En la oscuridad también hay agua bendita
“¿Qué dirá la gente de una familia destruida por un capricho joven?”. Muy aguda crítica de Las manos de Eduviges al momento de nacer que resalta el dolor entre la hipocresía adulta y la esperanza de les jóvenes: el desgarro de crecer.
Por Pilar Pisano
La noche, la oscuridad, las estrellas. Un bosque, una luna, un árbol, el campo. Es Esther con el vientre cansado que corre hacia su hogar, alargando el tramo entre la vida y la muerte, entre esa línea divisoria que separa la respiración de la falta de aire. La fe y la esperanza en Eduviges por escuchar los pasos de su hermana, en medio de los fantasmas, el dolor y el cansancio que recorren esas noches, el adentro y la luz en Eduviges, el afuera y la oscuridad en Esther. La lucha y el fuego, las llamas y los rayos de sol significan esos últimos momentos de la vida de Esther al ver a su hermana. La niebla que trae aparejada la negación y el olvido, las apariencias y el dinero como fuente de razón, la resignación.
Todo en Las manos de Eduviges al momento de nacer tiene su correlato en la naturaleza. Y esto se ve en los diálogos: “Miren la claridad que tiene la niebla de pronto. Es el sol. La noche se terminó”, “No sabes lo que termina pensando el aburrimiento de la llanura”, “Toda nuestra desgracia viene de que siempre nos detenemos en las nubes”.
Una familia desesperanzada busca olvidar un dolor aún vivo como carne cruda. Una madre, un padre, un hermano y una hermana abandonados por el capricho de la mayor de las hijas, que huyó con una premisa: todo lo que queda por conocer, quizás sea mejor que su realidad más directa. Eduviges, la hermana del medio, es ese rayito de sol que se filtra entre la sombra de las hojas del árbol: Eduviges tiene fe, la esperanza que queda o es residuo de lo que ya fue. Es angelical, está bendecida. Sonríe sana y serena, con paz en su alma, ante el caos de su familia sin fe. Sus manos, chorrean agua al rezar. “Tenés el cielo que fluye de tus manos”, dice su madre.
La obra trata la desesperanza y la falta de fe, pero también el abandono, la desidia y la displicencia de una familia entera: displicencia por la muerte y su sentido simbólico, por la significación de un velorio y su valor para los creyentes de que la muerte no solo es un fin. El abandono interno que esa familia logró encubrir en estos diez años desde que su hija mayor, Esther, huyó de su hogar.
La mirada del otro, la gente, los demás, los de afuera. ¿Qué dirá la gente de una familia destruida por un capricho joven? ¿Qué dirá la gente de una familia incompleta? La solución está en hacer un velorio, en olvidar de una vez. En negar, en seguir luego de encubrir.
La obra transcurre en un sótano donde se encuentran Eduviges y su familia que, a lo largo de toda la pieza, intenta convencerla de subir y de rezar en el falso velorio de su hermana con el cajón vacío. Sus padres y su hermano prometieron a los vecinos concurrentes que Eduviges, con sus manos mojadas a la hora de rezar, iba a bendecirlos durante la ceremonia a cambio de dinero. El punto de inflexión sucede cuando, como si se tratara de la Parábola del Hijo Pródigo de la Biblia, Esther regresa luego de una década, con un hijo en su vientre que busca salir a costa de la vida de quien lo concibió. Las manos de Eduviges al momento de nacer su sobrino expulsan gotas de agua fresca y bendecida, que esparcen serenidad y paz sobre el bebe y el cuerpo de su hermana, que ya no respira.
El texto es de Wajdi Mouawad, escritor trágico de obras de relevancia internacional, de origen libanés, que vivió gran parte de su infancia en Quebec, Canadá. Cargado de poesía y belleza, el escrito es el punto más fuerte de la obra. Fue traducido por primera vez al español por encargo del Teatro Nacional Cervantes, por Julián Ezquerra. Dirigida por Cristian Drut, la pieza logra adquirir un lenguaje propio y orgánico.
Las actuaciones son emotivas, conmovedoras. Asistimos a un teatro cargado por ese dramatismo que tiene la tragedia. El elenco está constituido por Vanesa González en el cuerpo de Eduviges; Aldana Illán como Esther; Matilde Campilongo en el papel de Eloisa, la madre de la casa; Eddy García, como Alex, el hermano de Esther y Eduviges; Horacio Acosta, como Matías, el padre; y Sergio Mayorquin en el papel de Vaklav, el novio de Eduviges. De una forma fluida y orgánica, como espectador es fácil sentirse interpelado ante esas actuaciones crudas y descarnadas que suceden ante nuestros ojos y que parecieran mostrarnos un dolor real. En particular, es destacable la actuación de Matilde Campilongo en el papel de Eloisa, la madre de la casa, que a través de una representación sobresaliente logra transmitir el dolor de una madre.
La música es un recurso importante para la obra. No toda la obra está musicalizada, lo que da la pauta de que cuando aparece es por algo en particular: por ejemplo, en los momentos en que Esther vuelve a su hogar la música causa tensión en la escena. La escenografía genera un ambiente hostil e inhóspito, que representa a ese “afuera” que nunca vemos pero que sabemos que es peligroso: afuera del sótano, donde toda esa gente juzga enojada, y afuera de la casa, donde un bosque oscuro y frío acecha.
Las manos de Eduviges al momento de nacer se puede disfrutar en la sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Cervantes, desde el 5 de noviembre al 18 de diciembre, bajo la dirección de Cristian Drut.
Ficha técnica
Elenco (por orden alfabético): Horacio Acosta, Matilde Campilongo, Eddy García, Vanesa González, Aldana Illán, Sergio Mayorquin.
Diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde.
Diseño de vestuario: Lara Sol Gaudini.
Diseño de Iluminación: Facundo Estol.
Diseño sonoro y música original: Rodrigo Gómez.
Asesor literario: Julián Ezquerra.
Colaboración artística: Tomás Corradi.
Dirección: Cristian Drut.
Producción ejecutiva TNC: Lucero Margulis y Francisco Patelli.
Asistente de dirección TNC: Juan Francisco Doumecq.
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