Autora del ensayo El fin del amor, la periodista, docente, feminista y activa tuitera millennial, Tamara Tenembaum visitó a les Jóvenes Periodistas en el marco de los “reportajes a especialistas”, para hablar sobre las mil y una formas de encontrar un lugar propio en el mundo de los medios.
Por Sofía Leibovich y Sol Putrino
“Qué sé yo”. De la mano de esta muletilla, Tamara Tenenbaum reflexiona sobre la industria de los medios, el lugar moral de la ficción, los microclimas y sobre cómo es hablar en las redes sociales siendo una simple civil. Empezó su camino periodístico escribiendo un blog de bares de tragos y a partir de ahí no paró. Sin pruritos, para Tamara hay una clara diferencia entre escribir una nota ridícula bien hecha y una mal hecha. Escribe cualquier cosa, se deja guiar por las obsesiones más insólitas como la preocupación por el vinagre casero. Hoy, con el éxito de su primer libro El fin del amor, nos cuenta de la serie que va a producir junto a Erika Halvorsen y Lali Espósito. Al mismo tiempo, con dos amigas mantiene a pulmón su proyecto editorial “Rosa Iceberg”. Como digna hija de los griegos antiguos, reivindica el tiempo de lo inútil, aunque ahora está bastante ocupada. Eso sí, a la práctica feminista no la abandona.
¿Cómo te iniciaste en el periodismo?
Nunca fui esas chicas al estilo “Juliana periodista”. No es que me moría de ganas de ser periodista. Honestamente me gustaba escribir, pero no lo había pensado, nunca trabajé con noticia. Para cuando empecé a trabajar ya no estaba armado el modelo de redacción, esa idea de que alguien empieza a laburar a los 22 en una redacción y se cría ahí y aprende. Para cuando tenía esa edad ya era 2010, 2011, las redacciones estaban todas en crisis y nunca se me apareció esa vocación. Tuve suerte de que alguien vino y le gustó lo que hacía, pero también porque lo estaba moviendo. En ese sentido soy bastante de recomendarle a la gente más chica eso, hacé las cosas que quieras hacer, lo bueno de Internet es que es gratis, podés publicar lo que quieras y que lo lea un montón de gente si te movés. Obviamente, publicar algo en un medio grande te da alguna plataforma pero cada vez menos. La gente ya no te dice: “Leí tal nota de La Nación”; te dicen “la leí porque la vi en Facebook, en Twitter”. La linkeás y no te acordás dónde está publicada. Me parece que para la gente más chica que se está iniciando la oportunidad es esa hoy: armar una voz y que si te vienen a buscar que te vengan a buscar a partir de tu voz.
Decías que siempre te gustó escribir, más allá del periodismo, ¿qué temas te motivaban en un principio?
No es que de adolescente escribiera, no. Tampoco tuve las ganas de publicar siempre, escribía diarios, me gustaba leer. Me gusta escribir sobre cosas que me interesan pero ahora trato de administrar mejor mi tiempo porque tengo poco. Puedo obsesionarme con cualquier cosa. El otro día me pasé investigando sobre cómo hacer vinagre casero, me parece un tema fascinante –yo ni prendo el horno–, no tiene ningún sentido (risas), pero me gusta guiarme por obsesiones. Ahora me propusieron armar un guión con un caso policial. Y dije: “Bueno, sí, lo hago”. Estaba hablando con una chica y me dijo: “Ah, pero vos hacés cualquier cosa”. Y un poco sí, qué sé yo. Ahora estoy tratando de escribir una obra de teatro, me está ayudando Mariano Tenconi, que es amigo mío. Pero no la voy a dirigir, ahí sí no me tengo confianza, no es algo sobre lo que tenga buenas ideas, conozco mis límites. Creo que puedo escribir una obra de teatro, pero no creo que tenga buenas ideas espaciales ni buenas ideas de puesta.
¿Pensás que te empezaron a contactar porque escribías sobre un tema muy de nicho? Por ejemplo, cuando escribías sobre los bares.
Por supuesto hay un poco de suerte porque justo me gustó algo que se estaba poniendo de moda, cosa que no podía saber en ese momento, uno nunca sabe, ¿me estoy copando yo con esto o está de moda en serio? Y estaba de moda en serio. No había mucha gente haciéndolo, eso está bueno. Entonces me empezaron a contactar. El primero que me contactó con editores fue un chabón que en ese momento era el nuevo director de Campari, el primero que empezó toda esta movida. Y como yo tenía 23 era “el segmento al que él quería venderle Campari”. Lo más importante que hizo fue contactarme con los dueños de los bares. Me mandaba a los bares ni bien abrían, me iba diciendo “tal es bueno”, me iba llevando. A partir de ahí, mi blog siempre tenía la novedad y a los editores les empezó a interesar.
