La amistad de dos teatristas detrás de Un guapo del 900
- gestiondepublicos
- 16 jul 2024
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El director Jorge Graciosi y el autor Roberto Cossa compartieron un último trabajo juntos: el clásico de Samuel Eichelbaum estrenado en el Teatro Nacional Cervantes el 6 de junio, el mismo día de la muerte de “Tito”. Sobre ese vínculo y otras decisiones habla el encargado de la puesta.
Por Mersi Sevares, Javiera Miranda Riquelme y Joaquín Fernández

En las tranquilas oficinas del Teatro Nacional Cervantes espera Jorge Graciosi, un personaje reconocido de la escena argentina. Estudió en La Plata, la ciudad que lo vio nacer y en los setenta se mudó a la Ciudad de Buenos Aires, en donde se vinculó con Roberto”Tito” Cossa por primera vez. Con una amistad profunda trabajaron juntos en varios proyectos: el último es Un guapo del 900, el clásico de Samuel Eichelbaum que se presenta en la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes, con la adaptación dramatúrgica de Cossa y la dirección de Graciosi.
-¿Qué desafíos encontraste en esta adaptación?
-Eichelbaum abre un abanico de temas en el texto original. Tenés el Buenos Aires de 1900 que tenía lo político, lo económico, las inmigraciones y el inicio del tango. Es un paisaje muy amplio, desde ya muy difícil de llevar al teatro. Otra cosa es la corrupción política que había en esa época, que alguien tenga tu documento y vote por vos. Cossa se circunscribe en la adaptación al personaje de Ecuménico (el guapo), en la lealtad, ya sea hacia un caudillo o un político, como Don Alejo (el patrón). Todo pasa por la lealtad.
-¿Y qué desafíos hubo en ese recorte?
-Son siete escenas que, en el momento en que recibo el guión, todavía no estaban. Faltaban algunas cosas que yo pedía, era un ida y vuelta. Entre nosotros había una gran amistad, que nació en los años ochenta. Nos juntábamos todas las semanas, incluso si no teníamos una obra por delante, no necesariamente a tomar el té, sino a tomar el whisky. Y la idea del guapo era vieja. A él le habían pedido hacer un guión radial y Tito decía que lo teníamos que hacer en teatro. Fue quedando, hasta 2022, que empezamos a buscar sala y ahí vimos una convocatoria del Teatro Nacional Cervantes. Hemos tenido discusiones, no fue todo color de rosa, por las cosas que se decían y las que faltaban. Por ejemplo, la escena del italiano está en el original, es mucho más larga y en la versión de Tito no estaba. Yo quería esa escena porque hablaba de la corrupción explícitamente y, además, agrega una cuota de humor dentro de lo trágico. Fue un trabajo hasta último momento.

-¿Cómo llevás adelante la dirección? ¿Es algo que decidiste para esta obra en particular o es una manera de trabajar qué se ha sostenido?
-En 2022, cuando tomamos la decisión, ahí ya decidimos quién era Natividad y Don Alejo. Tito dijo: “Gabriel y la Negra tienen que estar, ¿no?”, porque ellos (Gabriel Fernández y Patricia Durán) trabajaron muchos años conmigo y en obras de él, de ahí seguimos buscando al resto.
-¿Y cómo surgió la elección de la bandoneonista en escena?
-Cuando ya estaba todo el elenco, tuve la decisión de que hubiera un solo de bandoneón, pero no sabía quién, ni conozco muchos bandoneonistas. Lo pensaba con la música grabada, no que esté en vivo, porque es mucho más práctico. Un día nos sentamos a comer con todo el elenco y empezamos a hablar de la música y ellos me convencieron de que tenía que ser en vivo. Ahí también surgió lo de Carla Vianello, porque ella trabaja en vivo en un unipersonal que hace el protagonista Juan Manuel Correa así que fui a ver el espectáculo, la conocí y dije “va”.
-¿Qué sería para vos “un guapo” hoy en día? ¿Hay algo de la obra que se mantiene vigente?
-En aquellos tiempos ser guapo era un término muy masculino, era un cuchillero, un hombre de armas llevar. Orilleros se les decía también. En esta época puede ser “guapo” o puede ser “guapa”, porque es quien le hace frente a la adversidad, quien enfrenta los problemas. No hace falta el cuchillo. Y también es un elogio de belleza.

-¿Tuvo alguna relación el rol de la mujer en la actualidad al momento de dirigir el personaje de Natividad o te acoplaste a un momento histórico?
-Una madre, es una madre siempre. Culturalmente hay una distancia muy grande entre Natividad y una madre en la actualidad, pero tenés el ejemplo de las Madres de Plaza de Mayo, que van al frente por sus hijos. Es un trabajo muy difícil la composición de Natividad. Aunque la actriz tenga la edad del personaje, tenés que componer a una mujer mucho más grande. Ella tiene 55 años y tenés que componer a alguien de 70, un trabajo muy difícil. Hay un trabajo de composición en el andar, en el lenguaje.
-¿Viste alguna de las adaptaciones audiovisuales para construir tu mirada?
-La que no encontré es la del director Lucas Demare, que tiene 72 años, pero sí vi las otras dos, la de Leopoldo Torre Nilsson y la de Lautaro Murúa, antes de empezar, para entrar en clima. En las películas ves muchas muertes, cuchillos, muchos cachetazos de la madre a Ecuménico y en teatro es muy difícil hacer eso, hasta en las filmaciones se notaba que era falso. Entonces me sirvió para decir “bueno, vamos a trabajarlo y que sea lo justo”.
-En ese sentido, ¿tuvieron un momento de exploración o fueron directo al texto?
-Cuando llegamos al Cervantes fue ir a montar y listo, fue rapidísimo porque tuvimos mucho trabajo de investigación antes. Nos juntábamos en mi casa a probar, entonces después teníamos todo en claro cómo iba a ser. Los ensayos que arrancaron el 4 de abril en el teatro, justo coincidieron con el deterioro físico de Tito, quien ya no se encontraba en condiciones de venir a vernos.

-¿Y él preguntaba cómo iban los ensayos?
-Si, ayudaba el hecho de que estuviera Mariano Cossa, el hijo, y también su esposa, que hace el vestuario. Yo seguía hablando con él a diario, salvo los últimos diez días que estuvo en terapia intensiva. De todas formas, cuando estaba consciente le preguntaba a su hijo por los ensayos.

-Con todo lo que mencionaste, ¿cómo se sintió el estreno?
-Nunca había tenido un estreno así, fue muy difícil. Ese día, por la mañana, Gonzalo Demaría, director del Teatro Nacional Cervantes, nos preguntó que íbamos a hacer y con Mariano Cossa decidimos estrenar. Mariano me dijo: “El viejo hubiese querido hacerlo, vamos para adelante”. Fue un estreno distinto para todos, era un clima extraño. Usualmente son una fiesta, pero este no fue el caso. El elenco había reservado una mesa para después de la obra y fuimos, aunque estuvimos casi en silencio. Fue muy teatral todo, hay que seguir y hay que seguir. Al día siguiente fue el velatorio a la mañana, lo despedimos y a la noche a hacer función de nuevo. Fueron cuatro días completamente agotadores.

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