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Una lucha por la propia voz

Acerca de El ojo del destino

Dos reseñas diferentes, dos miradas posibles, escritas por dos Jóvenes periodistas, Lucía Esteban y Valentina Ayen, sobre una de las obras ganadoras del concurso Nuestro teatro y disponible en forma gratuita en el Cervantes online.


El ojo del destino

Autor: Francisco Estrada. Dirección: Mariela Asensio. Elenco: Lucía Adúriz, Laura Cymer, Osqui Guzmán y Agustín Rittano. Música: Carmen Baliero. Escenografía: María Oswald. Iluminación: Gonzalo Córdova. Vestuario: Vessna Bebek.



I- Una lucha por la propia voz

Por Lucía Esteban



Un grupo de artistas circenses planean una fuga del circo en el que trabajan y del que son víctimas. El sueño de un futuro mejor, de actuar en un teatro “con butacas mullidas” en la calle Corrientes, son las fantasías que los impulsan a escapar. Virgilio, prestidigitador, tiene el rol de guía que movilizará y motivará a su compañera equilibrista, Tamara Vázquez, para partir hacia la ciudad a hacer un espectáculo juntos. A ellos se le suman Doménico Petorutti, el nuevo muñeco de Virgilio que utilizará para su show de ventrílocuo, y Floreal Benítez, traficante de droga que sueña con ser cantante de tango. Los espectadores son testigos de las horas previas al escape desde que la aparición de un ojo en un vaso de vidrio es interpretada como una señal del destino para ponerse en movimiento. Pero esta no es la única fuga a la que se asiste, hay otra que tiene que ver con las voces que habitan en los personajes y que luchan por hacerse lugar.

El mayor ejemplo de la fuga (y pugna) de las voces es la relación entre Virgilio y su nuevo muñeco, “Peto”, quien dice aquellas cosas que él no se anima a decir. Mientras Virgilio da vueltas en su discurso y es un poco más sofisticado al hablar, Peto suelta sus verdades sin mucho reparo. Cuando Virgilio excusa su deseo de que Tamara lo acompañe en que ella “tiene una osadía” que él no tiene, Peto le refuta “vos tenés miedo y estás buscando a alguien que te apañe”. El muñeco introduce una cuota de humor al clima de suspenso creado por la atmósfera cruel del circo compuesta por una escenografía de colores gastados, sonidos de animales y música intrigante.

Es a través de ese humor que el muñeco también puede introducir en la escena algo de las verdades que los demás esconden. En una de las primeras canciones que interpreta, se presenta así: “Con mi carita labrada y pintada soy alma sincera en el lupanar”. A este mismo tópico se refirieron el autor y la directora de la obra, Francisco Estrada y Mariela Asensio respectivamente, en el ciclo Conversaciones del Cervantes online. Francisco definió a Virgilio como “alguien que quería tener otra voz” mientras que Mariela sostuvo que Peto manifiesta “el lado B, lo que no se dice” y a su vez pone en evidencia una “doble moral” que desdobla al personaje de Virgilio.

Pero Virgilio no es el único que se presenta desdoblado. Peto funciona como un primer emergente, donde se hace más claro, quizás, pero hay otros personajes que libran batallas internas. Tamara, por ejemplo, confiesa haber sido víctima, horas antes de la fuga, de una voz que le decía “así no te vas”, voz que la llevó a cometer el asesinato con el cual se condena al encierro en el circo. Se encarna, de esta manera, la lucha entre el deseo por escapar y el deseo de justicia, los cuales no son compatibles. Otro personaje donde podemos encontrar un mecanismo similar es en Floreal. Su contradicción no está solo en su tarea de artista o traficante, sino en la ejecución misma de su canto. Cada vez que entra en escena, Floreal intenta afinar y en ese ensayo abarca un abanico de tonalidades, parece otro al entonar cada frase, como si hiciera explícita la búsqueda de la propia voz.

