“Sería hermoso si sintiera, en algún momento, que me convertí en mi vieja”
- gestiondepublicos
- 6 dic 2024
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Payuca, “La Flaca” en Las lágrimas de los animales marinos, de Toto Castiñeiras, cuenta acerca de su personaje, su trayectoria en el teatro oficial e independiente y la “pisada escénica” que le enseñó la noche.
Por Paloma Kreder

Payuca, como su nombre indica, proviene “del pueblo”. En su juventud viaja desde Pergamino a Buenos Aires en busca de un sueño: ser actriz. Sus primeras experiencias se nutren de shows nocturnos en los que se desempeñó como transformista, drag queen y performer, a la vez que formaba parte de obras autogestivas del teatro independiente. Su primer protagónico en el teatro oficial lo lleva a cabo en Siglo de Oro Trans, la obra de Gonzalo Demaría que le valió el premio ACE a Revelación Femenina. Algunos otros hitos de su carrera reciente son la participación del elenco del Julio César muscariano junto a Moria Casán y el unipersonal Lorena, basado en el relato de la experiencia de personas travas y trans en el Hotel Gondolín. “Yo amo los monólogos”, afirma Payuca y en Las lágrimas de los animales marinos interpreta uno con una “pisada escénica” -como diría ella- notable, despertando un profundo magnetismo en quien la observe.

-¿Cómo se dio tu incorporación al elenco de Las lágrimas de los animales marinos?
-Toto me había convocado para un espectáculo previo cuando yo estaba haciendo el Siglo de Oro Trans. Era fines de 2021 y por la pandemia no se sabía si seguíamos con el proyecto o no, por lo que no le pude terminar de confirmar. Pero me quedé con ganas. Después vi Ojo de Pombero y me encantó. Finalmente el año pasado, en septiembre me parece, vino a verme cuando estaba haciendo Lorena en El Callejón, y cuando salí me dijo: “Estoy armando un nuevo espectáculo y tengo un personaje que me gustaría que lo veas”. Leí la obra y le dije que sí, que estaba interesada.
-¿Qué te atrajo de la propuesta?
-En principio, el texto que, a simple lectura, parecía una historia sencilla. Pero a la vez las indicaciones planteaban una cuestión de decir lo que se está haciendo o decir lo se está pensando que podía ser muy complejo. Me pregunté “¿cómo va a ser esto?”. Por otro lado, el hecho de que iba a presentarse en la sala grande del Teatro Cervantes, en la que yo nunca había estado. Y también la posibilidad de ser dirigida por Toto Castiñeiras, que me gustaba y con quien no había tenido la oportunidad de trabajar anteriormente. Trabajar con un director o una directora nueva para mí siempre es un desafío. Me interesa estar cambiando todo el tiempo, no estar instalada con alguien durante cuatro, cinco o seis años. Me gusta moverme y conocer grupos de gente, directores, directoras, actores y actrices porque sé que cada uno tiene una propuesta diferente, una forma de trabajar distinta y me gusta aprender y tomar de todas y de todos.

-¿Cómo fue ser dirigida por Toto Castiñeiras?
-Fue muy sencillo. En principio, hicimos un trabajo grupal, como para encontrar una dinámica corporal. Como mi rol es la interpretación de uno de los personajes, no tenía tanto riesgo físico. Yo creo que la parte más compleja la tienen los intérpretes de animales marinos, quienes le ponen muchísimo el cuerpo al espectáculo y tienen un riesgo que quizás los personajes no tanto. Por eso no me fue complejo recibir marcaciones o su directiva. Desde mi punto de vista la obra está sobrecargada en la parte de los animales marinos, creo que el mayor trabajo lo tienen ellos.

-Ya has formado parte de elencos grandes (como en Julio César). El de Las lágrimas… también lo es y se compone de distintas “patas” (los intérpretes, los músicos, los personajes). Para vos ¿qué tiene de particular este elenco?
-Está fragmentado pero a la vez somos un todo. Sumando a les músiques también, que son parte de cada movimiento, de cada palabra que vamos diciendo. Que estén sonando constantemente potenció un trabajo coral. Y personalmente la particularidad de este elenco la encuentro en el hecho de que no conocía casi nadie. Con excepción de Jorge Thefs, nunca había trabajado con ninguno. Eso es lo que me parece atractivo, porque me gusta conocer. Todo era nuevo: el grupo, el director, el texto, la propuesta escénica, los carros, esa casa que se arma y se desarma. Estar actuando en movimiento. Y también es lo que quizás, para mí, tiene un poquito de riesgo ahora en funciones. Decís “esto está volando, yo en cualquier momento me caigo de acá”. Entrás en esa vorágine, en ese remolino que se arma y se desarma y, o te subís, o te subís.
