Margarita Bali, jugadora del tiempo
- gestiondepublicos
- 14 ago 2024
- 4 Min. de lectura
La performance de la artista pone ante nuestros ojos a una eximia bailarina de 81 años.
¿Hay edades para los cuerpos de la danza?
Por Giovanna Cirianni
Es muy difícil contener a Margarita Bali bajo una sola palabra. Primero, coreógrafa, pero también bióloga, bailarina, cineasta, artista visual, docente, pionera de la video danza y del video mapping en Argentina. Cumple 81 años con Juego del tiempo, una obra de más de una hora donde es la única intérprete en escena. La primera impresión es que Bali aparenta menos edad por su agilidad y soltura pero, inmediatamente, aparecen más preguntas sobre aquello posible o imposible, esperable o inesperado en un escenario de danza.
En teatro no es raro ver cuerpos de todas las formas, edades y tamaños, pero la danza es un universo diferente. En particular, la danza profesional (clásica y contemporánea) acarrea mandatos estrictos sobre los cuerpos que participan de ella. Deben ser delgados, atléticos y jóvenes. Si bien las primeras dos categorías han sido fuertemente discutidas en años recientes, la última aparece menos en la discusión. De hecho, en 2022 Bali cerró la Bienal de performance en el Salón Dorado del Teatro Colón, con Existir la vejez, junto a Margarita Fernández, Ana Gallardo, Florencia Ciliberti y Mariana Obersztern.

Margarita Bali en Existir la vejez
La carrera de los bailarines profesionales suele ir a contrarreloj, comenzando su formación desde la niñez y muchas veces retirándose de los escenarios alrededor de los 40 años, como otras actividades de alto rendimiento. Además, los bailarines suelen llegar al momento de su retiro con lesiones crónicas que el ritmo de entrenamiento les dificulta sanar. No es raro que les generen dolor y dificultad de movimiento. Paradójicamente, una carrera profesional en danza suele tener niveles de exigencia física que en lugar de promover la salud en la vejez, la compromete.
Por suerte, el perfeccionamiento de la técnica y el mejor conocimiento sobre los cuerpos ha permitido que las carreras de los bailarines ejecutantes sean cada vez más largas. Un ejemplo claro es el de Marianela Núñez, bailarina clásica argentina entre las mejores del mundo, quien con 42 años cumplidos está en lo más alto de su carrera, sin siquiera pensar en la posibilidad de retirarse.
Sin embargo, la mayoría de los bailarines se desarrollan en la escena independiente, y no tienen el privilegio de bailar en una compañía profesional, donde estén acompañados de un equipo médico que cuide su salud física. Tampoco existen sistemas de pensión o jubilación para artistas escénicos, lo cual obliga a muchos de ellos a diversificar sus habilidades profesionales. En este sentido, la danza contemporánea tiene varias ventajas sobre la técnica clásica. Una es la flexibilidad en el uso del cuerpo y el espacio, que permite a bailarines mayores seguir bailando y crear coreografías que adapten el movimiento al cuerpo, en lugar de forzar el cuerpo a las expectativas de la técnica.
Algunas escenas de Juego del tiempo tienen un ritmo más pausado, predominio del trabajo de brazos o de caminata por el espacio: motivos coreográficos que parecen adaptarse a las posibilidades de movimiento esperado de una bailarina de más de 80 años. Sin embargo, esta impresión queda diluída por otras escenas mucho más demandantes técnicamente, algunas de las cuales revisitan fragmentos de obras montadas e interpretadas por la artista 30 o incluso 40 años atrás.

Bali comenzó su formación como bailarina después de los 18 años, algo poco habitual en las bailarinas profesionales, cuyas carreras suelen tener como límite los 12 años, aunque hay más flexibilidad con los varones Cuenta la coreógrafa en una entrevista que, después de descubrir la danza contemporánea mientras estudiaba en la universidad de Berkeley en Estados Unidos, comenzó “una sucesión vertiginosa de cursos para recuperar el tiempo perdido”.
Este inicio tardío en la danza recuerda a la carrera de la bailarina y coreógrafa estadounidense Marta Graham, quien comenzó a bailar a los 22 años y revolucionó la danza moderna a principios del siglo XX. Creó su propia técnica de entrenamiento, escuela y compañía, y entre los críticos es común compararla con Picasso o Stravinsky, por el impacto que tuvo en la historia de la disciplina. Graham dio su última presentación a los 76 años, después de la cual entró en una profunda depresión. Cuenta en su autobiografía Martha Graham: la memoria ancestral que al dejar de bailar perdió su voluntad de vivir, comía poco y bebía mucho, llegando incluso a tener que ser hospitalizada. Sin embargo, siguió trabajando como coreógrafa veinte años más, hasta su muerte a los 96 años.

Martha Graham, Sam Falk/New York Times, 1960
La creación artística y la vitalidad funcionan en un ciclo de retroalimentación. Lo primero que sorprende en Juego del tiempo es la fuerza y la presencia de la bailarina en escena, que rompe nuestras expectativas sobre la edad de los cuerpos que danzan y sostiene una obra de más de 60 minutos con varias escenas y cambios de vestuario. Margarita Bali a lo largo de su carrera no sólo ha recuperado lo que ella llamó “tiempo perdido”, sino que en esta obra se muestra como una verdadera jugadora del tiempo que permite al espectador unirse al juego.
Si Graham se retiró melancólica de los escenarios, envidiando a sus bailarines desde las piernas del teatro, Bali rehabita su trayectoria en una gran celebración en carne propia, que lanza al espectador esa “voluntad de vivir” de la que hablaba Graham. Una vitalidad que solo regala la danza, que inevitablemente, también la provoca.
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