Las contradicciones que habitan a los personajes se expresan, sobre todo, en esas voces por las que hablan y son hablados, contra las que a veces batallan y que los impulsan a actuar, a tomar decisiones que podrían condenarnos o liberarlos. En esa batalla se dirimen los personajes e intentarán descubrir su identidad y su deseo. Quedarse en el circo o escapar es la tensión permanente que motiva la obra, pero sólo es una de las muchas y condensa, a su vez, otras preguntas tanto para personajes como para espectadores: ¿Cuál es mi verdadera voz? ¿Es que existe una verdadera voz más allá de la contradicción?




II- El deseo como punto de fuga

Por Valentina Ayen



Un circo en decadencia en la periferia de Buenos Aires de mediados del siglo XX y cuatro artistas trashumantes sin el viento a su favor: Tamara (Laura Cymer), la trapecista, Virgilio (Osqui Guzán), un prestidigitador con su muñeco personificado llamado Peto (Lucía Adúriz) y Floreal, un dealer tanguero (Agustín Rittano), protagonizan El ojo del destino, obra teatral escrita por Francisco Estrada y dirigida por Mariela Asensio.

El germen de la obra parte de una imagen: un ojo en un vaso de vidrio. Francisco Estrada construye una “poética que fluye” para desprender sentidos que no fueron pensados a priori sino que construyen distintas apropiaciones por parte del público. En la obra, el ojo de un tigre domado en un vaso de vidrio es interpretado como una señal para que estos artistas se lancen a cumplir sus sueños. Este es el puntapié que motoriza una fuga de difícil concreción, donde las voluntades se tensionan y las posibilidades parecen evaporarse a medida que avanza la obra. Pero el vaticinio de un cambio abrupto y la ilusión de un futuro mejor también pueden encontrarlos unidos y dispuestos a escapar. El encanto del centro, con sus luces y avenidas, simboliza la ilusión del destino anhelado lejos de la hostil realidad que viven los personajes. El mito se activa para dar lugar al deseo fugitivo de estos artistas marginales.

El circo aparece como un universo simbólico potente y como un escenario donde pueden confluir lo trágico y lo cómico, lo lúdico y lo dramático, en sus ambivalencias y contradicciones. Lejos de una imagen idealizada del circo como espacio de divertimento y galería de virtuosismos, la obra expone un circo mediocre atravesado por múltiples violencias y humillaciones. Tal como lo expresa Mariela Asensio en la entrevista del ciclo Conversaciones disponible en el Cervantes online, “es un circo atravesado por la violencia, hay cierta hostilidad y por eso todo el tiempo están intentando salir. La impronta es querer irse, zafar. Todos. Desde el propio Virgilio hasta el dealer. Todos quieren irse, por un sueño, por lo que sea”.

La contracara para atenuar la crudeza de la obra es la hiperteatralidad y la comicidad que genera. Hay una primacía de lo teatral que es central en la construcción de la propuesta y la aleja de lo cinematográfico (más allá de que es teatro filmado y eso supone un diálogo con el lenguaje audiovisual). Lucía Adúriz dice que sintió “absoluta libertad y amplitud de imaginario total, de fervor y voracidad por el juego, ya que había algo de lo teatral que permitía que el juego se montara sobre el ritmo, sobre los relevos, sobre la diversión de esos cuerpos y no preocuparan tanto otras cosas”. Es destacable el trabajo compositivo en torno a las partituras de movimiento, el manejo de la voz tanto hablada como cantada en escena y la construcción del personaje del muñeco, por su capacidad lúdica y expresiva.

“Cuando uno se vuelve recuerdo anda con poco y nada encima. Todo depende del que lo evoca”, dice Floreal en uno de sus tantos arrebatos nostálgicos teñidos de mística tanguera. Ese fragmento de texto no sólo es una expresión del sentimiento de ese personaje sino un núcleo de sentido de la obra. La nostalgia de un pasado mejor devenido caótico e insulso, la frustración de los artistas por no poder desarrollarse en ese entorno de maltrato y dolor y la esperanza que brinda la señal del ojo del destino configuran esa posibilidad deseada: volver a ser evocados, volver a ser valorados. Como canta Peto hacia el final de la obra: “Tanto maltrato y dolor, quedan los sueños en el tintero para un momento mejor”. El ojo del destino habla del arte y de la realidad de los artistas marginales, que sumidos en sus frustraciones pero también aferrados a sus ilusiones se embarcan en el camino errático del deseo por perseguir sus sueños.













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