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Polvareda en los ojo´: tierra de mito, amor y parodia sobre la conquista

  • gestiondepublicos
  • 11 sept 2024
  • 4 Min. de lectura

La nueva obra de Damián Smajo, dirigida por Ana Lucía Rodríguez, presenta una encrucijada de historias que hablan del sometimiento, lo mítico y la pugna por el poder entre gauchos e indios del territorio pampeano.

                                                                                                                     

Por  Bianca Davicco



Otra ocasión en la que el teatro posibilita imaginarios que congenian figuras como las de Polvareda y Nácar de Almíbar, última cacique de la tribu e hija, más Heliodoro, un español aprisionado por ellas, el legendario Juan Moreira y los gauchos Castro y Acosta. Los personajes se desenvuelven con destreza, huyen, ríen y luchan por la gobernanza de la tribu. En simultáneo, la literatura gauchesca funciona como sostén de las gestualidades propiciando un ambiente crudo, violento, en el cual el dominio es la ley suprema que permite dar rienda suelta a los deseos más primitivos.

Polvareda en los ojo´ presenta un engranaje de géneros que dan acceso a un sinfín de posibilidades, donde el hilo narrativo que conduce a este circo criollo permanece tenso mientras se desarrollan las actuaciones. Si bien hay papeles principales, todos acaban por desplegarse como protagonistas y tienen actitudes desafiantes que son reveladas cuando dialogan entre sí. 

Además, se configura una puesta en escena que sabe cómo aprovechar el espacio disponible  para que cada uno de los integrantes ejecute sus posturas y transformaciones grotescas. El trabajo de vestuario realizado por Natalia Alayon y el diseño de sonido de Fernando Tur no se quedan atrás.  Juan Moreira, el mismísimo gaucho justiciero que  Eduardo Gutiérrez describe en su libro, aparece reversionado en la obra y dotado de autoridad. Busca conquistar el territorio y los cuerpos ajenos en un juego de seducción que invoca al cuestionamiento de las normativas sociales y roles de género impuestos por el patriarcado. Hay conflictos de identidades y acciones que resignifican al mito fundacional, le dan un giro de tuerca ingenioso a la historia evidenciando lo fortuito que es producir vida u ocasionar la muerte. 

Polvareda renace en la muerte con un nuevo clan, aquel con personajes que en vida supieron amarse hasta el final. Hay una reapropiación que, en el caso de Nácar, trae consigo la emancipación de su destino que parecía estar preestablecido por su posición en la tribu. Tanto ella como su madre-padre Polvareda, buscan volver a ser mayoría en un núcleo hecho ruinas. Por otro lado, la dinámica de los gauchos está caracterizada por la supremacía de posiciones, siendo Moreira el gaucho más respetado y adorado tanto por Castro como por Acosta, quienes por su parte, escapaban de la pala, sin saber que en el camino se encontrarían  con un desafío mayor que el escenario del que inicialmente escapaban. Castro y Acosta no se sublevan ante sus ordenamientos, al contrario, muestran sumisión. Esto se ve de forma mucho más pronunciada en el caso de Acosta, sus deseos homosexuales le afirman estar dispuesto a  morir con tal de recibir el amor de Moreira, ya que él se revela como superior tanto en fuerza como en masculinidad y coraje.


Todos y cada uno habitan sensaciones como la vergüenza, la sed por la venganza y el poder. En el medio, el español Heliodoro, capturado y torturado por los indios; una versión de los hechos que va en sentido inverso al discurso histórico y que en esta línea, pone en el lugar de víctima al blanco colonizador. Esta forma de representar la historia se conjuga con algo más grande. Algo que trasciende las fronteras de lo probable, una inesperada aparición: la alusión a la película de Leonardo Favio, Nazareno Cruz y el lobo, con la Vaca Lechiguana.  En este sentido, la obra logra con éxito producir asombro y reunir temáticas que parecen lejanas al mundo que se está proyectando y que, sin embargo, el espectador capta con extrema atención, minuto a minuto, esperando el impactante desenlace trágico. El mismo autor Smajo cuenta cómo se excusa detrás de estos seres para poder con ellos contar otro mito, el propio. Y con ello inventa algo nuevo.  La cabeza de vaca, por ejemplo, es un símbolo que aparece y representa tanto la vida como la muerte. Existen culturas en las que la cabeza de un animal es considerada una representación poderosa de su espíritu. 

En Polvareda estos planos están atravesados por la superstición y la terminante  vinculación de personajes cuya procedencia los hace partícipes de un mismo legado. Sin ánimo de hacer spoiler, hay escenas fuertes, de mutilación y sangre, es el retrato de una civilización salvaje.  Lo proyectado confluye con lo extravagante y le hace frente a las contradicciones modernas, a los lazos permitidos y a los acuerdos vistos antes, en general, en otras salas del Cervantes.



 


Autoría: Damián Smajo.

Intérpretes: Melina Benitez, Fabián Bril, Martín Kahan, Hernán Melazzi, Fernando Ritucci y Damián Smajo. 

Dirección: Ana Lucia Rodriguez.

Vestuario: Natalia Alayon Bustamante.

Escenografía: Rodrigo González Garillo.

Iluminación: Agustín Valle.

Sala: Orestes Caviglia del Teatro Cervantes (Libertad 715).

Funciones: jueves a domingos, a las 21 hs.

Duración: 75 minutos.

 
 
 

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