-La obra puede considerarse como un todo compuesto por partes o fragmentos: a La Flaca, ¿la pensás aislada o dentro de la unidad?
-El personaje que interpreto, en un principio, acompaña. En algún punto al no conocer al Nieto, que es quien le propone al Amigo hacer este viaje, ella toca de afuera: “Bueno, viajemos, los llevo, conseguí un auto”. Después se va afectando, encuentra esa ciudad que es una soledad y una tristeza total y, de repente, está totalmente adentro viviéndolo en carne propia. Empieza a caerle la ficha de su pérdida, asimila lo que le pasó al nieto con su abuelo a ella con su madre. Esa pérdida, esa soledad, esa necesidad. Sin darse cuenta está adentro de la pileta, hundida, hundida.
-¿Cambió mucho La Flaca desde los comienzos de los ensayos hasta el estreno?
-Sí, por supuesto. Como actriz sé que hay un proceso, lo vivo desde ese lugar. Primero cuando tenés el texto, después cuando lo estudiás, después cuando permeabilizás las marcaciones que te brinda el director. Y por último, cuando estás haciendo las funciones. Ahí se entra en una instancia totalmente diferente, sobre todo en los monólogos. En Las lágrimas… tengo uno y es un momento de conexión donde estás completamente sola con el público. Siento que ahí generás otra química, algo único que se produce y que no te lo dan las marcaciones ni los ensayos. Siempre le vas agregando algo, alguna cuota más, alguna palabra que te resuena en ese momento porque estás de un modo particular o porque le llegó al público de alguna manera. Como si cada frase, cada fragmento, se volviera totalmente diferente a lo que fue la función anterior y a lo que fueron los ensayos.

-¿Qué distingue este monólogo a otros que has interpretado?
-Este tiene una descripción y un desarrollo de lo que produce el llanto de una manera física en el cuerpo. Pero yo no quería que suene tan descriptivo, “lo que pasa cuando llorás es que cae una lágrima”, sino llevarlo a lo que La Flaca estaba viviendo en ese momento con la pérdida de su madre. Como si ella te dijera que “todo eso viví pero no lo pude expresar en ese momento, me está pasando ahora y estoy acá sola y quiero llorar”. Poder hacer carne una descripción física, de qué manera se vive.
-Además la descripción física se detiene en lo desagradable de llorar, ¿no? No es una imagen romántica del llanto.
-¡No! Se te caen los mocos, el moco duro, el escupitajo, el gargajo. Son todas palabras sucias, asquerosas. Es también el punto extremo al que te lleva el llanto. Y a la vez en ella hay un disfrute en contar, en sacarlo. Es una de las primeras veces que La Flaca habla y vive. Porque en un par de escenas anteriores no se hace cargo de que llora pero en el monólogo es un “ya está, está bien, produce todo esto, me pasa”.
-La Flaca empieza describiendo el llanto y en seguida va ingresando a lo específico de su duelo, de la pérdida de su madre. ¿Hay algo tuyo ahí, de tu relación con tu madre, para actuar esa experiencia?
-No… de hecho yo pensaba que si viene a verme mi vieja, le voy a decir “che, mamá, esto no tiene nada que ver con vos” (risas). En una parte, La Flaca dice: “¿En qué momento me convertí en mi vieja?”, como “¡la puta madre! ¡soy mi vieja!, ella es depresiva, se empastilla”. Son características que no tienen nada que ver con mi madre. Si en algún momento llegara a sentir que me convertí en mi vieja sería hermoso.
-Más allá del monólogo, ¿cuál es tu parte preferida de la obra?
-Me gusta el momento (que lo habíamos probado en diferentes tonalidades, en diferentes ritmos) que digo “la vecina de al lado dice que el salitre de mar afloja los balcones”. Es un divague que ella escucha a través de la pared y se lo tiene que comentar a los otros que no entienden nada, que la están mirando como diciendo “¿qué?”. Y la vecina que no tiene un balde, que le pide uno, “¡¿qué ser humano no tiene un balde?!”. Atrevida tiraste la manguera para acá… Ese momento me gusta mucho porque a mí me encanta la comedia. Y aunque esta obra tiene sus momentitos cómicos hace más hincapié en el dramón de lo que se está viviendo. Por eso cuando hay pequeños momentos donde puedo sacar una risita o una sonrisita lo disfruto mucho más.
-¿Te llevás mejor entonces con el humor que con el drama?
