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  • SALA TOMADA

La alquimista

Por Florencia Orué, Sol Putrino, Victoria Vidal y Laura Gómez



Analía Couceyro es actriz, directora, docente y una apasionada de la literatura. Tadeys no es la primera experiencia en la que fusiona teatro y libros como una verdadera maestra de la alquimia: Tanta mansedumbre retomaba textos de Clarice Lispector, El nervio óptico recuperaba la voz de la escritora María Gainza y El rastro era una adaptación de la novela homónima de Margo Glantz. “Soy muy lectora y creo que todo lo que leo puede ser llevado a escena, cualquier cosa. Siempre subrayo, así que podría hacer ochenta obras sobre libros. Todo me parece traducible y me interesa mucho el lugar de enunciación de los textos literarios; hay gente que lo vive como una condena, pero yo disfruto verlo y hacerlo”, confiesa Analía.


¿Cómo surgió la idea de hacer algo con Tadeys en el TNA-TC?

Con Tadeys el trabajo dramatúrgico fue mucho más complejo porque ya no se trataba de un unipersonal sino que había varios personajes y situaciones. La idea de hacer algo con Lamborghini surgió desde que lo leí por primera vez, a los 18 años. Cuando empecé a estudiar en el Sportivo Teatral esos textos circulaban mucho; no Tadeys pero sí los tomos de Novelas y cuentos. Hace un par de años apareció la idea de nuevo y se lo propuse a Albertina (Carri, la co-directora), porque me parecía que la misma extrañeza del material permitía hacer un collage de formatos, donde lo cinematográfico apareciera no como algo meramente decorativo sino como parte del proceso creativo.


¿Cómo fue ese proceso?

Primero presentamos el proyecto en el Cervantes, porque la obra demandaba unas condiciones de producción que no hubiesen sido posibles en el teatro independiente. Una vez que tuvimos el sí del teatro empezamos a trabajar sobre los textos. Con el tiempo fui adquiriendo cierto ojo de editora, entonces confío mucho en esa primera impresión acerca de qué es lo que me llama la atención. Lisandro Outeda (colaborador artístico) transcribió todos los subrayados que había hecho sobre el texto y ese fue nuestro primer corpus de trabajo: por supuesto era gigante, no tenía forma. Lo primero que definimos fue el buque de amujeramiento como espacio escénico y los personajes que iban a aparecer. Eso fue muy contenedor.

Entre aquellas intuiciones iniciales apareció la figura de Diego Capusotto para interpretar el personaje de la Araña Ky. Diego es una de las primeras personas en las que pensamos. Yo tenía muchas ganas de trabajar con él; ya le había propuesto hacer algo hace un tiempo pero no podía porque estaba a full con el programa. Ahí hubo algo intuitivo. Nos conocíamos superficialmente y nunca habíamos trabajado juntos, pero siempre imaginé que la Araña era él. Dirigirlo fue genial porque reconozco en Capusotto a un actor extraordinario, muy comprometido y con un gran nivel de concentración. Estaba la intención de correrlo del lugar más reconocible, y de algún modo el material se lo imponía. Trabajamos mucho para lograr ese tono seco, filoso, de cierta elegancia. No cualquiera puede decir esos textos; apropiárselos es algo muy difícil”.


Decías por ahí que Diego era como un “traficante” del material de Lamborghini para públicos que, en principio, no se acercarían a ese universo.

Sí, eso es genial. Hay mucho público que ni siquiera conoce a Lamborghini, pero esos materiales de alguna manera llegan a los espectadores. Lo que pasa con Diego es muy particular porque es una persona muy querida y eso se ve claramente entre el público que asiste. Por eso digo que es como un traficante de Lamborghini: mucha gente va a verlo a él y se encuentra con otra cosa. El inicio, por ejemplo, tiene algo de carácter expositivo: con Javier Lorenzo funcionan casi como un dúo capocómico. Nos parecía que eso estaba bien para que la gente entrara a un universo que después resulta muy expulsivo.



¿Cómo leés las reacciones del público?

Eso cambia muchísimo de función a función. El día que vinieron lxs alumnxs de la Mocha Celis (bachillerato popular trans) fue muy impresionante. Más allá de que me pareció muy divertida la charla-debate posterior, me llamó la atención el tipo de reacciones durante la función, cómo se rieron y en qué momentos. Con esta obra pasa de todo: hay personas que se emocionan, otras que se ausentan, otras que se aburren o que rechazan la propuesta desde el inicio. En ese sentido, creo que Tadeys es una obra resacosa, de esas que te quedan dando vueltas en la cabeza tiempo después de haberla visto porque vas recordando frases o imágenes.


¿Cómo creés que dialoga Tadeys con nuestra contemporaneidad? Sobre todo teniendo en cuenta los debates más recientes en torno a las cuestiones de género.

Creo que hay algo mucho más activo en la mirada de las y los espectadores con respecto a los géneros. Siempre hubo gente que habló de estas cuestiones, pero siento que la lectura es cada vez más actual y también es muy clara nuestra mirada con respecto a eso. Hay un montón de lugares desde donde se construye lo femenino: el cuerpo es lo más visible, pero hay muchos otros. La obra está sustentada en la novela y además hubo un gran trabajo de edición lo que hizo que, como consecuencia, los textos cobraran un sentido nuevo. Me parece que un personaje importante es el de la Exuberante (interpretado por Iván Moschner), porque es esa híper-mujer que construye machismo, la víctima que creyó totalmente el modelo, “el anudamiento del sujeto y el modelo, ya indiferenciables”, como dice la Araña en una escena.

