Alejandra Herren: una vida dedicada al teatro
- gestiondepublicos
- 1 nov 2024
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No siempre es posible que un/a funcionario/a público/a muestre con franqueza sus pensamientos sobre la profesión y la vida. Esta vez sucedió: gran entrevista a Alejandra Herren, una mujer multifacética a cargo del área de Prensa del TNC.
Por Joaquín Fernández
De espíritu rebelde, es una de las muchas personas que dan vida a una de las instituciones más longevas del país. Multifacética, directa y nihilista, conversó con el Taller de Jóvenes Periodistas sobre su rol como jefa de Prensa en el TNC, su amplia carrera en el oficio y su percepción del trabajo periodístico en la Argentina contemporánea.

-¿Cómo te presentarías?
-Soy periodista de toda la vida. Hija de un periodista, crecí en las redacciones, en la época del
papel impreso a tinta, había olor a tinta y yo tenía sellos de plomo con mi nombre de todos los tamaños porque era la mascota de los operarios del área de impresión. Renegué de la posibilidad de ser periodista al principio de mi juventud porque no quería ser como mi papá: soy rebelde por naturaleza. Como quería ser actriz y cantante, desde los 16 años empecé a estudiar actuación y música pero terminé, pasados los veinte, como periodista. Para entonces ya había estudiado dirección, actuación, canto y trabajado de cualquier cosa, como hace la gente que estudia artes.
Alejandra fue adolescente durante la dictadura militar. Con la familia, se exilió en Madrid, donde se formó en la Escuela de Teatro con grandes maestros argentinos que también se habían exiliado, como Hugo Urquijo. Terminó el secundario y se anotó en la carrera de Letras Modernas, en la Universidad Complutense.
-¿Llegaste a recibirte?
-Hice un año y medio y abandoné porque mi papá me sentó y me dijo, “¿por qué no venís conmigo a trabajar?”. Mi padre, Ricardo Herren, era jefe de política internacional y corresponsal de guerra en la revista Cambio 16 y me recomendó aprender el oficio en la redacción. “Te va a servir para ganar plata porque con lo que vos estás estudiando por más que te esmeres mucho, ni con letras modernas ni con actuación vas a poder sobrevivir”: era su visión pesimista de mi futuro que se contraponía con lo que yo suponía que iba a ser mi vida.
-¿Aceptaste?
-Sí, pero con una condición. Ir a Cultura para escribir sobre lo que me gusta. Y entonces me metió como aprendiz en Cambio 16, en la sección Cultura donde él no era mi jefe, por suerte, porque era muy exigente.

-¿Cómo te fue?
-Ahí conocí las primeras herramientas rudimentarias del oficio de periodista en una época en la que, si bien había algunas escuelas de periodismo, no existía la carrera, a Dios gracias, porque el oficio se aprendía a las trompadas. No firmé una nota hasta los 30 años más o menos. Mis jefes me mandaban mayoritariamente al archivo a buscar información de distintas cosas y me hacían escribir pequeños textos, no solo en Cambio 16, también en otras experiencias, que normalmente iban a parar a la basura con un “escribilo de nuevo, esto está mal”, sin ninguna otra explicación. Así te vas curtiendo y te bajan los humos. Eso hace mucho tiempo que no sucede. Ahora la gente que puede entrar en una redacción, algo bastante improbable porque el periodismo está muy alicaído, muchas veces firma inmediatamente, sin demasiado interés por profundizar en las herramientas del oficio que son, básicamente, el uso de la información, cómo se la ordena y las herramientas de la escritura, lo que sería conocer el español y tener riqueza de vocabulario. Antes que un título lo más importante es saber muy bien la especialidad. Si tu área es la cultura, estudiar lo relacionado con la cultura y no periodismo, que es una entelequia. Así empecé y fui trabajando de colaboradora en distintos medios, no quería estar en una redacción.
-¿Cómo llegás a la crítica teatral?
-Finalmente, en 1993, fui parte de otro proyecto. Amalia Lacroze de Fortabat compra el diario más viejo del país, La Prensa, y entré como crítica teatral. Nunca había dejado de estudiar artes escénicas y de hacer experiencias como actriz o escribir obras de teatro. Me parece que si uno se va a dedicar a la crítica, tiene que aprender o, por lo menos, atravesar algo de ese mundo para saber qué se siente en esos zapatos. ¿Cómo juzgar a un actor si no se conoce la actuación o si no se atravesó, aunque sea un ratito, qué se siente al subir a un escenario? La única manera de no volverse un soberbio con el dedito levantado es haber estado del otro lado.
Sin embargo, Alejandra comenzó a sentir que ese ciclo se cerraba para ella. Volvió a estudiar, hizo un posgrado e ingresó a la revista dominical de La Nación como editora, empleo que mantuvo hasta 2011 cuando se fue con un retiro voluntario, decidida a no ser más periodista en una redacción. “Las razones de mi decisión fueron múltiples pero sobre todo porque ya no tenía nada más que aprender y me empecé a aburrir”, explica.
-¿Qué aprendiste en la revista de La Nación?
-Lo último que pude aprender fue el manejo de equipos, las dinámicas grupales y las maneras de liderar. Me puse a estudiar Psicología social y a investigar sobre estos temas. Si me toca conducir un equipo, en general son personas de disciplinas creativas, diseñadores gráficos, fotógrafos o escritores. Es decir, no un equipo de empleados administrativos sino equipos de personas que saben hacer cosas creativas. Hay que estar a la altura y motivarlos, no aplastarlos, cuidarlos. Me empecé a interesar más por esas cosas que por estar en una redacción publicando artículos, porque llega un punto que se empieza a volver mecánico y yo me aburro. Por cuestiones de personalidad a mí me gusta estar siempre sintiendo que hay cosas que no sé y que las tengo que aprender. Soy un poco rara, lo reconozco, hay gente que prefiere quedarse toda su vida en el mismo lugar. Tengo muchos intereses y tengo algo que considero imprescindible para un periodista: curiosidad sin límites.