¿Y nunca tuviste el prurito “egresada de Filosofía que habla de bares”? ¿Esos mundos no se chocaron?
No, a mí no me importó nunca. Yo me meto en cualquier cosa, tengo una educación, ¿quién me va a snobear? ¿gente que no tiene educación? Ya fui a la facultad, ya pagué mis deudas con la cultura. Nunca tuve ese snobismo, sé muy bien que lo que hago es con mucho compromiso y aparte creo que hay una diferencia muy grande entre hacer una nota sobre Campari mal hecha y una bien hecha. Sé que puedo hacer una nota sobre la cosa más estúpida del mundo pero te la voy a resolver y le voy a encontrar una vuelta. A todo le he encontrado vueltas. La última nota más ridícula que hice fue una sobre las “ordenadoras” que se habían puesto de moda, gente a la que vos le pagas para que ordene tu casa como Marie Kondo. ¿Y qué vuelta le encontramos a esto? Y para mí la tenía, para mí era obvio que toda la cuestión que viene con Marie Kondo tiene que ver con una obsesión actual con el concepto de “llevar una vida ordenada”, comer bien, vestirse de una manera, tener una pareja que funciona, una idea de la prolijidad. Entonces charlé con las ordenadoras y lo encaré por ese lado: qué es lo que busca la gente que necesita tanto su casa ordenada. A todo le podés encontrar una vuelta que te interese, siempre lo pensé desde ese lugar, después por supuesto hay gente que es más snob, por lo general, esa misma gente que no tiene educación y entonces necesita compensar snobeando: “Yo sólo hablo de Zizek”. Para mí la mejor parte de tener una educación es sentir que ya está, que nadie puede ir a pedirte nada, vos sabés cómo es tu laburo, vos sabés que te moviste, vos sabés quién sos. Uno tiene que saber quién es y el laburo que hace y después el resto que se arregle.
Gran parte del material de tu libro surgió de las cartas que te mandaban al consultorio sentimental del diario La Nación. ¿Cómo llegaste a convertirte en Consuelo y responder durante tres años esas consultas?
Sí, eso fue genial. El nombre de Consuelo se me ocurrió a mí, Consuelo-consultorio, me pareció gracioso, boludísimo pero a mí me divirtió. Lo del consultorio se le ocurrió un poco a Ernesto Martelli, de La Nación. Pensó una sección para mí, era como una columna de protocolo online, un consultorio sentimental de la vida digital, ese era el lema de Consuelo. Después se fue volviendo cada vez más romántico aunque había también consultas sobre vínculos familiares o amistades. Lo que tiene de bueno un diario como La Nación para un proyecto como ese es que el público es muy diverso. Me escribían personas de edades muy distintas, de todo el país, no solamente de ciudades, y eso me sirvió para ver en qué andaba la gente. Todo lo saqué del tono de las revistas de la época como Para Ti, Vosotras, Claudia: Consuelo, que firma con nombre de pila y nada más, las firmas de “la soltera triste”, el tono vintage. Y anduvo bien, había algunas consultas que llegaron a estar entre las diez más leídas del día.
Ahí tenías el material para tu libro
Sí, el consultorio me dio mucho material empírico. Después lo he charlado con investigadores que trabajan con estos temas y me decían: “Es una muestra invaluable”. En general trabajar sobre estos temas es muy difícil, no podés hacer una muestra tan grande de gente y es muy raro hablar con tantas personas de cosas tan íntimas. Me recontra sirvió, también para pensar en que efectivamente había mucha ansiedad respecto a estos temas y no estaba viendo en los medios una voz que los conversara. Mi sensación era que le escribían a Consuelo porque evidentemente este tema no está en otros lados. Fue como un termómetro, para darme cuenta de que había un montón de gente interesada en hablar y leer sobre esto.
¿En algún momento pensaste en escribir el libro con lenguaje inclusivo?
