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  • SALA TOMADA

Drags en el salón Dorado

Dos  Jóvenes Periodistas siguieron el proceso de ensayos de Testimonios para invocar a un viajante, de Patricio Ruiz. Esta obra ganadora del Primer Premio del Concurso de Dramaturgia del Fondo Nacional de las Artes en 2017, se presenta en la sala Luisa Vehil con dirección de Maruja Bustamante y protagonizada por Diego Benedetto, Flor Dyszel, Belén Gatti y Agustín Rittano, hasta el 10 de noviembre. 

Por Lola Roig Vibart y Eugenia Vergalito


El clima es festivo: Agustín Rittano se pasea de acá para allá con unos tacos aguja encintados a sus pies. Diego Benedetto consulta algunas cuestiones con la escenógrafa mientras se prueba un corset al cuerpo color crema que próximamente promete estar forrado del envoltorio de las golosinas “basuritas”. Flor Dyszel, solitaria, repasa el texto al lado de la ventana, y Belén Gatti hace sonar unos acordes de una guitarra criolla que tiene pegado un sticker que dice Sandro King.

Después de una semana de ensayos en el teatro, esta es la primera pasada completa de la obra. Llegamos a la sala de ensayo del piso 9 y Maruja Bustamante nos presenta a su mamá. Mientras tanto, cada uno de los actores y las actrices llevaron a cabo el trabajo de draguear a sus personajes. 

El concepto de “drag” está tomado de la teoría queer. La teórica feminista Judith Butler es quien habla de la performatividad de género: no es algo natural sino algo performático, una acción que busca reacción. Draguearse es arrastrarse fuera de la norma, resistirse al modo imperativo en que se presenta y así también señalar que el género es una convención, herramienta fundamental para instalar el binarismo que resulta de lo más funcional a la dinámica capitalista. En ese sentido, todos los comportamientos son un dragueo, todo lo que hacemos está “dragueado” y no hay nada que haga eso más evidente que la construcción de los personajes de una obra.



De a poco, va llegando más gente al ensayo. Los actores y las actrices se ponen inquietxs ante la audiencia. Se ríen y se atajan de futuras lagunas de texto, bailes improvisados y destiempos a sus ojos pocos atractivos para el público. Esa primera pasada fue el andamio de la estructura que efectivamente se irguió ensayo a ensayo. Promesas de proyecciones audiovisuales, de musicalización en vivo, de canciones coreografiadas y del mismísimo espacio en ese entonces dibujado con cinta de papel. Una obra por montar, en el más profundo sentido que la cultura drag hace del término.

Cerca del final de la pasada de aquel primer ensayo llega Pato Ruiz. “Draguear va más allá del des-territorializar el cuerpo, es una militancia, vos podes draguear una pared de tu casa”, explica. Al terminar el ensayo confiesa que la obra es una pieza autobiográfica. Ese protagonista actor-director  que edita fragmentos sobre un amante al que conoce en un viaje y al cual intenta reconstruir a partir de testimonios de aquellos que lo recuerdan se vuelve un personaje aún más conmovedor al saber que él atravesó una situación similar. Su presencia en los ensayos fue constante, siempre al borde de saltar.



Pato defiende su escritura como algo vivo para transformar, un “activismo del eclecticismo". En su página uno puede leer: “Escribo sobre lo urgente (...) En un mundo carente. En un cuerpo como territorio en disputa. En una humanidad demasiado joven para tanta razón. Escribo todos los días para entrenar y para que no se escapen imágenes, ideas, chistes, ocurrencias, nombres, apofenias”.

Esta obra no es otra cosa que un cruce entre ficción, documental y autobiografía, un rompecabezas de momentos, encuentros y reflexiones que el protagonista intenta armar. Los distintos lenguajes de la obra fortalecen la experiencia del cuerpo como rebelde a las palabras que dividen y encasillan. Pocas semanas antes del estreno, Pato aparece proyectado en los videos, en su performática rebeldía, vestido de Liza Minelli, como el viajante que es perseguido. 

En el siguiente ensayo, Flor, Diego y el asistente de Maruja, Marcelo, se encontraban conversando con la sala vacía. Maruja no se sentía bien y decidieron, sobre la marcha, suspender. El trabajo de Maruja sobre el tema que ronda la obra la involucra más allá de la misma no para. Maruja afirma que antes de involucrar el análisis racional prefiere creer. Eso se refleja a la hora de trabajar. Los actores y las actrices prueban con total libertad, y al final de cada ensayo, ella les da una devolución de lo que le pareció. 



