Pablo Gómez – Mario Eduardo Firmenich, número uno de la organización armada llamada Montoneros de los años 70.
Acerca de la construcción de la obra los espectadores se imaginaron el armado y su proceso creativo. Se preguntaron cómo habían logrado sincronizar los movimientos, los pases de micrófonos, de objetos, de palabras y de sonidos. “Hay un montón de cosas desde lo sonoro que provinieron del movimiento porque se tomaron decisiones, se ensayó y se coordinó para que esto funcionara –explicó Guillermina Etkin, música en escena–. Logramos el trabajo desde lo rítmico. Con Juan Pablo queríamos trabajar con las palmas. El trabajo sonoro del principio de la obra nos llevó ocho encuentros de pruebas con palmas, búsqueda de material, prueba de combinaciones, grabaciones que escuchábamos y probábamos sin parar. A partir de este trabajo rítmico, la puesta iba armando su forma y pudimos arrancar con el texto ya que tenía su base que marcara el tiempo”.
“Con llaves, baldes de agua se puede hacer música”, “Quizás no vemos cómo muere un personaje, pero se escuchaba y veía como uno de ustedes pisaba una caja con piedras e imaginábamos un sonido de disparo”… Los espectadores quedaron deslumbrados de las pequeñas cosas que lograron hacer grandes sonidos. Continúa Guillermina Etkin: “empezamos a trabajar esta obra con un recurso del cine, el “foley”, que son los efectos y sonidos que se agregan luego de filmar una película. Juan Pablo Gómez explica “El foley es una post-producción. Por ejemplo en las peleas de las películas de acción, siempre hay alguien que le rompe el cuello a otro, ese sonido se hace con apios y uno siente como si le rompieran el cogote. Uno no ve esas cosas en las películas y son sonidos generados por objetos del día a día. Nos pareció interesante eso. Dijimos mostremos los apios, mostremos cómo se hace y, a la vez, mostremos ese distanciamiento del sonido a la acción, mostremos que no es de verdad pero sin embargo hay una parte del cerebro que igual imagina que eso ocurre”
José Mehrez, quien hace de Perón y de un militar, dice que es el mismo procedimiento que el de las máscaras: “no hago de Perón, su figura aparece por asociación entre la mitad de mi cara y a veces por la voz. Fue exponer ese distanciamiento, acercándolo.” Un espectador confiesa que en el relato se generaba como una confusión agradable, ya que era sorprendente la utilización y elección de los diferentes elementos, como el de los teléfonos. “La primera vez que vinimos al Teatro con Juan Pablo, fuimos a Utilería. Piensen que el Cervantes tiene casi 100 años, la cantidad de objetos que había guardados desde las primeras obras que se hicieron acá es incontable –Guillermina cuenta la experiencia del formato oficial del TNA-TC– “agarramos todo lo que quisimos, pensando en que teníamos que hacer sonido con eso. Fuimos eligiendo y cada ensayo fue probar con qué objeto nos quedábamos para el próximo. Otras cosas sí las fuimos a buscar específicamente, como los metrónomos”.
El público se preguntaba cuánto tiempo se ensaya una obra como esta y José Mehrez respondió “El desafío no fue ese. La mayoría de nosotros venimos del teatro independiente, de experiencias en otros medios, en teatros comerciales, películas, etc... Sin embargo el teatro oficial tiene una dinámica de mucho ensayo muy condensado. Son seis veces por semana, seis horas por día. La dificultad no es la cantidad de horas. Lo que es muy difícil es sostener y tener el aire como para que eso vaya decantando y madure. Ese es el desafío más grande” Juan Pablo Gómez continuó con la explicación: “en estos dos meses de trabajo desarrollamos dos hipótesis que tienen que ver con, cómo se construye un relato sobre la historia, y cómo se construye la Historia, con mayúscula. ¿Cómo nosotros, como sociedad, construimos nuestras historias? ¿Cómo se construye la historia de los años 60? ¿Cómo se transmite? ¿Cómo son éstos relatos fragmentados? Y ¿Cómo nosotros podemos armar una especie de orquesta donde eso suene de algún modo? Ese fue el primer desafío que encontramos y la solución provisional, ensayada, fue esta”.
