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Un amor tóxico

Tercera crítica de Chongo triste donde la Joven Periodista pone el foco en la relación amorosa, melodramática, entre dos de los personajes.


Por Sofia Romero



Hay varios mitos sobre el amor. Entre otras creencias, que si alguien se “esfuerza” luego se le va a retribuir sus afectos, que lo que empieza es “para siempre”, que se puede cambiar a la gente. Lejos de esas ideas del romance de telenovela, el cariño es una masa moldeable que a veces cede y otras aplasta.


Cuando las personas son ciegas al amar, aunque sepan que serán lastimadas, sufrirán y se dañarán por dentro, el inmenso enamoramiento les prohíbe escapar. Se encuentran en un bucle, atados a recuerdos mezclados con confusión: cadenas de esperanza. Y es algo muy notable en la juventud, cuando se es ingenuo y el mundo está bajo los pies, o eso se cree. Algo de todo esto pasa en Chongo triste, una obra dirigida por Antonio Villa y presentada en la sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes (TNC).


En la sala con forma de medialuna hay decadencia, un ambiente amargo que oprime. Hay oscuridad, o la imaginación la genera gracias a las tenues luces, diseñadas por Jesica Montes De Oca, que cambian sus tonalidades entre rojo, azul, anaranjado y blanco. Todo es caos. El escenario es un “desastre” que se asimila al “después de la fiesta” en las películas de Hollywood. En la escenografía de Alfredo Dufour se presentan varios detalles: un cuadro que cambia sus pinturas, un bar junto a un espejo parabólico que refleja a los espectadores, una laptop, un sillón reclinado sostenido por revistas y ropa, muchos accesorios desparramados alrededor del sofá.


En la sala, durante la espera, hay alguien reclinado sobre un bidet. Mueve sus manos, apunta al techo y tiene ropa de motoquero. Es raro, pero llamativo. Todo cobra sentido al comenzar la función. El extraño se levanta, lo despojan de sus prendas, pero tiene el casco puesto hasta que queda en ropa interior. El nombre del desconocido es Anibal (Sergio Boris): un escritor fracasado que llevó a su amante Kevin (Gonzalo Bourren) a Mendoza y que mantiene una doble vida al ocultarle a su esposa su orientación sexual y no cuidar de su hijo, quien realmente lo necesita. Un adulto que sale con un joven muchos años menor, que se relaciona de una manera desinteresada. Una persona egoísta que daña al “amar”, un irresponsable.


El encargado de dejarlo semidesnudo viste una campera de jean clásica y ropa interior: es Kevin. El muchacho con delicadeza quita cada elemento de ese vestuario (realizado por Gonzalo Giacchino) que emula la idea de ser un motorista, y empieza a tapar a Anibal con ropa que se encuentra dispersa por el sillón: una corbata, zapatos, un pantalón de corte recto y un saco. El chico se ve acostumbrado, parece solitario al andar con desgana. Su historia, para algunos, será una tragedia, o un recuerdo.


Kevin y Anibal se conocen hace mucho tiempo, el menor se enamoró, el mayor solo lo usa. La desolación y amargura del muchacho que empezó todo como una relación sexual casual es doloroso de ver. Su conocimiento de la mala actitud de su amante, sus reproches y la esperanza de que una situación agresiva, aunque no implique asaltos físicos (recurrentes), cambie es lamentable. Es violencia psicológica mezclada con deseos que nublan el juicio. Por otro lado, el adulto mantiene una actitud que se podría denominar narcisista: da cariño para compensar, cosas materiales, pero al final no duda en dañar, usar o destacar que su existencia debe ser prioridad. Es denso y asfixiante de ver, pero es una verdad que existe en el mundo. Una pareja más, una historia espejo.


En el contexto del año 2000, en medio de una crisis económica en la Argentina, surge alguien como Chongo Triste (Cristián Jensen): un poeta, un hombre en sillas de ruedas que intenta encontrar sentido a la vida, sobrevivir y, en medio de su complicada rutina, escribe frases poéticas que alegran y dan esperanza a los demás. Un sujeto que acepta citas sexuales por un poco de comida. Los amantes y Chongo Triste se encuentran gracias a un foro de internet “de los antiguos”, esos de los que algunos ya ni se acuerdan y de los que otros tienen buenos recuerdos. Kevin contactó al poeta con la promesa de darle comida y bebida, pero todo se complica con Anibal: es similar a que le quiten su juguete, no soporta no tener el control y el monopolio. Y, en medio de todo el caos, salen a la luz muchas sombras de la vida de los personajes.


Conflictos familiares, infidelidades, amor no correspondido, amor tóxico, todos estos son temas comunes en la mayoría de las personas, recurrentes, difíciles de abordar y superar. Todo esto pasa en esta obra que fue elaborada de manera cuidadosa y que termina en suspenso. Esta historia es similar a la vida: es incertidumbre. Puede suponerse que decisión probable tomará Kevin pero ¿será fuerte para continuar con su elección? Fue empujado al límite, ya no tiene esperanza. Tal vez las desgracias sean la suerte de la vida, un camino al éxito. Así que se podría decir que es una historia más y una desgracia menos.


Los momentos más oscuros de la historia son ambientados y marcados con la ayuda de Mikaela Herrera, una trombonista en vivo, y también por el arreglo sonoro elaborado por Nicolás Gulluni. También es destacable la presentación musical de Cristian Jensen como parte de su actuación. Chongo triste es una historia deprimente de decadencia que llega a cada espectador por una vía diferente, toma temas complicados de abordar y los presenta perfectamente. Es una obra cruda, pero queda corta. La necesidad de “conocer” qué pasará persiste y esa triste historia de un amor tóxico quedará por siempre en la memoria como todo aquel que se apiada de las malas situaciones o ha vivido una.




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