Metamorfosearse en las aguas de lo desconocido - Crítica de Obra del demonio, de Diana Szeinblum.
Actualizado: 20 oct 2022
Crítica de Obra del demonio, de Diana Szeinblum.
Por Pilar Pisano
No existe nada más sórdido que el expresionismo alemán. Traspasar el sentimiento trágico, el espanto y la desilusión al mundo del arte fue revolucionario en todos los sentidos. Con tan solo ver las obras de Edvard Munch en la pintura o ver una película de Murnau en el cine, ese sentimiento sombrío y turbio nos impregna. Pero la idea de pensarnos dentro de este paisaje oscuro y decadente en una disciplina como la danza era, como mínimo, extraño hasta la llegada de Pina Bausch.
La danza, ese mundo casi onírico donde todo es volátil y etéreo. Donde los cuerpos portan una dantesca figura y la vida parece sublime, como si un manto blanco con olor a magnolias y jazmines danzara entre la fragilidad y la gracia de todo aquello que solamente es puro. Esa imagen de la danza, como el encanto de lo débil, como Ofelia de Shakespeare ahogándose en un lago con flores, se destruye y disuelve con el trabajo de Pina. Al mezclar la sordidez con la fragilidad, la oscuridad con la pureza y el espanto con la gracia, Pina inventó su estilo, generó su marca, rasgó la danza y su concepto para coserla con el parche de lo real, de los cuerpos vivos y vibrantes, de la pasión desenfrenada y de la verdadera gestualidad conectada a lo más profundo de la esencia de las almas.
¿Cómo retratar en tres horas toda una vida de conexión entre lo dantesco y lo mordaz? ¿Será posible cavar tan profundo hasta toparnos con la esencia de la obra de Pina? Quizás, alguna de estas preguntas pasó por la cabeza de Diana Szeinblum. Lo onírico y lo humano, lo extraño y lo vivido, lo externo y la sustancia. Todo esto habitado por un mismo cuerpo, puesto en escena, listo para expresarlo a través del no discurso, a través de la materialidad de lo tangible, lo visible, el movimiento. Nada más y nada menos que esto es lo que hace la nueva entrega del Ciclo Invocaciones, por primera vez presentado en la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes, de jueves a domingo desde el 8 de septiembre y hasta el 16 de octubre a las 20, bajo el nombre de Obra del demonio Invocación XI. Bausch, dirigida por Diana Szeinblum.
La estética que recorre la obra es clara, el concepto escenográfico está basado en la obra del artista plástico Eduardo Basualdo. Su trabajo con el Black Foil, (un material traído de Alemania, similar a la textura de aluminio pero mucho más resistente, con la capacidad de amoldarse a distintas formas), se vuelve la identidad de la obra, la imagen visible, el indicio más directo de la crudeza y la oscuridad que se quiere transmitir. El fondo y los materiales se convierten en un personaje: los intérpretes lo manipulan, lo mueven, lo tocan. Bailan con él, conectan con lo tangible. El arte de Basualdo es desgarrador, oscuro, angustiante, aprisionante. El artista nos invita a adentrarnos en un viaje introspectivo en las profundidades de la mente humana, con la idea de, en palabras del artista, “cerrar los ojos y seguir mirando”. La puesta en escena es espectacular, genera una gran experiencia visual. El manto negro pasando por la cabeza del público hasta ser absorbido por el ojo gigante que se encuentra sobre el escenario, es uno de los tantos ejemplos del gran trabajo y dedicación puestos sobre el diseño escenográfico.
Por momentos pareciera que todo es un juego, una experimentación constante de luces, sonidos, espacios, voces, cuerpos. Los intérpretes juegan con objetos sobre el escenario, y hay un gran manejo, poco convencional, del sonido y la iluminación. La música y el diseño sonoro, a cargo de Ulises Conti, y el de iluminación a cargo de Alejandro Le Roux, convierten a la obra en una puesta casi inmersiva, que sumerge a los espectadores en sensaciones muy reales, alejándose de la idea de ser un fondo de lo que pasa sobre el escenario. Por momentos, el sonido sube a la vez que la luz baja hasta sumir todo en la oscuridad, o el Black Foil parece mutar gracias al juego de luces. Conti, tocando el piano sobre el escenario, le da a la obra la cuota de distensión que le faltaba. De una forma realmente bella, casi acercándose al final, llega el momento donde el ciclón de crudeza que se acaba de presenciar, de a poco, va tomando forma de sensibilidad.
La esencia de Pina sale del fondo del océano y se asoma a la punta del iceberg con claras referencias: las sillas tiradas como Café Müller, un solo de Palermo Palermo, una escena dedicada a la Consagración de la Primavera, la proyección de una escena de Café Müller sobre el escenario.
Los intérpretes sobre el escenario son eclécticos, diversos, cambiantes, se adaptan con una técnica sorprendente al estilo de la creadora. Su predisposición ante cualquier tipo de movimiento, por más poco convencional que sea, contrasta con otras escenas en donde vemos solos más tradicionales, pero la habilidad es notable en cualquiera de los casos. Sus cuerpos se mueven con una destreza digna de lo que son, bailarines de primer nivel. Se filtran pasos de ballet, y los fouettes y jetes se mezclan con el gesto cotidiano, característico del arte de Pina.
“Miedo a que la angustia me cierre el pecho, a no moverme nunca más, a quedarme quieto”, dice uno de los intérpretes en un momento de la obra. Miedo a quedarse quieto. Miedo a no moverse nunca más. Miedo a paralizarse. Miedo a frenarse, a controlarse, a encasillarse, a censurarse. Ese es el miedo de los verdaderos artistas. A no animarse, a no mutar, a no cambiar. Pina se modifica, cambia, se anima. El miedo está en no ser como ella, en no metamorfosearse en las aguas de lo desconocido, en la curiosidad de lo nuevo, en la frescura de lo distinto. Esta obra del demonio que transmuta la esencia de lo establecido, nos moviliza para dejar atrás el miedo a quedarnos quietos.
Ficha técnica:
Coreografía, dramaturgia y dirección: Diana Szeinblum.
Bailarinxs / coreografía: Celia Argüello Rena, Pablo Castronovo, Hernán Franco, Iván Haidar, Bárbara Hang, Josefina Imfeld, Alina Marinelli, Margarita Molfino, Andrés Molina, Quillen Mut, Rodolfo Opazo, Florencia Vecino y Diego Velázquez.
Concepto escenográfico basado en la obra de Eduardo Basualdo.
Música original y en escena: Ulises Conti.
Diseño escenográfico: Cecilia Zuvialde en colaboración con Eduardo Basualdo.
Anteproyecto escenográfico: Laura Gamberg.
Diseño de vestuario: Damasia Arias.
Diseño de iluminación: Alejandro Le Roux.
Asistente de iluminación: Facundo David.
Anteproyecto de iluminación: David Seldes.
Colaboración artística: Damiana Poggi.
Curaduría y coordinación general del CICLO INVOCACIONES: Mercedes Halfon y Carolina Martín Ferro.
Productores del TNC: Nadia Crosa, Silvia Oleksikiw y Anabella Zarbo Colombo.
Asistentes de dirección del TNC: Matías López Stordeur y Alejandro Pellegrino.
Funciones: Jueves a domingos, a las 20. Duración: 3 horas (incluido un intervalo).
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