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  • SALA TOMADA

Al alcance de todxs

Una visita táctil para personas ciegas es un viaje a lo posible. Previa al inicio de la función accesible del 12 de junio de El hombre que perdió su sombra, un grupo de estudiantes con discapacidad visual recorrió el foyer del TNA acarició la escenografía, el vestuario, la utilería de la obra, charló con el elenco, palpó los detalles y absorbió toda la información que sus manos y oídos tuvieron, esta vez, más cerca que nunca.

Por Carolina Micale



La maravillosa historia de Peter Schlemihl, el hombre que entregó su sombra a cambio de riqueza infinita, se escondía tras las bambalinas del Cervantes y estaba lista para ser redescubierta.

El miércoles 12 de junio a la mañana, el TNA - TC se preparaba para recibir a 13 niños y niñas con discapacidad visual de la escuela n° 33, Santa Cecilia. A las 12 en punto estaba pactado el inicio de la visita táctil –un logro del área de Gestión de Públicos del teatro junto con el programa de Accesibilidad Cultural de la secretaría de Cultura de la Nación– para que los jóvenes pudieran percibir este palacio barroco a través de historias y anécdotas. Además, conocerían detalles de la obra El hombre que perdió su sombra, que dos horas más tarde iban a presenciar, mediante el contacto directo con el escenario, la escenografía, el vestuario, la utilería, y un encuentro con los músicos e intérpretes.


Las risas y los murmullos iban cesando. Empezaba la visita. El reconocimiento de los espacios se daba a través de explicaciones y comparaciones: “El foyer, o vestíbulo, es grande como el patio del colegio”; “Las lámparas se llaman arañas, por su forma”. Luego, comenzó la introducción a la obra. Lxs niñxs escuchaban atentos sobre la aventura de Peter (Santiago Otero Ramos), su amor por Fanny (Griselda Montanaro) y todo lo que enfrentaría al entregarle su sombra al Hombre Gris (Sebastián Godoy), a cambio de todo el oro que quisiera.  Detrás del grupo, Johanna Wilhelm, escenógrafa, retroproyectista –junto a Gisela Cukier– y directora de esta versión libre del clásico libro de Adelbert von Chamisso junto a Eleonora Comelli, dejaba correr algunas lágrimas de emoción. Ese día, la obra incorporaba nuevos sentidos y la historia comenzaba mucho antes de que se abriera el telón. 

Al recorrer los pasillos, las manos rozaron las paredes y columnas, descubriendo las águilas bicéfalas que se esconden por todo el teatro. El camino de terciopelo y madera que atravesaba el patio de actores, concluía en el escenario de la sala María Guerrero, en donde el grupo accedió a la escenografía de la obra: un árbol, un caballo, una montaña y una puerta, hechas con grandes figuras de madera plana cortadas con láser, que dan marco a una pantalla, en donde se retroproyectan imágenes en vivo durante la función.

Con sus manos, los pequeños estudiantes descubrían las diferentes texturas del vestuario de cada personaje: el Hombre Gris con su traje gris, por supuesto, repleto de tiras y Fanny con su tutú de bailarina. Después, siguió la utilería de mano: una silla, una pluma de escritor, una maleta antigua y monedas de oro. Unos minutos después, llegó el momento más esperado: los protagonistas venían a saludar a los chicos y eran recibidos como si se tratara de estrellas de rock. Entre chistes, comentaron cuáles eran sus personajes, utilizando las voces que cada uno tiene en escena, para que los visitantes pudieran reconocerlas durante la obra. Valentina, una de las niñas del colegio, se acercó al Hombre Gris y le preguntó si podía tocar su cara para conocer sus facciones. Luego, le preguntó su nombre y cuadro de fútbol. “Te voy a escuchar bailar”, le dijo otra niña a Montanaro, después de que ella le contó que Fanny, su personaje, casi no habla en escena, pero baila mucho. 



Dos horas más tarde, el foyer se colmó de niños y niñas de muchos más colegios. Casi 500 alumnos y maestros verían la función accesible, donde las personas ciegas podrían disfrutar del espectáculo gracias a la información adquirida durante la visita táctil, cuadernillos en braille, una audiodescripción introductoria y programas de mano con código QR punteado en relieve para acceder a más contenido de la obra. Además, los jóvenes con discapacidades auditivas contaban con intérpretes de LSA al frente del escenario y aro magnético –que permite la transmisión directa del sonido al audífono– en toda la sala.

Las luces se apagaron y el espectáculo comenzó. Las risas y los aplausos venían desde cada rincón. El disfrute iba más allá de los sentidos y el teatro había dejado de ser algo inalcanzable para algunos. Esa vez, la historia era comprendida por todos y todas, sin distinción.



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