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¿Quién es el salvaje?

Reseña de Los que aúllan son lobos, obra del ciclo Nuestro Teatro Federal, disponible en el Cervantes online

Por Lucía Esteban, Mariano Bustos y Sofía López López


Un humo azul avanza sobre el escenario, dos hombres vestidos con mamelucos y un equipo protector compuesto por máscaras y barbijos arrastran una bolsa de arpillera pesada al medio de la escena. La forma en que caminan marca un ritmo que se abre paso a medida que el humo gana lugar y aumenta el volumen de lo que parece un órgano. De la bolsa emerge un joven vestido con una camisa mal abrochada, quien relata los abusos que sufrió por parte de su padre. De este modo, los espectadores se adentran en la vida y en la mente de este joven para tratar de entender qué fue lo que lo llevó a estar en ese lugar. Así comienza Los que aúllan son lobos, una de las obras ganadoras del concurso Nuestro Teatro, escrita por Alan Cabral y dirigida por Mariana Ortiz Losada, creada casi enteramente en el contexto de la pandemia y estrenada el 21 de mayo de 2021, a través de la plataforma virtual del Cervantes.

La obra se centra en la vida de ese muchacho, de quien no se conoce el nombre (si es que alguna vez tuvo uno). Su narración comienza mucho antes de que empiece a hablar. Su cuerpo, los movimientos que hace con los brazos, la gestualidad de su rostro y su baile indescifrable aportan los elementos para la construcción de un relato que va mucho más allá de las palabras. “La voz herida es la más hermosa”, dice en su monólogo el joven que estuvo expuesto a la violencia paterna durante toda su vida. Las palabras nunca fueron para él una posibilidad, sino un deseo difícil de alcanzar. Y es en el momento de confesión que encuentra el cómo decir. “Las palabras permanecen en el cuerpo, como permanecen las estrellas en el cielo, están aunque no las podamos ver”, dice el joven al comienzo de la escena. Desde ahí es posible pensar una clave que se desarrollará a lo largo de la puesta: las múltiples posibilidades de un cuerpo vulnerado.



El relato narrado en primera persona, acompañado por un fuerte trabajo corporal y la mirada del protagonista hacia la cámara son rasgos característicos de este espectáculo. La trama de la historia se narra con pasajes poéticos que se cuelan dentro de un testimonio crudo sobre abuso y violencia. Pero esa violencia no se transmite solo por la palabra, también se presenta en el accionar de dos de los personajes sobre el protagonista. Los hombres que lo trajeron arrastrado delimitan su espacio de expresión, moldean sus movimientos con la ayuda de unos palos y hasta lo amordazan. No hacen otra cosa que disciplinarlo, indicarle un camino que el joven parece todo el tiempo desafiar. “El texto no toma partido. Nosotros sí, y compusimos desde esa idea: agregamos un afuera hostil y agresivo, encarnado por esos dos carceleros -que no formaban parte del guión original-, y por el músico, al que consideramos una suerte de jefe de carceleros, que despliegan un entorno más violento que el mismo núcleo familiar”, dice la directora sobre la decisión de apoyar el relato con esos recursos.

Los que se enfrentan son el cuerpo “civilizado” frente al cuerpo “animal”, a la naturaleza salvaje que termina por primar en el protagonista y también le brinda la posibilidad de rebelarse ante su padre, quien lo hizo crecer encadenado como una bestia. Fue Gris, el lobo que un día llegó hasta su casa y se convirtió en su compañero de reclusión, quien le permitió al protagonista desarrollar su identidad salvaje y ser parte de algo más grande, una manada. “La figura de Gris es un contrapunto a la figura del padre, en tanto que cada uno representa una forma de estar en el mundo”, expresa el autor, Alan Cabral. “Padre” y “lobo” se presentan como dos modelos entre los cuales se dirime el joven: el del sometimiento o el de la liberación.

La particularidad de este espectáculo es que permite una amplia gama de interpretaciones por parte de los espectadores. En ese sentido, son varias las aristas que quedan abiertas para que el público interprete la historia. “Todo el dispositivo que creamos para la pieza busca plantar en la cara del espectadxr esta crudeza, interpelar su mirada, provocar un posicionamiento, inquietar. Creemos que la obra busca generar una posición de escucha en la audiencia que permita tanto la empatía como la incomodidad”, dice Ortiz Losada. Pero hay algo que es definitorio: lograron aprovechar las distintas cámaras utilizadas para registrar la obra y ese recurso se convirtió en una herramienta de intensificación del trabajo actoral. “Apoyados en la tenaz idea de hacer resistir lo escénico en esta migración al lenguaje audiovisual, decidimos que dichas cámaras operen como espectadores, porque al mismo tiempo- y fruto de esta mixtura de códigos- también es a través de esos lentes que la audiencia real accede a la pieza”, explica la directora. Los que aullan son lobos es uno de esos golpes de realidad. Es un grito de dolor en el que se resumen miles de gritos ahogados por la impunidad que impera en el mundo.



 

Ficha técnica


Los que aullan son lobos


Autor: Alan Cabral / Elenco: Damián Cegarra Anze, Augusto Monk, Julián Riveros y Pablo Szakiel / Música: Augusto Monk / Luces: Carolina Rabenstein / Equipo audiovisual: Federico Pérez Losada, Guillermo Roig y Luciano Zerr / Sonido: Horacio Almada / Dirección: Mariana Ortiz Losada / Disponible en Cervantes Online / acceso libre y gratuito / Duración: 34 minutos.


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