Ser un pequeño demonio azul
La Joven Periodista de la ciudad de Bolívar, al centro norte de la provincia de Buenos Aires, cuenta en esta nota cómo fue la presentación de la compañía local La Barraca con una obra inspirada en textos de Tennessee Williams, después de mucho tiempo sin volver a las salas teatrales.
Por Pilar Pisano
El frío apremia mientras la vereda es el paisaje. La puerta de vidrio recibe con calidez a la gente que ingresa con una sonrisa simpática y saluda a los conocidos que cruza. Es Bolívar, siempre hay un amigo del primo del vecino para saludar. Al entrar se ve el cartel de la recepción, que se colocó anteriormente los días 2, 5, 11, 17 y, por última vez, el 18 de junio: “Hoy: Pequeños Demonios Azules, compañía La Barraca”.
A pesar del precio razonable, 700 pesos la entrada, la sala no está llena, indicio de la penuria cultural de estos registrados días. “Mata a mis demonios y mis ángeles morirán también” se lee en la parte de atrás del programa que se entrega en la entrada. Mata a mis demonios y mis ángeles morirán también. Mata a mis demonios y mis ángeles morirán también. La frase retumba en las paredes oscuras de los cráneos de los presentes. ¿Será que han venido a ver como las miserias humanas y la desesperanza colectiva pueden transformarse en arte? En arte real, en arte del bueno, si es que existe. Y el arte del bueno, si es que existe, es el arte del dolor, de la crudeza, de los demonios de la especie humana.
El ambiente es denso y la escenografía austera. La sala es pequeña, acogedora y cálida, sin una gran cantidad de butacas, propiedad que no le quita la cuota de pulcra y formal. Cuando las luces se apagan la oscuridad es total y se divisan las cabelleras blancas esperando a que algo ocurra. Una remota voz, de alguna remota persona que sale de algún remoto lugar pide que los celulares sean apagados, como si eso fuera posible.
“Yo soy el autor de esta obra”, se presenta un personaje. Las dos horas siguientes serán un torbellino de escenas que no le darán tregua a su público: todas las historias de hostilidad y desesperación de la gente de un conventillo en 1976, en la Argentina, en plena dictadura militar.
Entre textos de Tennessee Williams, referencias a pinturas de Edvard Munch e inspiración del expresionismo alemán de los años 20, el escritor de la obra, Jose Maria Alabart, plantea que el teatro es un fenómeno que engloba varias artes, adentrándose en todo un mundo de referencias de un autor. Para tal ardua tarea de investigación, utiliza a los clásicos. “No he encontrado nada superior a Shakespeare”, se lo ha oído decir. Este trabajo se realiza en conjunto con la directora, Ana Laura Maringer.
“Si me duele o no es mi dolor, no el tuyo y tengo derecho a no hablar sobre él”, dice uno de los personajes. El público responde entre desamparo y devastación con una mirada perdida y cuerpos inmóviles. Entre los asientos corre y salta el mismo aire que todos respiran, pero el de la sala del Teatro El Mangrullo, en la avenida más céntrica que puede tener la ciudad de Bolívar, a unos 300 km de la capital del país, ese sábado 18 de junio, tiene una particularidad: es pesado, es denso. Es difícil de digerir, difícil de respirar. Es el aire que se entrecorta en la garganta cuando una lágrima recorre la ruta de los ojos y la mejilla. Es el aire que seca la lágrima que ya salió y se pega a la piel dejándola brillante y pegajosa como la miel sobre un pan.
“Lo que te da temor te define mejor”: así comienza el final de lo que fue un gran ciclón de pasiones avasallantes y desesperaciones, de penas y tristezas, de temores, de demonios y ángeles azules.
Entre las paredes opacas, el aire grotesco y unas actuaciones conmovedoras y brillantes, la obra finaliza. “Aquí termina mi memoria y comienza la imaginación de ustedes”, cierra el personaje del principio, antes de que la luz se encienda y veamos en sus caras la estela de un llanto real de pasión por el arte.
El público aplaude y comienza a pararse. La silla está hundida y caliente, signo de que quizás el usuario no se movió de su asiento por dos horas seguidas ni para estirar las piernas. El salón rápidamente se vacía y todo vuelve al inicio, a como estaba dos horas atrás. Es interesante ver cómo se vacían los teatros. Como es tan efímero el paso físico por esas butacas y como es tan perpetua la huella que deja en la mente de quien sabe apreciar el buen arte y el buen teatro.
Ficha técnica
Pequeños demonios azules. Autoría: José María Alabart. Inspirada en textos de Tennessee Williams. Dirección General: Ana Laura Maringer. Elenco: Jose Maria Alabart, Melina Cardoso, Patricia Galaz, Leandro Galaz, Carla Gentile, Andrea Gallo, Anneris Escalada y Federico Ron. Música: Diego Peris, Federico Ron, Melina Cardoso y Andrea Gallo. Iluminación: Santiago Santos y Mariana Ron. Sonido: Diego Peris. Vestuario y Escenografía: Ana Laura Maringer, Jose Maria Alabart, Anneris Escalada, Gabriel Silva, Melina Cardoso y Mariana Ron. Sala: Teatro El Mangrullo. Duración: 2 horas. Fotografías del artículo: Emilia Ron.
Comments