No, me hubiera parecido bastante ridículo y no porque no lo use. Si estoy hablando de una dinámica heterosexual, poner “chico, chica, chique” lo único que implica es que estoy proyectando el modo en el que la heterosexualidad gestiona ciertas cosas sobre otras subjetividades. Si te hablo de la violencia intrapareja y digo “chica, chico, chique”, no funciona así. La violencia entre las parejas en 9 de cada 10 casos es violencia de hombres a mujeres, ¿Por qué lo voy a poner con la “e”? Todas las veces que no quería hablar solamente de varones y mujeres, incluí “o subjetividades”. Casi ninguna de las dinámicas que cuento en el libro se reproducen en las parejas que no son heterosexuales. Las parejas no heterosexuales, de hecho, tienen dinámicas más “avanzadas”. Le digo a mis amigos gays cuando agarran mi libro: “Mirá que a vos te va a parecer algo que todo el mundo sabe: Ay, ¿de verdad los heterosexuales están discutiendo esto? Pobre gente”.
¿Ahora estás produciendo una serie con Lali Espósito, la protagonista de tu libro?
Sí, estamos empezando en realidad. Va lento. MGM nos compró los derechos en algo que se llama shopping agreement: es cuando vos les das a ellos los derechos para salir a vender y tienen que buscar un socio. Lo están buscando con nosotras, nos comprometemos las autoras Erika Halvorsen y yo, junto con MGM, a buscar al socio para hacer la serie. Por eso nos llevaron a los Estados Unidos a reunirnos con la gente a la que le queremos vender la serie, Netflix, Amazon, HBO, Turner. Ahora estamos viendo las ofertas, que ya están llegando. Y en simultáneo, mientras estábamos conversando con MGM, a Erika se le ocurrió que la metiéramos a Lali como protagonista y me gustó la idea, la había visto actuar, es buena y aparte parece una piba inteligente, qué sé yo, y Erika me dijo que además es divina, así que dije “dale”. Leyó diez páginas del libro y aceptó, antes de que le dijéramos que habíamos firmado con MGM. Yo pensé: “¿Esta piba no tiene que consultar con un manager, ver la guita, algo?”. Y no, ella hace lo que quiere. Ahora hay que ver cuando nosotras firmemos con alguno de los socios posibles. E idealmente para agosto-septiembre del año que viene ya se estaría filmando.
¿Cómo se traduce el libro a un guión de serie?
Vamos a hacer una temporada, quizás dejar la puerta abierta para hacer más también. Nuestra idea es una serie de ficción donde la protagonista vendría a ser yo. Lali hace de mí... Sí, cualquier cosa, no tiene ningún sentido. La idea sería que esta piba tenga su pasado y que sea medio como un Sex and the City. Cada capítulo se corresponde con un capítulo del libro, pero los temas que en el libro vemos desarrollados, acá los vemos en la historia de ella, de sus amigas, de los chicos con los que anda. Igualmente, estamos viendo todavía el recurso que vamos a usar para meter los textos, porque queremos que estén, puede ser una voz en off o puede ser otra cosa porque ahora hay recursos más raros. Eso igual es algo que se termina de conversar cuando tengamos cerrado la directora o director.
Te criaste en un hogar judío ortodoxo. ¿Cómo fue incluir cosas sobre tu vida y tus experiencias?
A mí no me importa contar las cosas. Sí tengo problema con implicar a otras personas, por eso en general les cambio los nombres o cruzo las historias para no exponerlas. Lo que tiene un libro es que estás hablando vos sola, entonces el resto no tiene capacidad para defenderse. No por una cuestión moral sino narrativa, no es interesante un libro que hable mal de otra gente que no puede defenderse. Después, que haya cosas que le caiga mal a la gente siempre va a pasar. Si vos escribís algo que no le cae mal a nadie probablemente es porque estás haciendo algo mal.
En tu libro hay muchas citas online. Desde tu rol de editora, ¿qué pensás sobre citar fuentes digitales que son susceptibles a ser editadas o incluso borradas? De hecho, cuando en tu libro referís a las apps de citas explicas que lo haces desde un lugar anecdótico.
Creo que hay que escribirlo y hay que hacerlo. Es difícil estudiar este tipo de cosas. Lo que hay que hacer siempre es explicar los métodos y aclarar que tus conclusiones son falibles y parciales. El libro de ¿Por qué duele el amor? de Eva Illouz, que es el libro más importante sobre estas cosas, está hecho a base de 200 entrevistas: ¿Está bueno el número, es poco? Es mucho para una persona que trabaja pero no es representativo de ninguna sociedad. Pero qué va a hacer, ¿entrevistar a dos millones de personas? No tiene tiempo. A la vez estos temas no se hacen con encuestas, se hacen con entrevistas en profundidad. Para mí con estas cosas no se hace ciencia exacta, sí se puede construir conocimiento con todos los paréntesis que haya que agregar. Yo soy muy cuidadosa con eso porque me pone muy nerviosa cuando leo a alguien que escribe con lenguaje científico sobre la base de cinco casos y saca conclusiones universales. No me importa que esté bien escrito y con lenguaje de paper. Algo que me sorprende mucho es que me escriben psicólogos a los que les sirve lo que hice, porque me metí con universos que por ahí a veces no entienden. No hay tanta bibliografía al respecto, entonces todo sirve.
