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Una teoría para destruir el mundo: reflexiones de un chico King Kong

Un joven periodista del TNC escribe de manera detallada sobre la saga teatral Teoría King Kong, de Virginie Despentes, en cada una de sus presentaciones en la María Guerrero.


Por Alan Cabral





Entre julio y agosto de 2021, el Teatro Nacional Cervantes presentó una versión teatralizada del revolucionario ensayo Teoría King Kong (2006), de la escritora francesa Virginie Despentes. Durante cuatro días se realizaron cuatro espectáculos independientes llevados a cabo por distintos equipos creativos, siempre con traducción de Paul B. Preciado y versión de Alejandro Maci.

Los cuatro espectáculos -dirigidos por Mariana Obersztern, Leticia Mazur, Andrea Garrote y Lorena Vega- fueron puestas a pequeña escala para las dimensiones de la sala María Guerrero, la más grande del Teatro Nacional. Lejos de la espectacularidad, cada una de las obras buscaba economizar recursos para crear ambientes íntimos, espacios seguros donde sea posible abrir debates, exhibir secretos, exponer novedosas ideas sobre temas problemáticos. El libro de Despentes es un manifiesto por la revolución feminista: sin autocensura, interpelando al público, el texto viene a proponer una nueva visión del mundo. O mejor, viene a decir cómo destruir el mundo.

La ejecución del libro en teatro dio como resultado poderosas escenas, atravesadas por el entusiasmo y la acción de la palabra. Llevadas adelante, a veces, por una rabia descomunal y la indignación, pero también por la invitación para formar parte de algo más grande: en definitiva, el feminismo es un asunto colectivo.

Las cuatro actrices que toman la palabra —Muriel Santa Ana, María Onetto, Cecilia Roth y Rita Cortese— fueron médiums de Despentes, se dejaron tomar por el espíritu incendiario y vengativo de la autora para convocar a los espectadores. Teoría King Kong no es un libro fácil, y su puesta en escena planteaba de modo contundente algunos de los temas más preocupantes de la actualidad: las violaciones, la pornografía, la prostitución, el matrimonio, el deseo femenino, el machismo. Pero su inteligencia está en alejarse del discurso académico y hablar de un modo personal, ácido y, por momentos, gracioso. Sobre este hecho teatral, tenemos algunas reflexiones sobre tres de los cuatro espectáculos. (N.de R.: no pudo cubrirse Porno Brujas, con María Onetto y dirección de Leticia Mazur, porque sólo tuvo una función a causa de una persona contagiada y la consiguiente necesidad de aislamiento).


Chica King Kong

Dirigida por Mariana Obersztern, la obra empieza en medio de unas ruinas: luces, andamios, trípodes, cajas, micrófonos, escaleras, entre otros instrumentos y elementos escenográficos. Entre esos restos, que parecen ser de una obra que recién terminó, entra Muriel Santa Ana, con un traje de frac, como la directora de orquesta lista para su presentación.

Comienza con la explicación del nombre de la obra: a partir de un análisis de la película de 2006 de Peter Jackson, Virginie Despentes postula a King Kong como una “metáfora punitiva”, una forma de representar y entender la sexualidad en la cultura occidental. Como un ángel sin sexo, con un pubis sin genitales, el animal no es macho ni hembra, representa un estado previo a la separación cultural de los géneros. La Isla Calavera, su hogar, es un paraíso de la sexualidad polimorfa. Hasta que llega el hombre, claro. Y lo atrapan, lo convierten en un varón enamorado de una mujer rubia y hermosa, lo encarcelan y lo arrastran a la civilización. La escena final es famosísima: para escapar de sus captores, King Kong destruye la ciudad de New York y recoge con sus manos gigantes a la rubia y al poco tiempo, termina muerto.

La mujer en el escenario, la presentadora sin nombre, recoge también con sus manos, su cuerpo y su voz esta idea: destruir la noción de sexualidad como King Kong destruye la ciudad. Parada frente al público, la mujer se pregunta qué es lo que se le exige a un hombre. La respuesta es infinita: que no llore, que sepa pelear, que sea ambicioso, competitivo, que tenga el pene muy grande, que no sea tímido ni vulnerable, que no se ocupe de las tareas de la casa, que no sea delicado, que sea atractivo pero sin preocuparse demasiado por su apariencia, que sea fuerte, que no tenga miedo. Del mismo modo, las tareas de las mujeres se reproducen sin parar: que tenga hijos para trabajar y que los entregue para la guerra, que sea seductora pero no puta, casada pero no a la sombra, que trabaje pero no con mucho éxito, que sea delgada pero sin estar obsesionada, que sea por siempre joven pero sin demasiada cirugías, que tenga carisma pero no demasiado, que sea inteligente pero no más que un hombre. Todo esto, dice la presentadora encarnada por Muriel Santa Ana, es sencillamente demasiado.

La obra termina con una invitación a hombres y mujeres a participar del feminismo como asunto colectivo. El público aplaude cuando la directora de orquesta anuncia: “Una revolución feminista ha comenzado”. No es fácil, agrega la presentadora, y les desea a los asistentes buena suerte.


