Jimena García Bal es la coach actoral de Juan y Mariano, los hijos de Gustavo Garzón con síndrome de Down que actúan en la sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes. En esta nota, explica cómo fue la experiencia y por qué importa la inclusión.
Por Zoe Ledesma
Jimena García Bal es actriz, dramaturga y coach actoral. Tiene 43 años y nació en Uruguay, pero hace más de cinco años que vive en Buenos Aires. Desde agosto prepara a Juan y Mariano, los mellizos con síndrome de Down que actúan en Aurora trabaja. La obra, escrita por Mariana de la Mata y dirigida por Leonor Manso, continúa en el TNC hasta el 17 de diciembre.
-Para Aurora trabaja, ¿te convocó directamente Gustavo, el papá de los mellizos?
Sí, me propuso él. Ya los conocía a ellos y había estudiado actuación con él un año. Aparte, trabajo con Tamara Garzón (hermana de los mellizos) en su escuela de integración para actuación y comedia musical.
-¿Siempre te dedicaste al coaching?
Esta es la primera vez. Estudio actuación desde muy chica y siempre supe que quería dedicarme a eso, aunque quizás por mandatos o por miedo fui a lo seguro. Hice algunas cosas en Uruguay, pero después mi vida fue para otro lado, mis trabajos no se relacionaron el arte. El mercado uruguayo es bastante chico también, fue un combo de todo.
-¿Qué hiciste cuando llegaste a Buenos Aires?
Escribí una obra para Microteatro, donde actué, una experiencia súper linda. El año que viene sale Danielito, un documental sobre un chico con discapacidad. Y este año surgió lo de los mellis. Hay otros proyectos gestionados para 2024, pero todavía estoy a la espera.
En todo este tiempo, nunca dejé de estudiar actuación. A mí me encanta el teatro. De hecho, todos los días que veo la obra, porque están los mellis, hay algo hermoso que no puedo explicar. Ahí es cuando me doy cuenta: es lo mío. Después, si puedo vivir de eso o no... el intento está.
-¿Cómo es la dinámica con Juan y Mariano?
Estoy en todas las funciones. Con los mellis todos los días es algo nuevo, una sorpresa. Yo soy el nexo entre Leonor (Manso) y ellos. En los ensayos, ella marcaba y yo lo transmitía para trabajar juntos, pero después hay cosas que salen espontáneas de ellos. Entonces cada obra, si bien mantiene el formato y todo lo demás, permite que surjan cosas nuevas. Algunas están muy buenas, pero a veces se van de línea también.
-Entonces ahí hay que marcarlo
Me parece que sí, porque ellos son actores y ahí está la igualdad. Siempre después de la función hablamos. Primero, los aliento a darle siempre para adelante, como ellos me enseñaron a mí. Y después es tratarlos de igual a igual: "Esto me encantó”, “esto hay que incorporarlo", y así. Siempre he hablado con Leonor, por supuesto. Y hay cosas que se quedan afuera. Si vas a decir algo para pisar a un compañero, por ejemplo, eso no va. Ahí también está el respeto.
-Igualmente ellos se formaron en actuación
Sí, ellos hicieron cosas, pero más que nada comedia musical, porque a veces les cuesta sacar mucho la voz. En la escuela de Tamara bailan y se expresan por ese lado. Pero están geniales, yo me siento orgullosa.
-¿Cuánto tiempo estuvieron preparando la obra? ¿Arrancaste primero con ellos y después se juntaron en ensayos generales?
No, todo fue al mismo tiempo. Me junté varias veces para explicarles más o menos de qué iba la obra, qué era lo que iban a hacer, pero después fue en conjunto con todo el equipo. Aparte, los intérpretes que están son muy, muy capos. Entienden la movida, agarraron el timing con ellos.
-¿Cómo viste al TNC frente a esta puesta?
Espectacular. Me encantaría que sigan este tipo de proyectos. Pudieron venir los amigos de los mellis a verlos, todos los de la escuela de Tamara. Fue emocionante para mí, verlos parados y aplaudiendo, frente a gente de su comunidad. Hay oportunidades. Son limitadas pero existen y eso me da mucha felicidad. Me gusta mucho que esto se haya podido materializar, porque de la boca para afuera somos todos inclusivos, pero después los discursos se desarman. Realmente, vengo con mucha alegría a trabajar. Me siento muy contenida.