Cuando tomás como clima de época el ocaso del amor romántico también referís a series o películas. ¿Cómo se lleva la ficción con esta época en transición?
Es muy difícil escribir telenovelas en el siglo XXI, hoy las que más se ven son de época porque es difícil hacer un melodrama romántico que transcurra en la actualidad. O lo que hacen es traer subjetividades nuevas como en la actual tira Pequeña Victoria donde la protagonista trans vive el amor romántico. Ahí sí nos parece algo nuevo, porque para las chicas trans, que históricamente han sido consideradas objetos sexuales, el amor romántico es una revolución dado que siempre les ha sido vedado.
El libro que acabo de cerrar, que sería el siguiente a El fin del amor, va a ser para 2021, es sobre los arquetipos de la ficción desde el siglo XIX hasta ahora: “la solterona”, “la enamorada”. Lo que no me interesa es la crítica feminista a la ficción en tanto crítica moral, no me convoca en lo más mínimo la idea de medir si una obra es feminista o no lo es. Pero eso no significa que el género no sirva para pensar la ficción, porque sí sirve. Cuando veo una ficción no puedo evitar pensar en cómo se tensan las feminidades, los vínculos de poder, los amores que van apareciendo. Me parece interesante ver cómo se reflejan en las ficciones todas estas cosmovisiones. Creo que en la Argentina estamos muy atrasados porque la ficción está en un momento muy difícil, fundamentalmente en la televisión. Pienso que en el teatro estamos viendo cosas más interesantes. No porque sea mi amigo, pero Tenconi hace algo muy interesante al tomar melodramas de época, excepto en La fiera (estrenada por primera vez en 2014).
¿Y el rol de los comunicadores en estos temas?
Hay cosas que ni siquiera tienen que ver con los comunicadores individuales. Hay cosas que no entiendo cómo solucionar. El tema del periodismo policial es todo un lío: ¿cómo se cuenta un femicidio? Nadie sabe bien lo que hay que hacer. ¿Cómo se cuenta esto de forma que no sea sensacionalista? Y si no podés contar cosas terribles no podés contar nada, ¿hay que contar lo terrible o hay que minimizarlo? Uno quiere que llegue y a la vez que no se glamorice. Es muy difícil. Otra cosa es, ¿tengo que saber el nombre de la víctima? ¿Por qué tengo que contar con quién andaba o qué hacía de su vida? ¿Importa o no? No sé.
Tanto la industria televisiva de Argentina como la periodística están muy envejecidas, están controladas por gente que tiene muchos años. En otra época siento que podías ver gente de treinta y pico ocupando espacios de poder, hoy en cambio se considera que recién está empezando. Cuando prendés la tele los conductores tienen arriba de 60 años. Y lo mismo la gente que controla los contenidos y que edita. No estoy a favor del juvenilismo porque sí pero hay una distancia importante entre la gente joven y lo que se produce en los medios. Si vos no tenés gente joven en lugares de decisión no vas a saber lo que está pasando con ese segmento. De hecho, las personas jóvenes no prenden la televisión porque tienen la posibilidad de migrar a otros medios.
