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  • SALA TOMADA

Krygier y Terán: los niños punks

Son amigos hace más de treinta años, compartieron la escuela secundaria con artistas como Kevin Johansen o Diego Frenkel, construyeron carreras musicales tan prolíficas como eclécticas y gestaron juntos varios proyectos. Hoy están a cargo de la música de El hombre que perdió su sombra, obra para toda la familia estrenada en 2018 en el Teatro Nacional Argentino – Teatro Cervantes, que repuso este año y agotó localidades durante las vacaciones de invierno.

Por Laura Gómez


Cuando se les pregunta por la génesis del proyecto, Axel Krygier recuerda que Johanna Wilhelm y Eleonora Comelli se acercaron para pedirle que firmara una carpeta con la propuesta que sería presentada en el teatro. Después de un tiempo, las autoras lo llamaron para decirle que finalmente había salido “lo del Cervantes”. “Yo ni me acordaba”, admite Krygier. Lo primero que hizo al enterarse de la noticia fue leer la novela inspiradora, La maravillosa historia de Peter Schlemihl, del alemán Adelbert von Chamisso. El pedido inicial consistía en componer la música incidental, pero después surgió la idea de crear canciones para los distintos personajes. “Las letras no son mi especialidad pero me animé. Yo ya venía musicalizando canciones de otros para obras de teatro, pero es un terreno bastante jugado el de la palabra”, confiesa Krygier. Y Alejandro Terán, responsable de viola y clarinete, agrega: “Estamos acostumbrados a que la música sea un evento comunicacional pero no un lenguaje en los mismos términos que la palabra. Cuando uno se mete en el territorio de la poética se abren otros parámetros de lo político”.


¿Cómo fue el proceso creativo para llegar a las canciones que hoy podemos escuchar a través de Spotify?

Krygier: Las canciones empezaron a surgir como si fueran las de Titanes en el Ring, una por cada luchador, con descripciones muy compactas de los personajes. La inclusión de Alejandro Terán fue una sorpresa para mí porque, más allá de que somos amigos hace más de treinta años, no me animaba a preguntarle si quería tocar en esta obra, que exigía mucho tiempo de ensayo y de estar en el teatro. Además, creo que no hace falta aclarar que es una persona muy ocupada y siempre parece estar en la cresta de la ola: de Cerati a Santaolalla pasando por Charly García, sin traspiés.

Terán: Son personajes que por lo general no manejan los horarios del teatro (risas).

K: Cuando Terán me dijo que sí, finalmente sentí que este proyecto musical había cuajado. El proceso creativo de las canciones se dio durante los ensayos y buena parte del trabajo lo completó el señor Terán porque yo no llegaba. En los ensayos salía un tema, se lo pasaba a Alejandro y él caía con un arreglo al otro día.

T: Las canciones salieron desde el seno del proceso creativo de los actores. Axel se metió con el teclado en los ensayos y ahí se fueron cocinando las ideas musicales, paralelamente a la búsqueda de los actores. El texto también fue trabajado así, en una cocina colectiva. Me acuerdo que en un momento faltaban escenas importantísimas y nosotros empezamos a preocuparnos porque no estábamos tan lejos del estreno. Admiramos la valentía de Eleonora y Johanna para convivir con nuestros tiempos. Ellas estaban convencidas de que el único procedimiento posible era ese: tirar las canciones al espiedo, ahí mismo, entre músicos y actores.

K: De hecho, recuerdo que cuando terminó el ensayo general se acercó Tantanian y me dijo: “Falta un tema para el saludo”. Entonces me junté con las autoras y les pedí que me tiraran más data para poder componer un tema coral que cerrara la obra. El martes o miércoles se hizo la canción y el sábado se estrenó, así que se ensayó sobre las tablas. Papelitos para todos y a aprenderse el nuevo tema.

T: No quiero spoilear nada, pero para mí el tema final le agrega un concepto importantísimo a la obra. La gente se emociona mucho; hay que venir a verla. Creo que si no estuviera esa canción, la obra podría leerse de otra manera.



En este espectáculo se pone en juego lo interdisciplinario: hay teatro, música, danza, artes visuales. ¿Consideran que una misma idea puede estar atravesada por múltiples lenguajes?

