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SALA TOMADA

Dos miradas sobre Testimonios para invocar a un viajante

La obra de Patricio Ruiz y dirección de Maruja Bustamante motivó dos críticas, muy distintas entre sí, de dos jóvenes periodistas: Entre el drag, lo camp y el melodrama, de Sofía Leibovich, y La obra-fiesta, de Sol Putrino.


Entre el drag, lo camp y el melodrama

Por Sofía Leibovich


Empieza la función y se escucha: “Maldita sanguijuela / maldita cucaracha / que infectas donde picas / que hieres y que matas / alimaña, culebra ponzoñosa / desecho de la vida / te odio y te desprecio…”. Aparece una Drag queen que mueve los labios y hace que canta con peluca rubia platinada, tacos aguja y un vestido ceñido al cuerpo. De vez en cuando mira al público, guiña un ojo. Tiene una presencia magnética, imposible de ignorar. Segundos después, la voz de Diego Benedetto –el protagonista, que sería un alter-ego de Patricio Ruiz, el dramaturgo– rememora una noche de pasión en México. Dice que se enamoró de un hombre a quien vio esa única vez, recuerda sus seis lunares, su cuerpo, un tatuaje, el humo de un porro, frases dichas al pasar, un “te amo” sin respuesta. En la pared de la habitación se proyectan imágenes de una ciudad en movimiento, la cara de un hombre en drag, ¿el amante?, representado por Ruiz. A Benedetto se le quiebra la voz, recuerda que, cuando él se fue, el mundo le pareció mucho más feo, apagado, más solitario.

Testimonios para invocar a un viajante oscila entre el drama y la liviandad, entre lo serio y lo cómico, lo ficcional y lo autobiográfico. Estrenada en el TNA-TC, con la dirección de Maruja Bustamante, la obra trata sobre un amor que podría haber sido, sobre el intento de Benedetto de recrear una imagen, de conocer en profundidad a un hombre. Con el pretexto de filmar un documental, se encuentra con personas que lo conocían: su padre, una ex pareja, una amiga que también se enamoró de él. El personaje del hombre se construye a partir de anécdotas, de fragmentos sueltos, de los corazones rotos que fue dejando en el camino, como una tormenta que arrasa con todo y sigue. El protagonista parece más enamorado de la idea del amor, de la melancolía, que del objeto de deseo, que pareciera ser apenas un pretexto, una excusa para indagar en lo que más le interesa: lo que el hombre provoca en los distintos personajes, en él mismo. En Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes define la “anulación” como “explosión de lenguaje en el curso del cual el sujeto llega a anular al objeto amado bajo el peso del amor mismo: por una perversión típicamente amorosa lo que el sujeto ama es el amor y no el objeto”. Podría afirmarse que Ruiz es una víctima –gozosa, voluntaria– de ese estado, que lo que importa en la obra son los sentimientos, cómo este personaje hecho de voces ajenas que marcó las vidas de quienes lo conocieron.



Con una estética camp, números musicales, proyecciones dentro de la escenografía –un pequeño departamento con cocina, habitación y patio–, vestuarios extravagantes, la obra se construye a partir del cruce de registros. La precariedad del departamento –una cocina minúscula con una pared destartalada– contrasta con los looks glamorosos de las Drags, brillos, lentejuelas y pelucas relucientes. Los números musicales rompen con la seriedad de ciertos monólogos de Benedetto, que por momentos resultan excesivamente dramáticos. Así y todo, el tono general de Testimonios está lejos de ser solemne; es una obra vital, una especie de oda a la juventud, a la amistad, a la experiencia por la experiencia misma. En cuanto a la actuación, es especialmente destacable el trabajo de Agustín Rittano como La Tonia: cada vez que aparece se adueña del escenario, su verborragia y efusividad generan un choque interesante con la timidez de Benedetto.