En relación a la construcción de la historia acerca de los años 70, la mediadora, Aimé, preguntó a los jóvenes si habían escuchado hablar sobre eso en la escuela, en las casas y si sentían que esa historia estaba modificada, si había muchas versiones o si había muchos bandos. Una espectadora exclamó “Noto como una necesidad de viajar a ese momento y analizarlo, siempre”. Aimé respondió “hay gente que hace muy poco empezó a hablar de lo que le pasaba en esa época, gente que tiene más de 50 años que no sabía muy bien qué estaba pasando o que sí sabía y no se animó a contarlo. Es una historia que todavía nos falta reconstruir”. Explicó el director: “En lugar de darles un paquete cerrado, quisimos exponerlo. Por eso también los recursos están expuestos. Se ve que tienen máscaras, se ve que se apaga un televisor con el sonido de una abrochadora, y así. Estamos todo el tiempo mostrando cómo estamos tratando de construir esa historia, porque de alguna manera la historia nunca está acabada, sino que estamos todo el tiempo tratando de construirla. Particularmente, con la historia de los 60 y con la dictadura, aparece la pregunta –que no inventamos nosotros sino que se lo plantea el arte durante todo el siglo XX– acerca de cómo narrar la violencia y el horror sin tener de rehenes a los espectadores y espectadoras de ese horror, sin contarlo de manera cruel para impresionar o asustarlos. En este sentido, entra el distanciamiento que nombraron antes.”
Una de las jóvenes de la escuela de Cerámica, con quince años, explota el debate: “La mayoría de los jóvenes no entendemos cuando nos hablan de Perón o la dictadura porque no empatizamos; no lo vivimos, ni sufrimos. Entonces pararse, mirarnos y hablarnos a nosotros que somos jóvenes y muchos militamos, nos pone en un lugar de cuestionamiento. Podríamos haber sido esos jóvenes militantes del 70. Podría haber sido yo. El arte que te lleva a ese momento y te posiciona como si lo estuvieras sintiendo es buenísimo porque para nosotros es difícil entender esa historia”. José Mehrez responde: “Con respecto a eso, Susana Torres Molina que es la autora, evidentemente atravesó todo eso siendo una mujer joven y tiene sus razones muy profundas para señalar a esa sociedad. Pero yo, que soy el más grande del elenco, cuando murió Perón tenía tres años. Tampoco es una vivencia mía. Es como decir: la dictadura, ¿cuántas víctimas tuvo? ¿Treinta mil? No, fuimos todos. Toda una sociedad fue víctima de eso, no solamente las víctimas directas. Las víctimas también son las familias de los desaparecidos, los amigos de los torturados, la sociedad que estaba asustada y toda su descendencia. A cada uno le toca escuchar una historia diferente. Eso lo tenemos por ser argentinos, en algún lado de nuestro comportamiento social está haber tenido un genocidio hace 30 años”. El director agrega que en un momento de la obra, el personaje del represor dice “de los nuestros, Galíndez” y explica “El señor Galíndez es una cita teatral porque es un personaje de la obra El señor Galíndez, de Eduardo Pavlovsky. El personaje es un represor y Susana pone en boca de un represor que interpreta José: Nuestros Galíndez... por uno que es torturado, mil horrorizados de miedo, el efecto expansivo que tiene la tortura en un pueblo que quedó atravesado es el miedo, algo que está en nuestro ADN como sociedad” concluye. Anabella Bacigalupo, con un personaje de joven militante, continúa: “Yo nací en el 76, así que era un bebé. No tengo muchas personas allegadas que hayan tenido contacto directo con las desapariciones pero hay un montón de material en internet, en libros, muchos testimonios de personas que lo padecieron. Como cualquier personaje que investiga un actor para acercarse. Vimos documentales, testimonios, juicios que cuentan cómo habían sido torturados”. José Mehrez continúa: “Ustedes son un público joven, pero usualmente a esta obra viene gente que atravesó esa época, que fueron protagonistas, algunos víctimas, algunos torturados, otros estuvieron presos, otros perdieron a sus familiares, a sus amigos. Nos es muy difícil, cuando nosotros estamos mirando a alguien que está agarrado de la mano de su pareja, sin querer ver, que estén escuchando y reviviendo todo eso. Nos es muy difícil acercarnos a un sentimiento trágico que nos arrasa muchas veces. Para nosotros fue tremendo eso”. Guillermina agrega su parte “nací en el 80 y tampoco viví esa época. Hay algo que nos atraviesa de la obra en sí misma, de lo que estamos contando, y lo que estamos haciendo sonar. Esa sincronía nos queda mejor cada vez que hacemos la obra, es algo que nos compromete en el momento, nuestros cuerpos que están acá, en la sala, cada vez que hay función”.
La política de acercar a nuevos públicos del TNA, como a niñes discapacitados, mujeres trans, adolescentes que estudian en escuelas precarias, estudiantes de artes del conurbano, tiene sus resultados. Un costarricense contó su experiencia luego de ver la obra: “Vivo hace dos años acá, me fui enterando de lo que pasó en el 70. Llego a ver esto, me cautiva muchísimo y no me imagino lo que debieron sentir al ser argentinos. Verlo así y haberlo transitado hace tan poco tiempo, por más que no fue en su propia vivencia…” toda la sala emocionada aplaudió y una espectadora cerró la charla, “la obra parece una máquina del tiempo. Te trasporta a los años 70, los hayas vivido o no”.
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