Para Maruja, se trata de cuestionar prácticas con las que convivimos cotidianamente. Así como generar nuevos códigos en este mundo tan binario. El drag, el teatro y el proceso de ensayos de esta obra fueron un trabajo de todxs, desde la dramaturgia, la dirección y la actuación de denunciar. Si los comportamientos sociales se construyen culturalmente, una de las formas de hacerlo es con la representación. La entera personalidad de uno es una construcción y se tiene un control muy relativo sobre ella. 

En una obra que celebra el amor homosexual, el trabajo con identidades disidentes, lejos de plantearse como provocativa, se aproxima desde el humor y la sátira. Un clima que se construye no sólo en la puesta sino desde la dinámica de los ensayos en los que siempre hubo una mesa con mate y comida para encontrarse antes de arrancar la pasada.  

Belén y Diego hablan de inquietudes y búsquedas sobre su trabajo. Belén cuenta que el personaje de Emi, la mejor amiga del personaje que hace Diego, es un homenaje a una amiga de Pato que se murió. Se charló de los cambios anímicos que recorre la obra, del contraste entre la exacerbación y la celebración de los momentos de cabaret y el post depresivo del amanecer al otro día. Sobre la celebración de la rebeldía que adquiere lo marginal por la noche, lo solitario o agotador que se puede tornar esa lucha de día y de cómo se trabaja en la obra. Diego se cuestionaba para sí esos pasajes situacionales.



También él viene del mundo drag: trabajó con Maruja muchas veces vestido como mujer y de hecho ha sido jurada de concursos. Entre sus preocupaciones también estaba que el maquillaje drag le diera a sus rasgos una expresión malvada en escenas que no creía atinado. Draguearse y desdraguearse a velocidad del rayo es otra de las destrezas que se fueron perfeccionando a lo largo de los ensayos y en la medida que aparecían los vestidos, pelucas, sombreros y calzado. 

Una vez en el salón dorado, los números musicales se volvieron el show de cabaret que prometían. Las luces y los vestuarios terminaron de configurar la fiesta cuando Latonia agarra el micrófono.



Latonia irrumpe en reiteradas ocasiones con números musicales que modifican el espacio costumbrista en el que se desarrolla la obra. A diferencia de los demás integrantes del grupo, no se encuentra tan cercana al mundo drag. Sin embargo, explora las distintas fases de la performance de género muy bien: los tacos, el deshabillé, los trajes, el maquillaje, los gestos, la forma de caminar y de llevar los atuendos. Los ojos le brillan con cada elemento nuevo que suma.

Lo mismo le sucedió en el trabajo sobre el padre del viajante quien se esconde en una barba, unas gafas y una boina. Como expresión artística, lo drag recoge elementos de la cultura popular y los hiperboliza, lleva tales elementos al exceso. 

Belén fue la última en tener su vestuario: iba apareciendo de a poco. Lo mismo pasó con los instrumentos que toca en escena. Empezó con su guitarra o, mejor dicho, la de su Sandro King y unos palillos de percusión, hasta que finalmente en la sala Luisa Vehil tuvo la batería completa. En los últimos ensayos, sus miradas penetrantes terminaron de configurarse con la barba verde llena de brillantina y el pelo engominado. El drag King que acompañó a Latonia, Osiris, es un Abraham Lincoln de fantasía, el extremo del poder que no quiere ser burlado.

Es un gesto liberador para los cuerpos oprimidos y una crítica feroz a las formas del poder machista. La principal lucha de Belén fue establecer una distancia con el drag al que le presta el cuerpo por fuera de esta obra, Juan, el tributo a Sandro. Es que el drag es lo que más le apasiona de la actuación. De todos modos, el recorrido del cuerpo de Belén en la obra permite más que proponer una masculinidad: desprejuiciada amiga de Pato que hace un asado en tetas, como también la madre que viste un elegante vestido azul. Todo pone en evidencia nuestra propia corporalidad y expresión de género y todo lo que hay de construido en la feminidad en sus distintas formas. 




La obra habla de una historia de amor. El universo drag que atraviesa toda la obra sin detenerse efectivamente en ese punto. Lo masculino y lo femenino pierden forma en una denuncia implícita que acompaña y se sostiene a lo largo de toda la pieza. La construcción de los géneros bordea toda la cuestión pero se constituye en el bordado de lo que cada personaje siente. Es una obra que indaga sobre la territorialización del amor y del cuerpo. El resultado: la sala Luisa Vehil cambió el dorado para pasar a ser el salón dragueado. 


Ficha técnica artística

Autoría: Patricio Ruiz

Actúan: Diego Benedetto, Flor Dyszel, Belén Gatti, Agustín Rittano

Vestuario: Gustavo Alderete

Escenografía: Cecilia Zuvialde

Iluminación: Verónica Alcoba

Video: Majo Malvares, Gimena Tur

Música: José Ocampo

Coreografía: Jazmín Titiunik

Dirección: Maruja Bustamante

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