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“Que Dios nos acompañe, veremos si es real o no”

En el recinto de la sala María Guerrero, luces y sombras, danza y teatro, se conjugan para hacer presente el universo de Pina Bausch. A continuación, la crónica de una invocación: tres Jóvenes Periodistas cuentan cómo fue el proceso de ensayos.


Por Julián Guzzo, Milagros De Luna y Pilar Pisano


“Escúchame, es lo más arriba que hice en mi vida. Nunca vi algo hecho por mí tan arriba”, dice Diana Szeinblum en uno de los ensayos de Obra del demonio Invocación XI - Bausch. A cargo de su dirección, se trata de la nueva entrega del ciclo Invocaciones y el primero realizado en el Teatro Nacional Cervantes (TNC).

Con aproximadamente un mes de ensayo en la sala María Guerrero del TNC, tanto los intérpretes como los demás artistas involucrados se encuentran ante una difícil tarea: plasmar en las tres horas que dura la función, la esencia de la vida y obra de la mayor exponente de la danza teatro, la alemana Pina Bausch.

“Que el demonio nos acompañe”

Durante los ensayos, se observa a los intérpretes sobre el escenario. Diana está ubicada en la segunda o tercera fila. Su forma de trabajar es abierta, flexible. Prueba cosas en el momento, es dinámica y espontánea. Pregunta a las personas a su alrededor: “¿Vos qué opinas?”. De todas formas, no deja de marcar lo que considera pertinente y de dar las indicaciones necesarias.

Mientras tanto, en el escenario suceden cosas muy diferentes y casi todas a la vez: los Grand jete y los ronde jambe fouette (pasos de ballet, un salto y un giro) se mezclan con colores y movimientos que rozan lo bizarro. “El escenario deberá quedar hecho un desastre”; “que la escena esté sin nadie es un problema”, dice Szeinblum que siempre pone énfasis en que el escenario nunca se encuentre vacío.

Las escenas se pausan, se dan orientaciones y recomendaciones, y se vuelve a arrancar. En uno de estos nuevos comienzos se la escucha decir a Diana “que Dios nos acompañe, veremos si es real o no” y a uno de los intérpretes, responder “que el demonio nos acompañe”. Lo que parecen ser varias horas resultan ser solo unos pocos minutos de la obra, lo que muestra un nivel de detalle y meticulosidad realmente admirable: Diana se detiene en cada movimiento, en cada vestuario, en la iluminación y en la escenografía de manera minuciosa e intentando interconectar cada disciplina. Se observan una serie de cambios espontáneos, realizados en ese mismo momento: un sonido probado al azar que queda mejor que el original, una camisa que es reemplazada por un corset, entre otras ideas que van surgiendo en el proceso. Hay una experimentación constante con el sonido, el cuerpo, las luces, la escenografía. Se juega con estos elementos, se vuelven propios, se los da vuelta, se los desarma para armarlos de vuelta.

Hipervínculos a la Bausch

En las escenas se ven varios guiños a obras de Pina: momentos dedicados a La consagración de la primavera, Palermo Palermo y las sillas de Café Müller con una de las intérpretes que baila como Pina con su característico movimiento de manos. “Sos tan Pina, tan Pina que no te puedo explicar -le dice Diana desde una de las butacas-. Hacete, hacete la Pina.”

Durante La consagración, entran al escenario una casa rodante mientras los demás bailan. Adentro, se encuentran las sillas y mesas todas apiladas, mientras un grupo la mueve aleatoriamente en el espacio. Sin embargo, es difícil hacerla girar y las sillas terminan en el piso. Todos se reúnen alrededor de la casa para resolver el problema bajo las indicaciones de Diana, muchos de ellos escuchan mientras bailan y se estiran en el piso. Hay un clima relajado incluso cuando aparecen inconvenientes. Disfrutan cada movimiento y cada escena, conectan entre sí y al mismo tiempo cada uno se encarga de su trabajo individual.

El ensayo se retoma, y se pasa a otra escena, pero hay gente que todavía se está preparando. “Siempre faltan 5 para el peso”, comenta Diana desde el micrófono, los bailarines se ríen y vuelven a sus lugares corriendo o dando saltos. Diana está en cada detalle, desde el largo de la camisa de una bailarina, hasta en la forma en la que rompen las sillas para demostrar cómo se rompe el emblema de la familia. Cada pormenor tiene su significado o su interpretación personal y se arma mientras se recrea la obra.

Por momentos, faltan dispositivos, herramientas, instalaciones, elementos. Las escenas se pasan, se saltean, se retoman y se cancelan. El proceso es dinámico, no hay tiempo de sobra. Las horas de ensayos son aprovechadas al máximo. Diana hace valer el tiempo sobre el escenario.

Universo de múltiples posibilidades

“Hay cosas muy hermosas por hacer”, dice Diana con entusiasmo. Pareciera que el mundo de las ideas nunca se acaba para los artistas, como si todos ellos tuvieran una inspiración constante que los anima a pensar y repensar sus propias creaciones, pensamientos y decisiones. Siempre hay más temas, planes y reflexiones que surgen. La falta de inspiración parecería no ser un problema para ellos.

Se observa una gran disciplina por parte de los intérpretes, que ejecutan las indicaciones que les son dadas con gran eficiencia. La escenografía ideada por Eduardo Basualdo es un personaje más con el que todos interactúan. Si bien su presencia parece sombría y apabullante por sus grandes dimensiones, también aporta luz y un horizonte de múltiples posibilidades que se activa con el más mínimo movimiento.

Hay un trabajo en conjunto, con opiniones, ideas, acotaciones y mucha iniciativa para resolver pormenores que van surgiendo: quien ayuda a un compañero a traer un elemento o quien entra en escena para que un compañero no quede solo. Hay momentos en que solo marcan los pasos sin bailarlos por la falta de calentamiento previo, pero en otros momentos dejan salir a la luz sus dotes artísticos. Manejan una gran técnica en los pasos y armonización en los movimientos, dejan su sudor y corazón como si se tratara del día del estreno. Ese nivel de compromiso y profesionalidad ayuda a hacer el ensayo mucho más enriquecedor y provechoso. Son artistas dejándose llevar por sus pasiones e inspiraciones, pero también son profesionales.

Hay pasadas centradas en la iluminación, la puesta en escena o el sonido mientras que en otras, la atención va dirigida a lo que los intérpretes realizan con esos elementos. Pero en todas, el compromiso por parte de cada uno de los artistas de las diferentes disciplinas es notable, así como el compañerismo y el buen aire que se respira por las tardes y noches en la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes. Ahí, cuando nadie aún es observador, extraño o visitante, la magia se construye y se produce entre los residentes de ese mundo, entre los fabricantes de sentimientos y pasiones. Entre aquellas mentes en donde la inspiración no es volátil o efímera, sino que se impregna en sus corazones para crear algo más que teatro: una experiencia, una sensación y una emoción con su arte.


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