K: Lo genial es poder integrarse a un proyecto donde todos los que completan la idea son buenísimos. Los actores son ultra responsables de que esto funcione y tienen un espíritu que es a prueba de balas. Ellos, la organización dramatúrgica, la magia que hacen con los retroproyectores, la danza y nosotros poniendo nuestro entusiasmo y nuestros recursos con la música. Todo eso se complementa. Los lenguajes serían, como de una comida, su sabor, su color, su olor, su textura y su gusto.


¿Qué posibilidades expresivas encuentran en la canción?

K: Yo soy un cancionista pero me siento mucho más cómodo en estos lugares para hacer canciones. Cuando estoy solo me cuesta hacer una canción porque no le veo mucho sentido a representar algo cantando palabras. Me gusta que esté un poco deconstruida, es decir, que haya algo que no se entienda. Acá es todo lo contrario: intento que se entienda, porque cada canción representa a alguien y es una condensación del personaje para ubicar al espectador dentro de la obra. Utilizamos la poética para condensar toda la estética del personaje, su carácter y el momento que atraviesa.



¿Cómo se llevan con este mote de espectáculo infantil o para toda la familia y qué tipo de vínculo desarrollaron con un público que es muy diferente al que suelen tener en otros proyectos?

T: No es música para niños en el sentido técnico porque tiene un carácter expresionista y un montón de guiños que no son específicamente infantiles. Nada tiene que ser infantil per se, desde la idea del cliché de lo infantil.

K: Pero son canciones simpáticas y eso cautiva en algún sentido. No son bobaliconas, o al menos no intentan serlo.

T: Y con respecto al público, es toda una experiencia. Especialmente durante la semana, cuando vienen los grupos de las escuelas, porque los fines de semana vienen acompañados por sus entornos familiares y es muy distinto. Son tribus salvajes; nos han sorprendido muchísimo. No hay público tan punk como el de los niños.



Axel y Alejandro recuerdan con cariño y hasta con cierta nostalgia un proyecto que compartían allá por el año 1993: Mulo. Ahí tocaban temas de ambos orquestados por una vasta formación de músicos. Los dos encuentran reminiscencias del espíritu de aquel grupo en las canciones de El hombre que perdió su sombra. “Yo hice más de 500 discos, pero de verdad este es especial. Creo que no hay ningún material en el que toquemos tanto, y el acento está puesto fuertemente en la interpretación” destaca Terán.

Algo de ese espíritu lúdico del público infantil con el que conviven función a función parece haber contagiado a estos músicos de amplia trayectoria, que demuestran un asombro inocente ante cada nuevo estímulo: “La sala María Guerrero es imponente y muy resonante; es un lujo disponer de ese espacio antes de las funciones. Para los instrumentos de cuerda la caja de resonancia es la sala en sí misma; por eso, como decía uno de mis maestros, hay que aprender a ocupar la sala. Esta es una buena oportunidad para hacer experimentos, porque no es habitual que un músico disponga durante tanto tiempo de una sala con estas dimensiones”, remarca Alejandro con el mismo entusiasmo de un niño perdido en medio de una juguetería.

Desde el inicio de esta nueva temporada en el TNA-TC se realizaron varias funciones con recursos accesibles, destinadas a personas con discapacidad sensorial visual y auditiva. “Fue muy emotivo lo de las funciones accesibles porque podías apreciar cómo un chico ciego sentía el volumen del piano por primera vez, cómo tocaba las cuerdas. Tuve la oportunidad de guiar a un niño ciego hasta el piano para mostrarle cómo estaba hecho. Por supuesto me hubiera gustado indagar más, me quedé con las ganas. Fue muy impactante haber confrontado a ese grupo que estaba ahí para absorber una experiencia artística”, cuenta Krygier.

Esta dupla es inquieta y no descansa: Axel está a cargo de la música de Happyland, una obra de Alfredo Arias que se presentará a partir de septiembre en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, y Alejandro tiene varios discos esperando el momento de su estreno, entre ellos uno del proyecto Bajofondo. Mientras tanto, el dúo sigue arrancando lágrimas y carcajadas entre el público de El hombre que perdió su sombra.




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