-Será quizás porque es donde tengo más trayectoria y donde siento que puedo jugar más. En Lorena, por ejemplo, incluso diciendo cosas tremendas, el personaje tiene una calidez que llega provocar en algunas personas una cierta gracia. También es cómo le llega a cada uno, a cada una, cómo lo toma o cómo lo puede tomar. Pero sí, se puede decir que amo más hacer comedia. Que es difícil, no es fácil, no cualquiera tiene los ritmos, el tiempo de la comedia. Porque no es solo hacer un chiste. Las lágrimas… no tiene el timing de comedia de “pim pum pam: jajaja”, pero me ha pasado en otras obras que decís “ay, no, claro, se fue”, no lo dijo a tiempo y no funcionó. Cuando el timing de la comida está dado en su momento justo, es un 95 por ciento de que funcione.

-En cuanto a tu trayectoria, ¿qué de tu experiencia como transformista y performer influyó en tu carrera como actriz?
-Me ayudó muchísimo en cuanto a la pisada escénica. El trabajo que realizaba como transformista o las veces que he hecho más drag queen me daba una conexión particular con el público y con el escenario, algo del estar presente. Si no estabas pisando fuerte el escenario eras una más del montón, sobre todo en los grupos en los que éramos 10, 15, 20 personas, todes montades. Tenías que armarte un espacio, hacerte un lugar, desarrollar una característica. Y eso para mí era estar presente en el escenario: el hacerme la diva, la reina, la queen, la “yo estoy acá, mírenme”. Es difícil explicar el cómo se pisa un escenario, de hecho a mí nadie me lo explicó. Lo fui encontrando en cada trabajo, cada noche, cada performance, cada show, cada baile, cada presentación. Lo fui encontrando, y te lo digo ahora en perspectiva, “claro, esto me lo dio la noche”. Y no me lo dio el curso de teatro, el seminario, el entrenamiento actoral, la carrera.
-¿Qué carrera estudiaste?
-Soy egresada de la Escuela de Arte Dramático (EMAD). La hice muy jovencita, cuando llegué a CABA desde Pergamino. En ese momento, no tenía mucha conciencia de lo que estaba transitando y el trabajo de transformismo, de Drag Queens, show, noche, fiestas, eventos, boliches y demás creo que me dieron un piso, un escenario.
-Aprender a destacarte también, ¿no?
- Sí, totalmente, y sin ir a lo fácil tampoco, a gritar o a decir un insulto. Porque así es sencillo: insultás y la gente se ríe, gritás y la gente te escucha. De todas formas, lo mío fue algo que nunca me lo planteé o lo pensé, simplemente lo fui trabajando a medida que iba pasando cada día, cada fin de semana, cada noche.
-¿Esta trayectoria en la noche se daba paralelamente mientras estudiabas?
-No, no, eso vino después. Llegué de Pergamino y lo primero que hice fue el ingreso en la EMAD. Empecé a estudiar mientras trabajaba en un local de comidas rápidas para poder pagarme los estudios. Terminé la carrera, empecé a animar fiestas infantiles y después empecé a trabajar en los boliches, en la noche, shows y eventos. Y paralelamente a eso iba haciendo obras de teatro, la mayoría independientes, durante muchos, muchos, muchos, muchos años. Mirá, egresé de la carrera de actuación y dije: “Ahora con el título voy a trabajar en el Teatro San Martín porque esto me va a habilitar, es un título de actriz de la Ciudad de Buenos Aires”. Y eso no sucedió hasta 20 años después.
-También supongo que habrá quienes nunca ingresan, incluso con título en mano y 20 años después.
-Por supuesto, sí. Para mí era un sueño, uno que nunca abandoné y que cumplí. Es complejo materializarlo, que se hagan tangibles esas ideas que tenías sobre estar en un determinado lugar. Pero súper disfrutable. Es fácil abandonarlo, cualquiera sea, lo más fácil es abandonar un sueño. Lo difícil es mantenerlo aunque sea en un rinconcito, pero tenerlo siempre y trabajar a por ello. Ese es como mi leitmotiv: tener algún punto futuro, un desafío o un proyecto, pensarme, imaginarme en algo. Y me va funcionando.
-¿Te interesa el universo audiovisual?
-Como hice menos, no tengo tanta experiencia. Soy un poco más reservada pero quiero, amo y apunto a eso, a tener más experiencia. Acabo de terminar de grabar En el barro, el spin-off de El marginal. Se hicieron dos temporadas que van a salir el año que viene y fue un placer, tuve un personaje con continuidad y me pareció hermoso. Es otro código, un gran desafío para mí porque es totalmente diferente al teatro.
