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Una gran fotografía hecha obra de teatro

‘Todos tenemos un Chongo triste dentro’, dice la crítica de la obra de Antonio Villa, escrita por una Joven Periodista.

Por Pilar Pisano


La escisión de uno mismo, la disociación de una persona, la fragmentación del ser. Otro igual a uno y uno mismo pero diferente. ¿Quién soy detrás de una pantalla? ¿Un cuerpo sin cara? El riesgo que presentan las tecnologías ya viejas para este mundo excesivamente dinámico. El peligro del deseo clandestino para una sociedad que aún no entiende que el amor es una pluralidad. Hay una dualidad constante en el mundo que presenta Chongo triste. Una dualidad en la sexualidad, segura, cálida, reconfortante y hospitalaria. Pero también hostil, peligrosa, cargada de adrenalina. Como una habitación de hotel. Reconfortante, pero jamás será un hogar.

Por eso, no es azaroso que Antonio Villa, director de la obra, haya decidido que Chongo Triste transcurra en una habitación de hotel en Mendoza, en los años 2000.

Un famoso escritor viaja a dar una exposición. Lo acompaña su amante, un chico joven que aspira a ser poeta. Aparece un tercer personaje, Chongo triste, que sale del anonimato de la pantalla a través de la cual conoció a los otros personajes, para darse a conocer físicamente en escena. Aparece, por momentos, una trombonista. La interacción entre ellos es tensa, fría, extraña. Toda la obra carga con un tinte denso y pesado. Su estética es sórdida y decadente, pero a su vez es lúdica. Otra vez, la dualidad se hace presente.

Lo visual es realmente un punto clave de la obra. Por momentos, pareciera que todo es una gran fotografía, algo extraña pero con una belleza única. Juega con el adentro y el afuera, con los espacios, con el cuerpo en escena y el cuerpo que se encuentra detrás. Esta idea del teatro como algo estático, sin la predominancia de movimiento, es atípica, poco convencional, como todo lo que se nos presenta.

Hay un gran trabajo de diseño escenográfico llevado a cabo por Alfredo Dufour. Los espacios son fragmentados, diferentes entre sí. Desde una barra con cigarros y whisky que representa lo mundano, un espejo a modo de introspección y un televisor que funciona de acuerdo a su propia narrativa, como una historia paralela ante nuestros ojos. En la línea de la dualidad constante, las partes crean un todo, que se hace presente en escena. Esta segmentación también es posible gracias a la sala Orestes Caviglia, un espacio en semicírculo que genera experiencias diferentes para cada espectador de acuerdo al lugar que ocupen. Por momentos, a una parte del público se le da la espalda o se los mira de frente. Esto aporta a la fragmentación. También, la dualidad se hace presente en la característica de “doble sala” que caracteriza al espacio. Vemos todo el tiempo lo que hay detrás de escena y, adrede, observamos cómo los personajes se cambian, salen y entran.

Las luces y su juego cambian el aura de la obra y el ambiente. Todo se vuelve cada vez más bizarro, extraño. El trabajo realizado por Jesica Montes De Oca, desde el diseño de iluminación, es una parte clave para que los tiempos y, sobre todo, los espacios de la obra adquieran esa particularidad que los identifica.

El elenco conformado por Sergio Boris, Gonzalo Bourren, Mikaela Herrera y Cristian Jensen se acoplan a la estética planteada con fluidez. Son actuaciones que intentan desafectarse, alejarse del drama que solemos ver, pero sin perder su carga de emocionalidad, con miradas imponentes. El personaje de Kevin, representado por Bourren, amante del escritor famoso, quizás sea el verdadero Chongo triste: sus caras, sus formas de moverse, de hablar. Es un personaje harto, cansado, triste, angustiado. “¿Qué es eso de fluir? La escritura te lleva por los lugares más horribles” se lo escucha decir. Todos tenemos un poco de ese Kevin, a la búsqueda de placer y amor ante la displicencia de la imagen de Aníbal, representado por Boris. Todos tenemos también un poco de ese Aníbal, dividido entre dos mundos, con una parte oscura que no se atreve a revelar y todos, también, tenemos un Chongo triste dentro, que viene a cambiar, a modificar una estructura.

La sexualidad, la estética de los años 2000, la clandestinidad que esconde el anonimato de la tecnología, el amor y el placer homosexual, la fragmentación y la dualidad. Todos estos componentes se unen en Chongo Triste, presentada de jueves a domingos a las 21 desde el 15 de octubre al 4 de diciembre en la sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes, bajo la dirección de Antonio Villa.



 

Ficha técnica:

Elenco: Sergio Boris, Gonzalo Bourren, Mikaela Herrera, Cristian Jensen.

Diseño de escenografía: Alfredo Dufour.

Diseño de vestuario: Gonzalo Giacchino.

Diseño de iluminación: Jesica Montes de Oca.

Diseño sonoro y composición musical: Nicolás Gulluni.

Dramaturgia y dirección: Antonio Villa.


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