Volviendo al tema de tu libro, se sigue hablando del amor romántico cuando en la realidad se está desvaneciendo
Hay bastantes datos que lo prueban. Si pensamos en la tasa de nupcialidad en Argentina, es muy baja, cada vez hay más personas que viven solas. Hay datos que respaldan que cada vez la gente se empareja menos. Lo difícil es encontrar los motivos, porque eso sí es más cualitativo. Nuestra sociedad particularmente es muy liberal en ese sentido. Además, creo que en el Cono Sur hay una especificidad muy curiosa, no tenemos la riqueza de Europa y tampoco tenemos la sociabilidad de América Central. Hay algo muy liberal acá, nosotros no lo apreciamos mucho, pero en los 90 tuvimos un presidente que se divorció en ejercicio. Eso no es normal. Y en esa misma época a Clinton le costó un montón su relación extramarital. No tenemos el puritanismo anglosajón ni el catolicismo extremo de América Central. En otros países ser hijo de una pareja que no está casada es mucho más complicado que en la Argentina. La monogamia sigue cumpliendo un rol. Pero creo que no tiene que ver con la moralidad sino con la aspiracionalidad. Lo mismo pasa con la maternidad, de tener un hijo como un trofeo. Me obsesiona todo este tema con los famosos y el alquiler de vientres. Lo hacen porque tienen los recursos para hacerlo pero también porque hay una valuación muy grande de la maternidad biológica. Si te fijas, Inés Estévez tiene hijos adoptivos y no salieron en la tele como sale Mirko o la hija de Luciana Salazar. Lo que te garantiza el alquiler de vientre es que sea un bebito y blanco. Y que adoptar es complicado es un mito, lo es si querés un bebé pero tener un hijo no tiene por qué ser una experiencia de supermercado. Qué sé yo. Aparece ahí una presión relacionada con la aspiración, igual que tener pareja. Son cuestiones que se relacionan con el éxito. Lo veía mucho en los foros de maternidad, las mujeres que no podían tener hijos biológicos se sentían fracasadas y condenadas a la infelicidad total. Qué fuerte esto. Y no sé cuánto sale del deseo.
Ahora, el amor romántico tuvo su momento histórico en el que fue revolucionario
Sí, claro. A mí me interesaba reivindicar eso porque no es lo mismo el amor romántico que la familia. Tiene mucho que ver con la subjetividad moderna y la idea de la individualidad. Pero en esa clave en la que se asienta su gracia se asienta también su problema. Toda esa idea del amor como dos individuos que se recortan de sus sociedades termina quedando muy corta como revolución. Porque son dos individuos que se recortan para encerrarse en sí mismos y no para construir sociedades nuevas. Lo pienso en las novelas que me gustan, las del siglo XIX. En Anna Karenina, por ejemplo, hay muchos tipos de adulterio pero en ningún momento alguien cuestiona, nadie ahí quiere producir una nueva forma de vincularse. Está bien, porque no es un manifiesto, es una novela. Pero a la vez todos quieren ser adúlteros y nadie quiere repensar esas relaciones.
Al final del libro decís que fue más doloroso de lo que pensabas.
Nah, fue para ponerle dramatismo. El libro también es ficción. Sí fue agotador, un año entero pensando estas cosas, porque la mayoría de la gente trata de no obsesionarse con estos temas. Tuvo su compromiso el asunto porque no son temas que uno pueda ponerse a estudiar sin que te afecten personalmente y sin pensar en tus propias decisiones. Por supuesto que tiene sus consecuencias pero a mí me gustaba que el libro termine medio dramático. Hay gente que me cuenta que llora al final y a mí me encanta.
¿Cómo aparece el feminismo en tu escritura?
Me dedico prácticamente a eso. Pero no creo que se haya convertido en una corrección política. Muchos varones dicen eso porque dicen sus machiruleadas y después los insultan. Por supuesto hay gente que es exagerada pero tampoco podemos pedirles que no lo sean. El problema es que la gente es muy susceptible, pero no solamente la gente progre. Y esto también tiene que ver con las redes porque la mayoría de la gente no está acostumbrada a hablar para cinco mil personas. “Ay, no, porque ahora no se puede decir nada, hay cosas que yo hablo sólo con mis amigos”: siempre hubo cosas que sólo hablaste con tus amigos y no las publicabas. El problema es que ahora no sabemos bien a qué se tiene que parecer Twitter, no se parece a hablar con tus amigos. ¿Qué es Twitter? Es como si te pararas con un megáfono en una plaza y empezarás a gritar. No está mal, está buenísimo, pero te va a contestar la gente que pasa por la calle y no son tus amigos, no te quieren y no tienen por qué fumarse las cosas que decís. Tenemos que aprender a discutir en masa y es algo muy difícil porque históricamente no tuvimos que hacerlo. Tal vez un periodista está más acostumbrado, pero esto de escribir un tweet y que lo lean diez mil personas siendo un “civil” no es tan común.
Respecto a las censuras que se producen con los artistas machirulos, ¿qué pensás?
Es obvio que la gran mayoría de los artistas que conocemos han sido seres despreciables. Me parece que es obvio y que no hay un problema con eso. Te banco si no querés ponerles plata en la mano pero después podés piratear las películas y mirarlas igual. A la vez, no me gusta esa idea de que no se los pueda criticar. Se arman como dos polos, uno que dice “cancelémoslo” y el otro que se queja porque quieren cancelarlo y es un genio. Bueno, es un idiota pero tal vez hizo algo que está bueno y las dos cosas pueden ser verdad.
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