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Atender el incendio

Preocupada por la ecología e impresionada por esta obra -realizada por artistas de la localidad de Villa Lynch, en el conurbano bonaerense-, nuestra joven periodista escribió la reseña crítica sobre la puesta Todo lo que arde es mío, que volverá a escena a partir de mayo.


Por Ornella Aguilar Merlino




“Estamos juntos mientras nuestro paisaje se combustiona” es una de las tantas imágenes que me siguen acompañando días después de haber presenciado la puesta Todo lo que arde es mío, obra de teatro dirigida por Álvaro Ochoa Martinez e Ivanna Ferrando e interpretada por Abril Mata y Florencia Fernández Velasco. El eco de las palabras se mantiene. Yo pienso y agrego para mí: “Se está quemando mi cama, mis libros, mis lápices, mis juguetes y el germinador que hice en la escuela -ése que está sobre la ventana de la cocina-. Se quema la foto con lxs abuelxs en la repisa, las plantas de mamá y la mesa en la que comemos. Se está quemando mi casa, se está quemando el bosque. Se está quemando nuestra casa”. Y ahora, ¿qué queda?”

En Todo lo que arde es mío, el fuego parece arder y arrasar con todo lo que encuentra, pero hay algo que no se consume. La fuerza poderosa del vínculo entre los personajes de esta historia resiste. Sabe atravesar las llamas.

En un bosque alejado de la ciudad resuena el llanto de una nena (Abril Mata) que, desde el techo de su casa, observa cómo es atrapada por las llamas, coloreándose el paisaje de rojo fuego. Pero su perro Gino (Florencia Fernández Velasco) está decidido a cruzar el bosque para salvarla. El miedo puede hacer temblar sus garras pero no es suficiente para detenerlo. En el fondo, los cerros, el Nahuelpán, el Colorado y el Cruz, siguen en pie, firmes en el cuadro. Sin embargo, la ciudad está lejos y el humo cada vez más cerca.

Estxs dos amigxs inseparables parecen salidxs de un cuento de aventuras. Son “personajes pequeños”, como dice Ochoa Martinez, uno de sus directores, frente a la monumentalidad de la naturaleza y, sobre todo, ante los narradores habituales de los relatos. Claramente, la puesta juega con esta “menoridad” de lxs niñes y de lxs animales para alzarlos como lxs reyes de la narración y dejar entrar en escena la imaginación y la fantasía. Desde este punto de partida, el bosque con el que nos encontramos como espectadores, se configura desde sus miradas. Este gigante es el escenario favorito para las misiones infinitas y cotidianas de estxs compañerxs. Un patio de juegos que, ahora, se está pintando de humo negro.

Un bosque que, como espacio escénico, se nos presenta despojado, estructurado en dos ambientes en permanente comunicación -con telones de fondo pintados y telas plateadas en el suelo-, que son recorridos por los personajes, especialmente por Gino. También aparecen objetos como papel picado, más telas luminosas y una mesa de madera para niñxs intervenida que se resignifica convirtiéndose en el techo de la casa y, minutos después, en una parrilla. Las transformaciones son continuas durante la puesta: los objetos aparecen como signos acordes a la figura retórica de la sinécdoque, aquella que alude a la designación de la parte por el todo. De este modo, a partir de los fragmentos y de unos pocos objetos, la escena nos devuelve a una nena, a su perro, al bosque y a la casa. Explícitamente, el relato, construido desde estxs personajes “menores”, se configura en su totalidad a partir de este gesto retórico, propio de los juegos infantiles y de los juegos teatrales, donde las formas se multiplican para que todo pueda ser.

Las intérpretes se adentran en estas coordenadas lúdicas y ficcionales, en las que sus voces narradoras y sus movimientos corporales se vuelven claves para la creación de imágenes. Durante los 45 minutos de la obra, que vuelve este año a cartelera, dejamos de ver a las actrices y aparecen una nena y su perro. En las voces se entremezclan los tiempos y junto a la danza de los cuerpos, se construye el relato fantástico, atravesado por el presente, el pasado y el futuro de los personajes. Por un lado, una nena que, desde su techo, ve por la ventana como el fuego quiere alcanzar todo aquello que más ama. Por el otro, su perro, Gino, que duda en dejar a su compañera humana para buscar ayuda en la ciudad.

El conjunto de signos que se presenta en Todo lo que arde es mío - la voz, los objetos, la iluminación y la música- estructuran toda la puesta desde la mirada y las sensaciones de estos personajes “menores” frente al fuego y al mundo. En consecuencia, el contenido de la obra se corresponde con la forma en que el relato se va constituyendo en la escena.

La conexión movilizadora entre ambxs personajes se vuelve imagen poderosa y pregnante en toda la obra. Es lo único que logra escapar del fuego, aquello que la fuerza ígnea no puede consumir. Pero sus marcas no se borran. Todo lo contrario, quedan bien marcadas. Las cenizas se impregnan en lxs cuerpos. Y Gino es ahora unx con la naturaleza. Un “volcán de fantasía”, un perro dragón que entre las cumbres, ronda arriba del humo que sobrevuela la casa. Los cerros, el Nahuelpán, el Colorado y el Cruz, todavía siguen ahí, firmes en el cuadro. Entonces yo me pregunto, ¿vamos a escuchar cuando nos griten que nuestro bosque está ardiendo? ¿Hasta cuando vamos a negar el humo negro que, insistentemente, oscurece el paisaje? ¿Cuántas nuevas marcas nos creemos dispuestos a soportar? ¿Se escucha? No hay tiempo de más. La emergencia es ahora. El bosque. La casa. Se quema. Todo lo que arde es mío, es nuestro.


 

Ficha técnica

Autor: Álvaro Ochoa Martínez

Direccion: Álvaro Ochoa Martínez e Ivanna Ferrando Intérpretes: Florencia Fernández Velasco y Abril Mata Producción: Isabella Piazza Pesse

Asistencia técnica: Sergio Nicolás Fox Composición musical: Electric Girl

Arte y Escenografía: Lula Lucero Ilustraciones: Flor Sánchez Elia Vestuario: Den Gómez

Duración: 45 minutos

Sala: La Lynch Multiespacio (en Villa Lynch, partido de Gral. San Martín)

Funciones: Mayo de 2022


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