Mariana Tirantte y Gonzalo Córdoba fueron los responsables de la escenografía. Presentaron varias propuestas hasta que se definió la cubierta del barco en pendiente como espacio escénico central en la pequeña sala Luisa Vehil. Nosotras queríamos esa sala porque la idea era tener a los espectadores bien cerca. Hoy eso es un problema porque se agotan las entradas muy pronto, pero hubiese sido una obra distinta si la hubiéramos programado en otra sala. Acá había algo barroco que estaba muy bueno, como de un pasado glorioso un poco deteriorado, los cortinados desgastados, el dorado de las columnas.


¿Cómo fue el trabajo con lo fílmico?

Al principio del proyecto había mucho material audiovisual: estaban las películas, los televisores con manifestaciones de masas que es algo que está muy presente e incluso una cámara en vivo. Después nos dimos cuenta de que era un montón. La película funciona como un descanso para el espectador. Cuando trabajamos el guión fue muy importante decidir que estuviese ambientada en el universo medieval de la novela y enfocada en el padre Maker. También estuvo bueno asociar el personaje del descubridor de los tadeys a la figura de Osvaldo como autor: ésa fue una idea de Albertina.




¿Cómo es el vínculo con Albertina Carri?

Hay un grado de confianza y familiaridad muy alto. De hecho, nos vamos de vacaciones juntas y nuestros hijos nos padecen porque estamos todo el tiempo hablando de nuestros proyectos. Con Albertina nos conocemos mucho y tenemos una gran libertad para generar estos cruces: ella dirigiendo teatro por primera vez o yo escribiendo los diálogos para su última película (Las hijas del fuego). Lo de Tadeys estuvo bueno porque pasamos muchos momentos desde la euforia a la depresión total. Creo que siempre podemos volver a trabajar juntas y perdernos en ese proceso.


¿Cómo es la experiencia de dirigir a tres alumnos tuyos? Canela Escala Usategui, Felipe Saade y Bianca Vilouta Rando.

Genial. Doy clases hace muchísimos años, pero hace 13 o 14 que soy docente en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Está buenísimo porque es un aprendizaje enorme y al mismo tiempo conozco mucho a mis alumnes. Cuando empezamos a trabajar con esta obra decidimos que los pibes chorros de la novela tenían que ser actores jóvenes e inmediatamente pensé en la UNA porque ahí tengo un semillero enorme. Los tres son actores geniales y físicamente eran ideales para estos personajes.

Desde los 21 años, Couceyro da clases de actuación: circuló por varios talleres en ámbitos privados, fue formadora en el Centro Cultural Ricardo Rojas y hoy integra el cuerpo docente de la UNA. Dice que ese cambio fue radical: “La universidad pública es un lugar que defiendo enormemente; hoy está muy deteriorado por el vaciamiento que llevó adelante este gobierno”. Y con respecto al TNA-TC, sostiene que “la dirección de Alejandro Tantanian es muy buena porque hay algo vital en el Cervantes y esto no pasa en otros teatros públicos”.

El año pasado a Analía le tocó atravesar un episodio complicado en el Teatro San Martín. A raíz de una demanda por parte de las agencias que cuentan con los derechos patrimoniales sobre la obra de Beckett, tanto a ella como a la actriz Ivana Zacharski se les prohibió interpretar los personajes masculinos de Esperando a Godot –Lucky y el Muchacho– en virtud del “deseo” del autor de que el elenco fuese enteramente masculino. Cuando le preguntamos por aquel infortunio, la actriz declara: “Fue una experiencia muy triste y creo que la actitud adoptada por el teatro hizo que nos perdiéramos una gran discusión. De todos modos el debate se dio, pero si la institución se hubiera pronunciado podría haber sido mucho más amplio. Tadeys dialoga con eso de múltiples maneras porque aborda la cuestión sobre lo femenino y lo masculino, qué es un hombre, qué es una mujer y cómo se construyen los géneros”.


¿Qué rol creés que deben tener las instituciones públicas en el ámbito de la cultura?

Me parece que tendrían que tener un lugar mucho más importante del que tienen; hoy es un poco acotado porque está el TNA-TC y el Complejo Teatral de Buenos Aires. En el Sarmiento pasan cosas interesantes, el Alvear está cerrado hace cinco años y son pocos los espacios.

Entre sus próximos proyectos figuran la reposición de Tiestes y Atreo en el TNA-TC a partir de julio y algunas películas que rodó el año pasado (El inmortal de Fernando Spiner y La sabiduría de Eduardo Pinto). La charla termina donde empezó: en la literatura. Analía confiesa que tiene una relación amorosa bastante complicada con los seis tomos autobiográficos de Karl Ove Knausgård –serie recomendada efusivamente por su amiga Carri– y cuenta que en su mesita de luz convive la última novela de María Gainza (La luz negra) junto a un ejemplar con entrevistas a Fassbinder.

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