Testimonios para invocar a un viajante es una obra-documental donde se explora qué les pasa a los que se aferran a un amor imposible, a un recuerdo. Las proyecciones dan la sensación no solo de movimiento, sino también de sucesión temporal y espacial, exhibiendo los lugares por los que transitan los personajes, además de otorgarle un matiz onírico. En Testimonios… conviven el melodrama y lo precario, recursos cinematográficos, la biografía y la ficción, así como la exploración de la identidad sexual. Se mete de lleno en las experiencias de quienes fueron –o se sienten– abandonados, pero desde una posición de goce, de celebración, de puesta en evidencia de que, después de todo, la vida sigue.


La obra-fiesta

Por Sol Putrino

El Salón Dorado del TNA - TC se corre de su conservadurismo originario para brillar a lo drag; en un dorado drag, un verde dólar o en una Liza Minnelli con bigote. Testimonios para invocar a un viajante, escrita por Patricio Ruiz y dirigida por Maruja Bustamente, habita y testimonia un mundo que para muches es como estar en casa. Nos hace espectadores de un universo que no se enuncia desde el exotismo ni sobre lo ajeno, sino sobre lo propio, lo humano y el amor. En Testimonios… se asiste a una teatralización de la fiesta. Y el drag es una fiesta teatralizada. Según cómo se la mire, es una obra-fiesta o una fiesta-obra.

Desde 2017, a partir de la nueva gestión, el teatro tomó un giro curatorial que permitió el ingreso de universos simbólicos en los cuales se cuestiona la normatización de los géneros. Así ya sucedió con las dos obras de Copi en 2017, como con Tadeys, de Osvaldo Lamborghini en 2019. Esta vez lo hace con un hecho teatral que, sin abandonar la ficción, linda con lo biográfico y lo documental mientras es puesta en escena la producción de un film. El nombre de la obra funciona como una consigna explícita. Se trata de escenificar la fiesta como un territorio permanente que aúna los distintos espacios y personajes que invocan a un viajante; que ya ni se sabe si lo que se invoca es a él o a sus experiencias. La fiesta es el último testimonio que conmemora y que, a su vez, infiere en cuestionamientos existenciales.

Pero la obra-fiesta es también una obra proyectada. Cabe destacar que esto no significa ver una película. Aunque se devela el hacer del documental fílmico, no se asegura el estar viendo cine, sino que por lo contrario, se reafirma el estar en el teatro porque hay una obra produciéndose en el momento y con cuerpos presentes. La liminalidad de Testimonios… surge del tecnovivio. Es decir, la confusión de si estamos viendo o no una película, nace de la proyección de un video que escapa a los imprevistos manifestados en la naturaleza viva. Sin embargo, el teatro no cesa. Aquellas proyecciones grabadas, montadas y editadas se encuentran sujetas a la espontaneidad del hecho teatral. El teatro implica estar disponible porque la novedad de cada función se absorbe por la metáfora producida.



La actuación también alimenta la confusión ya que es como si se tratara de una actuación frente a cámara. Probablemente, el rasgo cinematográfico que pueda apreciarse en el trabajo actoral emerja de la función documental de la que se apoya la obra. Además, se suman otros componentes que juegan con un espectador, también entrenado en el código fílmico, como la batería en vivo al estilo Birdman (A. González Iñárritu, 2014), los subtítulos de un testimonio en inglés y, sobre todo, el texto dramático que se asemeja al de un guión de cine en mérito de una acción fuertemente anclada en los diálogos. La acumulación de estados, que suele ser ejercida por el actor, se produce y distribuye en esta obra drag por medio de otras materialidades artísticas. Y así es como los diferentes lenguajes se encuentran e integran en el teatro.



Ficha técnica

Dramaturgia: Patricio Ruiz

Actuación: Diego Benedetto, Flor Dyszel, Belén Gatti, Agustín Rittano

Actor en video: Patricio Ruiz

Video: Majo Malvares, Gimena Tur

Coreografía: Jazmín Titiunik

Música: José Ocampo

Iluminación: Verónica Alcoba

Vestuario: Gustavo Alderete

Escenografía: Cecilia Zuvialde

Dirección: Maruja Bustamante


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