Imposible violar a esa mujer llena de vicios


Cuando Cecilia Roth, acompañada por luces estridentes y música de rock, pone un pie en el escenario, el público se levanta a aplaudir. Mucha gente podría preguntarse qué tiene de punk la actriz. Tal vez, haya que volver a ver las primeras películas de Pedro Almodóvar y recordarla en la piel de una prostituta drogadicta que quiere intercambiar sexo por un escondite a una de las monjas de Entre tinieblas (1983). Tal vez haga falta recordarlo, pero es difícil discutirlo: Cecilia Roth fue y será punk.

La mujer, otra vez un personaje sin nombre, llega a una gigantesca mesa de oficina, que ocupa casi todo el espacio del escenario, y comienza a escribir: narra la escena de su violación. Lo que la escritora interpretada por Roth hace es transgresivo. Como en casi todos los ámbitos, la construcción de relatos alrededor de la violación está en manos de los hombres. Estos discursos masculinos buscan nombrar las violaciones sexuales de otra manera: “ellos se confundieron”, “se pasaron un poco”, “ella estaba borracha”, “le dio señales confusas”, “ella era una ninfómana”. Siempre la culpa es de la mujer: por no luchar lo suficiente, por entregarse, por sobrevivir. Por eso, contarlo es un acto político de resistencia.

En varios momentos de la obra, mientras Roth escribe, suena su voz en off para repasar algunos puntos fundamentales del manifiesto de Despentes: existe una educación-para-ser-violada. A través del cine y de la pornografía, los hombres aprenden a violar y las mujeres a ser violadas. Además, la imaginación perversa de los hombres inventó el género rape and revange -cuya película emblema es Escupiré sobre tu tumba (1978)- donde muestran cómo reaccionarían ellos ante un hecho semejante: saldrían furiosos a decapitar a quien se cruzara en su camino. Por culpa de estas producciones, las mujeres sienten rabia por no haberse defendido, dice la escritora en la escena. Y sienten, además, rabia por sentirse culpable de eso que otros les hicieron.

La obra dirigida por Andrea Garrote muestra a una mujer apropiándose del espacio de escritura, como propone Virginia Woolf en Un cuarto propio. El espectáculo termina con Cecilia Roth preguntándose si algún día podrá dejar de hablar de ese hecho: Despentes escribió libros, ensayos, hizo películas, canciones, pero nunca fue suficiente. Siempre vuelve a ese hecho fundante porque sucede una y otra vez a incontable cantidad de mujeres alrededor del mundo. Es, al mismo tiempo, lo que la desfigura y lo que la constituye. Apropiarse de su violación significa también recuperar su voz, su cuerpo, sus palabras, su cuarto.


Durmiendo con el enemigo


Es la más íntima. Dirigida por Lorena Vega y con música en escena de Agustín Flores Muñoz, comienza con Rita Cortese presentándose a sí misma: nos dice que tiene algunas cosas en común con la autora del libro y por eso quiere compartirlo. Poco a poco, la actriz y el personaje se mezclan. Ella se sienta en el sillón, toma un vaso de whisky, mientras en las pantallas se ven escenas de mujeres caminando solas en la noche. Se pierden, también, los límites entre el texto y las anécdotas que cuenta la actriz. El tema es la prostitución femenina y los problemas de la rodean: la legislación, la relación con el matrimonio, el deseo de los hombres de consumirla, la voluntad de las mujeres de ejercerla como un trabajo. Como en una varieté, mientras el texto avanza, se van intercalando escenas dinámicas: Cortese canta un bolero, cuenta chistes, menciona noticias del día, recita un poema de Alfonsina Storni.

Antes de terminar se pregunta cómo será el futuro del sexo, después de la pandemia: ¿habrá protocolos para el sexo? Se lo repregunta, tal vez, porque sabe que el cuerpo siempre está en estado de riesgo, sobre todo los de las mujeres que ejercen la prostitución. Sin embargo, la mujer que toma por momento la voz de Virgine Despentes, afirma que la prostitución le permitió reconstruirse, adueñarse de su cuerpo, emanciparse del deseo masculino.

“La fragilidad de los hombres”, dice, jocosa, Cortese y canta un tango, el género que inventaron los varones para llorar sus penas de amor. En El género en disputa, Judith Butler se pregunta quién es el sujeto del feminismo y considera que la categoría biológica “mujer” es insuficiente. Entonces, es necesario plantearse cuál es el lugar de los hombres en este asunto. Incluso aquellos que simpatizan con la causa feminista nunca terminan de romper el pacto silencioso que existe entre varones: ellos escriben para otros hombres, se felicitan por los libros que publican, les dan los mejores papeles a actores más guapos, aplauden a jugadores de futbol, fanfarronean entre ellos, compiten por quién es el más fuerte. Algunos se quejan del sistema patriarcal pero todos obedecen.

“¿Cuándo llegará la gran emancipación masculina?”, se pregunta el texto de Despentes. Tal vez porque esos rígidos mandatos involucran también abundantes privilegios, a los hombres les cuesta más salir del espacio de la virilidad. Las mujeres, en cambio, tienen menos opciones. Por ser hoy el sexo del aguante, la valentía y la resistencia, el camino de la revolución lo marcan las mujeres. El feminismo es un asunto colectivo porque involucra a las mujeres cansadas del ideal de la perfección inalcanzable y a los hombres que no saben y no quieren ser héroes, protectores, machos. Y para todxs lxs demás. Hasta que ya no exista el sexo y todos seamos como King Kong en su isla.

Teoría King Kong en el Cervantes termina con Rita Cortese agradeciendo y nos invita a participar de la revolución feminista, que es en verdad el acto de destruirlo todo.




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