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Nadar entre los recuerdos de tiempos desolados

  • gestiondepublicos
  • 15 nov 2024
  • 3 Min. de lectura

Crítica 2 de Las lágrimas de los animales marinos.


Por Bianca Davicco



En un mundo que incita al olvido y a la superación rápida del dolor, hacerle frente a una realidad sumergida en el pasado y optar por recordar se convierte en un acto tan valiente como difícil de ejecutar. Las lágrimas de los animales marinos triplica la apuesta de la mano de su director Toto Castiñeiras, a quien ya se ha visto en anteriores proyectos teatrales emprender la desafiante tarea de recomponer recuerdos mediante la narración, así como tambien a través de la personificación física y visual de acontecimientos que únicamente existen en el ámbito de la memoria. 

Esta es una historia familiar particularmente convocante: presenta un relato a destiempo, iniciado desde la reconstrucción de un pasado y la edificación de un presente. Es una voz en off la que nos acompaña en el viaje de un joven que debe  reconocer el cuerpo de su abuelo, quien ha muerto a  orillas de mar como un animal marino. Deciden acompañarlo un amigo  (Ignacio Torres) y la Flaca  (Payuca), encargada de trasladarlo a destino. Retratado como un ente casi privado de su propia voluntad, él es solo un hombrecito que está a punto de adentrarse en un ambiente hostil, al que no hubiese regresado de no ser por esta noticia que lo remonta a tiempos aparentemente olvidados. 

Al llegar, una presencia fantasmagórica se hace notar, a veces incluso le dice qué hacer y qué decir.  En este lugar se percibe una atmósfera fría e invernal, donde todos los elementos lloran y son el reflejo de un estado de ánimo compartido. Decide entonces instalarse en el departamento de su abuelo que, en el tiempo presente, necesita mantenimiento, está vacío y descuidado.  Al lado de su apartamento vive una vecina, interpretada por Chacha Alvarado. Ella es la ventana que abre directamente a la versión de cómo fueron las cosas.  En torno a su monólogo tragicómico es que se empieza a costurar una obra que presenta una dinámica y una movilidad constante, donde hay seres girando  alrededor de una utilería que apenas por instantes se mantiene fija. Cada uno se desliza haciendo una acrobacia distinta, un movimiento característico, funcionando entonces como un soporte y sustento circense para las escenas.  Son como animales que se desplazan en su entorno y revolotean alrededor de los seis personajes principales, se entrometen pero no atormentan. Se unen las imágenes con los sonidos, se superponen, se reubican linealmente y se reconstruye un paisaje costero.

Ordenar lo caótico puede llegar a ser complicado y más si lo que se intenta restaurar vive en un plano mental, donde los límites entre lo que fue tomado por la tristeza y la versión más fidedigna de la realidad están desdibujados. Esta pieza protagonizada por Gonzalo Carmona, en carácter de nieto, y Guillermo Angelelli en el rol de abuelo, es una oda a las lágrimas, a la melancolía retratada de múltiples maneras y a través de  múltiples  recursos.  Cada recuerdo es un hilo en un tapiz intrincado. Los colores son intensos y sutiles al mismo tiempo: los momentos felices brillan con tonos vibrantes, mientras que las sombras de la tristeza se deslizan en azules nostálgicos. 

Todo esto se manifiesta en la  coreografía, la corporalidad y en el lenguaje textual entremezclado con los no textuales:  música, danza y acrobacia.  Estos, en definitiva, son los componentes distintivos por excelencia que habitan las creaciones performáticas de Toto Castiñeiras. 

Si hay algo que esta obra repone con destreza por medio de actuaciones y diálogos emotivos es lo multifacético que puede llegar a ser el duelo de aquello que se perdió, ya sea un vínculo, una identidad, una pertenencia o persona. Se arroja luz sobre lo que sucede después de decir “adiós” y cómo se lidia con la ausencia en un sitio que constantemente remite a un periodo antes colmado de presencias. Es un recordatorio de que, aunque la pérdida es dolorosa, también puede ser un camino hacia la sanación y la renovación. 



 

Autoría y director: Toto Castiñeiras.

Intérpretes: Chacha Alvarado, Guillermo Angelelli, Gregorio Barrios, Gonzalo Carmona, Payuca, Ignacio Torres, Boris Bakst, Oliver Carl, Pleitto Castillo, Rocío García Loza, Lucía Gómez, Julieta Laso, Lucío Mantel, Marcelo D. “Coco” Martínez, Maximiliano Más, Ezequiel Posse, Julieta Raponi, Consuelo Rodríguez Fierro, Jorge Thefs.

Vestuario: Daniela Taiana.

Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez.

Iluminación: Alejandro Le Roux.

Música: Lucio Mantel.

Coreografía: Luciana Acuña.

Sala: Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815.

Funciones: jueves a domingos, a las 20.

Duración: 120 minutos


 
 
 

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