-¿En qué lo notás?
-En el modo de actuar, en las repeticiones. En teatro también repetís pero es de una función a la otra, en audiovisual es una repetición de corte en el momento, que quizás lo repetís diez veces, lo mismo pero para otra cámara, una que está más cerca. Tengo que tratar de no moverme tanto, de no hacer tantas expresiones, porque todo se nota un montón.
-Y la cuestión de mantener la energía ¿no?
-Y depende la escena, dosificarla. Empezas a entender o a preguntar ¿cuál es el plano? Por ejemplo, si es un plano general y la escena es muy demandante no le entregás todo, porque faltan varias tomas para que llegue al primer plano. No te vas a llorar la vida, porque hasta que llega al primer plano son 10 escenas y 10 llantos, de nuevo y de nuevo. Cuando llega el primer plano ya no tenés lágrimas, no tenés de dónde sacar la emoción. Esa es una de las cuestiones y la otra es el equipo con el que se trabaja. La cantidad de gente que trabaja en cada área de audiovisuales es impresionante y están todes muy encima tuyo, muy cerca. “Bueno, ¿pero puedo levantar la mano?”. “Sí, sí, pero fíjate que hasta acá porque que hay un panel que no sé qué…”. En el teatro tenés otra libertad, cuando arrancan las funciones todo el equipo (sobre todo en el teatro oficial, como el Cervantes o el San Martín) desaparece o está más oculto.
-¿Te interesaría escribir, dirigir o producir?
-Hice producción en otras áreas, en otros trabajos, pero más que nada lo hice por una cuestión económica, no es algo que disfrute. Respecto a la autoría, tengo escritas algunas cosas personales pero me cuesta sentarme a armar una estructura. Tampoco tengo las herramientas para hacerlo o las que tengo son del hacer como actriz pero no de haberlas estudiado. De todas formas estoy muy enfocada en simplemente actuar, es mi ideal, siempre tomar trabajos como actriz. Si en algún momento, que pim que pam, pasa algo y me tengo que entregar a la dirección o a escribir o producir o lo que fuere, bueno, me mando. Yo te hago mil cosas a la vez y está todo bien. He hecho escenografía, vestuario, prensa, difusiones, no sabía hacerlo pero en teatro independiente lo aprendí y lo hice. Volanteando en la puerta del teatro San Martín, empapelando los postes de la calle Corrientes con baldes de engrudo, llamando a las radios para invitar a la gente a ver tu obra. Después escenografía, vestuario, peluca, peinado, maquillaje, todo. En el teatro independiente tenés que hacer todo vos, vos y tu grupo y la compañía y el equipo.
-¿Participaste de un elenco grande en teatro independiente?
-El máximo de elenco en el que estuve fueron 35. Fue una bomba, donde más aprendí a hacer otras cosas además de la actuación. Era una compañía que se llamaba Patrica, creo que ya no existe más. En Cochabamba y Defensa, abajo. La obra era una trilogía que se contaba viernes, sábado y domingos, y en cada uno había un grupo del elenco, el máximo era 28. Pero el resto estábamos todos siempre haciendo alguna otra cosa, la técnica, la asistencia… esos tres días era un caos de gente. Teníamos todo programado, volanteábamos en el San Martín los lunes, los miércoles, los viernes de tal hora a tal hora, en el Recoleta, en el Rojas. Cada uno tenía 10 llamadas a radios. Teníamos un mailing de gente que iba a ver esa obra y les hacíamos un enganche del tipo “si ya viste la 1 ahora tenés que ver la 2 y la 3”.
-¿Cuál fue el papel más desafiante que interpretaste?
-El de Siglo de Oro Trans reunía varios condimentos: interpretaba a tres personajes, era la primera vez que protagonizaba una obra y la primera vez que iba a estar en el Teatro San Martín. El texto era en verso, lo había escrito Gonzalo Demaría basado en el clásico Don Gil de las calzas verdes. Tenía muchos fantasmas en la cabeza: “Tiene que ser increíble, me tiene que salir bien”. Por suerte, el director Pablo Maritano fue maravilloso, me dio mucha tranquilidad y ese plus de “confiá en vos, vas bien”. Cuando le quité un poco de presión, entró el disfrute y vi unicornios de colores. Presentar en la sala grande y cerrar en la sala Martín Coronado del San Martín, esa sala que la pisaron tantos actores y actrices y que si no te hacés cargo, si no pisas el escenario, te come, desaparecés, pasás desapercibida.
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