Santafesines de nacimiento, Griselda Montanaro y Gastón Exequiel Sánchez son les bailarines de El hombre que perdió su sombra, la exitosa obra que este año volvió a la María Guerrero. En una larga charla, reflexionaron sobre su arte y el espacio que ocupa en el panorama teatral.
Por Carolina Micale
“Estoy cuestionando mucho lo que hacemos, me refiero al oficio del bailarín. Hasta donde llega el alcance laboral de la danza”, dice Gastón Exequiel Sánchez. Está sentado junto a Griselda Montanaro, su compañera de elenco. Ambos integran El hombre que perdió su sombra, obra que se repuso este año en el TNA – TC. A partir de una primera impresión, Montanaro parece más introvertida y Sánchez, por su lado, habla y reflexiona sin parar. A medida que comienzan a contar sus historias, notan que los inicios de sus carreras artísticas fueron bastante similares. Ambos nacieron en Santa Fe. Sánchez en la capital y Montanaro en Venado Tuerto. Empezaron con la danza más tradicional: clásico, folklore, español y tango… las posibilidades que la provincia tenía para ofrecer en ese entonces. Con el tiempo se fueron sumergiendo en algo más “experimental” como la danza contemporánea, la improvisación y la performance.
“Te voy a contar acerca de Gastón. Vi dos obras de este señor y me encantaron”, halaga Montanaro a su compañero. Con esa misma modestia, cuenta su propio camino. Llegó a Buenos Aires gracias a una beca de la Fundación Julio Boca. Siguió como docente, bailarina en grupo Unsam, con Oscar Araiz, y, actualmente, es maestra en Arte en barrios, donde acerca la danza a sectores de la ciudad más relegados, como la Villa 31, Fátima y La Carbonilla. Cuando era chica, y todavía residía en Venado Tuerto, admiraba a Paloma Herrera. Sin desmerecer su talento, dice que, en realidad, era lo único que conocía: “En los 90, había un movimiento de danza contemporánea increíble del cual no sabía nada, y por entonces admiraba a bailarines clásicos”. Una década después, comenzó a audicionar para diferentes propuestas, participó de óperas en el Colón, y llegó al Cervantes en el 2014, con Juan Moreira, dirigida por Claudio Gallardou.
Tanto Griselda Montanaro como Gastón Sánchez quedaron seleccionados para El hombre que perdió su sombra por una convocatoria abierta que realizó el TNA. “Somos los únicos del elenco que entramos de esa manera. Es algo inusual. Sólo faltaban bailarines y tuvimos la suerte de quedar”, cuenta Sánchez. Con un comienzo similar al de su compañera de elenco, el bailarín se define como alguien curioso, que atravesó todo tipo de ritmos y áreas, teatro y cine. También es autor de algunas obras de danza contemporánea, donde prima más el cuerpo que el texto, como Lobo, te amo (una ficción muerta), Solem, y Shoot me, una instalación performática.
Alrededor de cada experiencia que narra, hay una pregunta que rodea su relato: ¿hasta dónde llega el oficio del bailarín? Señala que la danza no ocupa tantos espacios como el teatro, a excepción de algunos lugares oficiales. “Por fuera de integrar un cuerpo de bailarines estable, no hay demasiado mercado, movimiento económico, artístico o profesional dentro de la danza”, dice Sánchez. Cuenta que intenta recuperar esos espacios a su manera, pero que cae en “lo que hacen todos”, con las herramientas que tienen al alcance: “Termino trabajando con un amigo, en una salita. Y como resultado de estas limitaciones el oficio queda un poco vulnerable”.
Unas horas antes, ambos se encontraban preparando a la artista que reemplazaría a Montanaro durante las últimas funciones de la obra. La bailarina se irá de gira con sus maestros de tango por varios lugares de Asia, como Japón, Corea del Sur y China. Cuentan que, al finalizar el ensayo, se detuvieron a conversar con Eleonora Comelli. La codirectora de la obra también proviene del mundo de la danza. La charla derivó acerca del espacio relegado que se brinda a los bailarines y en la importancia de dar visibilidad al tema. Para Sánchez, es un pensamiento recurrente que forma parte de su presente. Al comentarlo con Pablo Fusco y Sebastián Godoy, sus compañeros de elenco, los tres bromeaban acerca de esta realidad: “Yo les hablaba de lo que pensaba del oficio. Con ese humor que le explota en el cuerpo, Pablo me decía ‘yo soy payaso, hermano’, como diciendo ‘dejá de quejarte, si hay algo que está más abajo, es un payaso’. Me hizo darme cuenta de que hay muchos que están en la misma situación”, reflexiona.
“Cuando llegué a Buenos Aires, había una fuerte movida cultural de la danza en muchos teatros, como el Alvear. Eso no lo vi más. Le dieron prioridad a determinado sector”, señala el bailarín. “Pienso que es una cuestión más política que cultural. Hay mucha formación, mucha oferta y gente ávida. Cuando se dice ‘la gente no ve, no sabe, no le gusta’, es porque falta informarla”: Sánchez defiende el oficio en el que se formó y se le quiebra la voz. Desea que confíen en el baile, que se apueste a otro tipo de expectación. Cuando se le pregunta qué lugar quiere para la danza, responde: “En las mesas de discusión de la gente que tiene el poder. En las mesas de consenso. En todos los lugares que se pueda”.
Montanaro sueña con viajar y conocer la danza contemporánea en países como Bélgica y Alemania. Sánchez quiere montar una obra grande en donde prime el leguaje del cuerpo. Al imaginar si venderían su sombra a cambio de lo que desean –como ocurre en la historia de Peter Schlemihl, el protagonista de la obra– una simple respuesta desata más debate y reflexión. “El cuento dice lo que narran la mayoría de los cuentos. Uno se vende al poder por lo que quiere. Resigna algo por amor o lo que sea. Yo siento que muchas veces piso el palito”, dice Sánchez. Por su parte, con humor Montanaro dice que con la obra aprendió la lección: no debe vender su sombra, por supuesto. Sin embargo, al escuchar a su compañero, cambió su respuesta: “Todo el mundo hace concesiones al sistema. Por ejemplo, si querés bailar sólo lo que te gusta, con un coreógrado en particular, no conseguís laburo. Cada vez que aceptas un trabajo que va en contra de algún principio, estás vendiendo tu sombra”.
Cuando termina la entrevista, continúa el debate. Comienzan a hablar sobre la serie estadounidense Breaking bad. Ambos tienen diferentes miradas sobre el protagonista Walter White y se preguntan si vende su sombra o hace todo lo contrario. Antes de salir por la puerta, Montanaro se gira y aclara: “Si pasa tal cual como en la obra, llega El Hombre Gris y me ofrece el cambio, ahí digo que no”.
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