-¿Esta es tu primera experiencia en el Cervantes?
Sí. También me encantaría trabajar como actriz que, en realidad, es mi vocación pero no es un camino tan fácil. Ahora me estoy dedicando a esto, pero también estoy escribiendo una obra nueva.
-¿Y cómo se sintieron los mellis en el paso de los ensayos al estreno?
Ellos no tienen ego. Para los mellis, lo que significa hacer teatro es ser un niño. Y el disfrute lo tienen. Es lo mismo actuar en un ensayo que actuar ante el público. No tienen el peso de la mirada del otro. Obviamente, con el público ocurren cosas distintas, saben que hay personas observándolos, pero sin ese peso. En los ensayos yo estaba muerta de miedo y ellos estaban súper tranquilos.
-¿Con qué desafíos te encontraste durante todo este proceso?
Al principio, me preguntaba si iba a estar a la altura. Para mí, como actriz, estar al lado de Ingrid (Pelicori), Leonor, Paloma (Contreras) y Gabo (Correa) significa estar con gente por la cual siento mucha admiración y respeto. Y, si bien tengo 43 años, para mí es un mundo nuevo estar en el Cervantes. Esperaba poder ser clara al establecer la conexión entre Leonor, Juan y Mariano. Me hacía un montón de preguntas. Pero enseguida todo se dio con mucha naturalidad y fluyó. Ellos me lo hicieron muy fácil.
-¿Cómo recibió el público el hecho de que haya actores con síndrome de Down en escena?
No podría decir exactamente, porque hay tantas miradas como público en un espectáculo. Lo mismo pasa con cualquier actor, capaz hay uno que a mí me parece buenísimo, pero a una amiga no le gustó. Lo que sí pude percibir es que hay gente que se sorprendió, quizás pensaban que Mariano y Juan iban a estar ahí sin hacer nada, pero hacen un montón de cosas y eso sorprende. Están un montón de tiempo en escena.
-¿Cómo es la rutina los días que hay función?
Nosotros nos juntamos una hora antes de que se dé sala. Primero hablamos de nuestras cosas, pero después conversamos sobre la función anterior, para saber qué potenciar y qué es mejor disminuir un poco. En el medio hay muchísimo baile, se escucha Floricienta, Chiquititas y Bandana, a ellos les encanta lo musical. Y antes de salir a escena hacemos una previa con los compañeros. Leonor viene y les canta una canción que dice "Muy buenas tardes, mis queridos mellicitos". Si no está ella, la cantamos nosotros y cada tanto le vamos agregando letra. Ya es una cábala. Después salen todos a escena. Cuando terminan, los felicito, les doy un beso y hablamos algunas cuestiones. Después, cada uno a su casa.
-Es una rutina intensa. La obra está cuatro veces por semana, con todo agotado
Sí. Las entradas son muy económicas y eso permite que todos podamos acceder a un buen espectáculo. Es una impronta interesante del teatro, pero no es lo único. El otro día vino un grupo de espectadores no videntes y me pareció espectacular ese nivel de accesibilidad. Que se puedan ver otro tipo de actores en escena también da visibilidad. Es esencial para que todo sea inclusivo en serio. Ese es el compromiso que se necesita, todos con nuestro granito de arena podemos sumar y hacer algo por el que tenemos al lado.
-¿Cuál creés que es el resultado de un proyecto así?
Es una enorme satisfacción. Ellos están felices y yo también. Ya verles las caras cuando entran, me demuestra que es una tarea cumplida. Y ojalá pueda seguir esta obra y se le dé lugar a otras personas. Acá hay trabajo y dedicación. Vos te das cuenta cuándo un producto está colgado de un hilo y cuándo hay trabajo detrás. Es momento de dar lugar a este tipo de producciones y dejar de mirarse el ombligo. Porque en realidad esto es mucho más enriquecedor para uno que para ellos. Un teatro enriquecido da un público enriquecido.
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