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Llevar la ausencia a escena

  • gestiondepublicos
  • 15 nov 2024
  • 3 Min. de lectura

Crítica de Las lágrimas de los animales marinos


Por Camila Vittar



Un hombrecito –así es llamado el protagonista por el narrador– recibe un llamado: debe volver al departamento de su infancia a reconocer el cuerpo de un animal muerto. Específicamente, el departamento de su abuelo, en la costa bonaerense. Le dicen que es urgente. Acompañado por el amigo y la amiga de su amigo, el hombrecito llega al lugar, sin decir una palabra. Quien tiene la palabra, en cambio, es su abuelo, un fantasma omnipresente. O el abuelo es, como reflexiona uno de los personajes, “la presencia de una ausencia”. Porque es la ausencia la que narra esta historia sobre el duelo, sobre la pérdida y el mar. Y es en el intento por comprender la ausencia que se insinúa la pregunta por la reconstrucción de la memoria: ¿Cómo se transforma un recuerdo a la luz de la pérdida? ¿Cómo hacer duelo de aquello que retorna?


Desde Antígona hasta Hamlet, la insistencia del pasado en el presente es un tópico que el teatro siempre ha capturado con virtud. En su Filosofía del teatro III. El teatro de los muertos (Atuel, 2014), Jorge Dubatti advierte que todas las culturas teatrales tienen un carácter espectral en tanto trabajan con la memoria, aquello que retorna y reclama reconocimiento. Los muertos no descansan y los vivos se enfrentan al problema de la sepultura imposible. En la obra de Castiñeiras, la escena se monta sobre el relato de los muertos. La ausencia se presentifica no solo mediante su palabra, sino también mediante fotos, ropas viejas y objetos abandonados que –bajo la mirada del hombrecito– se convierten en pistas para construir el recuerdo. Y entre tanto vestigio, el personaje de Julieta Laso nos recuerda cada tanto que “esto es el presente”. Su voz llega como un eco, necesario, para afirmar lo perdido.


La melancolía recorre toda la obra y tiene el color del mar. Aunque maneja de a momentos un tono cómico efectivo –necesario para aliviar la tensión– la atmósfera general es de nostalgia, de cierta tristeza contenida. “La pena es arena”, sentencia el abuelo al comienzo de la obra. Como arena entre las manos, hay en el duelo algo que se escapa. La pérdida, la pena, son incapturables, por eso el duelo es siempre un trámite irresuelto y los personajes se ven arrastrados a embarrarse en él. El escenario es acertado para este propósito; pocos lugares despiertan tanta nostalgia como una ciudad costera fuera de temporada.

El departamento es escenificado con tarimas móviles, las cuales se juntan y separan constantemente, acoplándose entre sí. La arena es simulada por grandes pedazos de tela. Toda la escenografía es ejecutada por los “animales marinos”; un ensamble de intérpretes físicos que acompaña a los cuatro actores principales mediante acrobacia, danza y sonoridad, aportando a la obra un dinamismo inusitado. Se adivina, entre piruetas incansables y gestos payasescos, la larga trayectoria de Castiñeiras en el circo. Durante casi toda la obra no hay nada estático, más bien impera una sensación de inestabilidad, lo que permite que en los momentos de quietud el drama se desarrolle con precisión.


Es mucho lo que en esta reseña se escapa. También en el teatro hay algo profundamente incapturable. En tanto acontecimiento, dice Dubatti, el teatro es un objeto perdido. Cuanto más excepcional es el acontecimiento teatral, mayor es la sensación de pérdida. En este caso, la sensación es de vértigo: el teatro de Castiñeiras es una invitación a habitar lo efímero. Sólo queda sugerir que cada uno se acerque a contemplar el mar que se forma, algunos días, en la María Guerrero. Quizás logren por un rato capturar la pena de aquellos animales. 



 

Autoría y dirección: Toto Castiñeiras.

Intérpretes: Chacha Alvarado, Guillermo Angelelli, Gregorio Barrios, Gonzalo Carmona, Payuca, Ignacio Torres, Boris Bakst, Oliver Carl, Pleitto Castillo, Rocío García Loza, Lucía Gómez, Julieta Laso, Lucio Mantel, Marcelo David Martinez (Coco), Maximiliano Más, Ezequiel Posse, Julieta Raponi, Consuelo Rodríguez Fierro, Jorge Thefs.

Vestuario: Daniela Taiana. 

Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez.

Iluminación: Alejandro Le Roux. 

Sala: Maria Guerrero del Teatro Cervantes (Libertad 715).

Funciones: jueves a domingos, a las 20 hs.

Duración: 120 minutos.







 
 
 

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