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“La autocensura es la muerte del artista”

Gonzalo Demaría, el autor de La comedia es peligrosa, la obra especialmente escrita para el Centenario del Teatro Nacional Cervantes, responde acerca del proceso creativo, el arte y el oficio de su tarea y las decisiones a tomar cuando asume el viaje de una nueva creación.


Por Ángeles Herrera y Rocío Vélez



Les Jóvenes periodistas y el Taller federal de escritura escénica del Teatro Nacional Cervantes entrevistaron el 22 de septiembre, en conjunto y mediante Zoom, al reconocido dramaturgo, novelista, ensayista, compositor, director teatral y guionista argentino Gonzalo Demaría, autor de muchas obras como las que conforman la tetralogía acerca de las dictaduras argentinas: El diario del peludo, Juegos de amor y de guerra, Deshonrada y Happyland. Especialmente escrita para la celebración de los cien años del TNC, es también el autor de La comedia es peligrosa, estrenada el viernes 15 de octubre en la sala María Guerrero, un trabajo ambicioso, dirigido por Ciro Zorzoli, en tres actos -como las obras de la época a la que alude- y con un gran elenco integrado por 16 actores y actrices.




-¿Cómo surgió la idea de La comedia es peligrosa?

-Hará más de veinte años, empecé a juntar información para un libro sobre los virreyes, siempre me pareció fascinante investigar esos personajes. Fue así que encontré, en Madrid, el testamento del virrey Vértiz que aportó algo a La comedia es peligrosa. Él se ocupó de construir lo que se conoce como el primer teatro estable de Buenos Aires, La ranchería, que abre en 1782. Hasta entonces el teatro que conocía Buenos Aires era un teatro de carromato, como en las viejas épocas de la España anterior al Siglo de Oro. Juan José de Vértiz y Salcedo muere soltero y, en una nota al pasar, dice que deja algunos valores a un Sargento y escribe, si no me acuerdo mal, “que me ha acompañado en los últimos 20 años y que vive conmigo”. Por eso, especulamos con Ciro Zorzoli que sería fantástico que el virrey de las luminarias, perdón por el anacronismo, fuera gay además. Nos gustó tomar eso como un dato cierto para especular una trama en nuestra ficción.


-¿Es un texto versificado?

-Sí, es absolutamente en verso. No lo decidimos de entrada pero se sabía que iba a ser algo ubicado en el virreinato. Siempre he escrito más bien en prosa pero entendí que ésta era la oportunidad para hacer justamente algo grande y ambicioso. No son versos libres, es una versificación absolutamente rigurosa, como había en el teatro de la época. Así que fue una escritura de mucha exigencia.



-¿Cuando escribís actúas o pensás en algún actor?

-No soy de actuar los textos. Puede que los lea en voz alta, para captar algo que quizá se me escape del ritmo de la escritura. En cuanto a los actores pienso más en los personajes y en su verdad, siempre va a tener más vida si el personaje es real en sus términos, cuando uno piensa en un actor te suele limitar. Me ha pasado de que escribiendo algo se me viene a la mente determinada actriz pero también me ha pasado de frustrarme porque no la consigo. Es muy ingrato escribir a medida, no digo que no lo haya hecho; a veces puede salir bien, pero la mayoría no.


-¿Cuando escribís en verso primero escribís en prosa o decidís que lo que se dice tenga significado y al mismo tiempo ritmo?

-Si yo decido escribir en verso, me mando con el verso. Lo que se cuenta en Tarascones (otra de sus obras que también dirigió Zorzoli y que se estrenó en el TNC en 2016), por ejemplo, es una tontería, la anécdota está cien veces contada, si fuese en prosa podría ser una comedieta de living. Pero uno de los propósitos de Tarascones fue parodiar esas obras y yo quise darle espesura al lenguaje; el propio verso usado con libertad, cuando fluye, puede ser una gran herramienta de humor.


-¿Tenés algún límite al escribir?

-Lo peor que uno puede hacer es la autocensura, sentimiento que no puedo negar que en algún momento tuve pero cuando me di cuenta, traté de combatirlo inmediatamente. No me interesa para nada la corrección política, le tengo aversión. Detesto los lugares comunes, las frases hechas, el pensamiento único, pero soy hijo de mi tiempo y a veces esos fantasmas también me asaltan. Trato de combatir la autocensura, porque si la censura es mala, la que se aplica uno mismo por miedo a qué van a pensar es la peor, es la muerte del artista.


-¿Usas vivencias propias en la ficción que creas? Y si es así, ¿de qué manera lo hacés?

-Se dice que uno escribe sobre uno mismo aún cuando es ficción. Ninguna de mis obras diría que es autobiográfica pero también todas lo son, porque salieron de mí y se han colado ahí personajes, cosas que escuché. Cuando estaba escribiendo Deshonrada un amigo murió de meningitis, fue algo bastante traumático y se coló en mi escritura. Se ve que necesitaba hablar de eso cuando estaba escribiendo la obra. No quiero decir que me sirvió para aliviar porque sino parece que uno escribe para hacer terapia y yo no lo hago. Pero como efecto secundario me hizo bien.


-¿Cómo pensás al tiempo y al espacio en tu escritura? ¿Las acciones rigen y ordenan el tiempo y el espacio o es al revés?

-Es un poco de las dos cosas. Por supuesto que tiempo y espacio son decisivos en las acciones porque, por ejemplo, en La comedia es peligrosa, ya situarse en épocas del virreinato en 1782 en Buenos Aires, me somete un poco a determinadas acciones, tengo que pensarlas en ese contexto. Aun cuando me tomé la libertad de recurrir al anacronismo y a todo tipo de recursos del teatro cómico pero, así y todo, tengo que pensar en que estamos en una época en la que hay carruajes, que no se usan celulares o que el virrey vive en un fuerte.


-¿Dónde encontrás la ambición evidente en toda tu escritura y, en esta ocasión, con La comedia es peligrosa?

-Quería descubrir quiénes eran esta especie de nobles que existían acá y que nos gobernaban en nombre de España y pensar en una acción, vodevilesca. La obra es un homenaje al teatro ampliamente entendido, está llena de anacronismos y, en lo formal, podría ser una obra escrita en el siglo XVIII, ya que tiene tres actos. Por ejemplo, tiene un par de intermedios musicales, pero también tiene rasgos de un teatro mucho más tardío, el vodevil francés. ¿De dónde saqué la ambición? De darme los gustos. De divertirme con la escritura, porque es un trabajo tan duro que no tiene sentido si no resulta. No creo que el público se divierta si primero no me divertí yo al escribirla.





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