-Te fuiste de la crítica, del periodismo, del trabajo en la redacción. ¿Cómo seguiste?
-Los últimos cinco años estuve trabajando en producción artística en la Dirección de Enseñanza Artística del Gobierno de la Ciudad (DGEART), donde armé un proyecto para egresados, “Incubadora de primeras obras”. Hasta que mi amigo Gonzalo Demaría me llamó a finales de noviembre para que lo acompañara en su gestión, decisión que pensé mucho porque significaba volver a ver a periodistas que hacía décadas que no veía y dejar de trabajar con artistas en procesos creativos que era lo que estaba haciendo. Terminé diciendo que sí, porque mi entorno me empujó un poco y Demaría otro poco y, finalmente, la lealtad por los amigos pudo más que algunos deseos personales.
-Antes mencionaste que ya no creías en la crítica, ¿por qué?
-Yo soy una persona nihilista, no creo en casi nada. Porque el periodismo como lo aprendí o como lo conocía, ha dejado de existir. Ahora es otra cosa que se le sigue llamando periodismo, pero que no tiene nada que ver con lo que ví toda mi vida. Esto se produjo en parte por el cambio del modelo de negocios de los medios gráficos, la pauperización educativa, la ampliación de la oferta académica a como dé lugar (en cualquier momento va a aparecer la “Licenciatura en corte y confección”). El periodismo es un oficio, no es una carrera que tenga demasiado para aportar en términos académicos y que aparte, se aprende en la cancha. Vos podés tener mucho título, mucha teoría de la comunicación, pero eso no es periodismo. La práctica es otra cosa, el periodismo sigue siendo un oficio de territorio.
-Pero ¿y la crítica teatral?
-Creo en la crítica académica, porque es un espacio de debate sobre un hecho artístico. Pero la crítica periodística no existe más. Lo que tenemos ahora son blogueros, de los cuales la mayoría no sabe absolutamente nada ni de actuación, ni de iluminación, ni escenografía o de puesta en escena, lo que hacen son reseñas. Una cosa es una reseña, que la puede hacer cualquier espectador que sepa leer y escribir, diciendo qué le pareció algo sin ningún background para juzgarlo. Ha desaparecido el juicio crítico en general. Quedan dos o tres por ahí, sueltos como los que escriben en La Nación y algún otro, pero somos grandes ya, venimos de otras épocas. La gente más joven no ha tenido contacto con el periodismo cuando este era periodismo y encima está inmersa en este mundo de la digitalización que está buenísimo por un lado, pero es pauperizante por el otro. Cuando vos críticas algo tenés que justificar por qué estás diciendo eso y para justificar una crítica negativa tenés que saber.
Y ya no tienen peso, no llenan ni vacían teatros como antes. La gente no lee diarios y no va al teatro porque lo dice un crítico. Los comentarios en Alternativa Teatral tienen más presencia porque ese es el boca a boca escrito.

-Sin embargo, todo el sistema sigue con criterios de la época papel
-Sí, el envío de gacetillas de prensa es una metodología que considero obsoleta y esto lo hablo con el equipo de comunicación del Cervantes. Hay que inventar otra cosa. Primero, porque periodistas de teatro casi no quedan. Hay una debacle, serán diez o doce los periodistas de teatro. ¿Qué sentido tiene hacer una gacetilla para esa cantidad? De esos, quienes pueden hacer críticas son cinco o seis y, a su vez, de esos, la mitad no va a venir. Realmente, es para revisar lo que está pasando con la comunicación. Sirve mucho más el desarrollo en redes de la comunicación, que es otra cosa, la información es escueta, emocional, visual y no necesita que yo le ponga toda la ficha técnica del espectáculo como la gacetilla. Hay muchas cosas para las que no tengo la respuesta, pero que son para revisar.
-Queda claro entonces por qué dejaste de hacer críticas
-Porque dejé de creer en la crítica y como está la situación, me parece un acto de soberbia ponerme a juzgar lo que hacen personas con mucho esfuerzo, pasión y compromiso, para de golpe venir yo de afuera a señalar.
-Pero las producciones, los elencos, en fin, quieren tener la crítica publicada
-No la necesitan, la esperan. Es puramente narcisista. Yo vivo entre actores y músicos, mis amigos son actores y músicos y es una discusión constante: “¿Para qué tenés prensa? No pagues prensa, pagá un Community Manager”. Hay que sentarse a discutirlo porque es una inercia, entonces se ponen contentos porque un bloguero dice que le gustó el espectáculo. Hubo épocas en que después de hacer mis críticas me juntaba con los elencos y discutíamos lo que había escrito. Pero hoy en día es meramente narcisista. Es muy Dostoievski, se parece a Memorias del subsuelo. Es un “que me choque el militar, pero que deje de ignorarme”.
-Para quienes están estudiando para formarse como críticos, ¿qué les dirías?
-Lo que les digo es que aprendan a escribir, porque aprender a escribir enseña a pensar y pensar si sigue siendo muy importante. Aprendan a criticar porque desarrollar el pensamiento crítico es muy importante para la vida y para que nadie los tome por boludos. Desde el punto de vista del oficio estamos en una situación que es una nebulosa. Yo no tengo respuestas.
-¿Cómo te sentís ahora ocupando tu rol en el Cervantes?
-Me encanta lo que hago, me encanta trabajar con gente que tiene los oficios que tiene a mi alrededor. Me divierten las redes desde el punto de vista de la comunicación, responden a aquello de lo que yo no tengo respuesta. Por ahora, lo que encontramos y le estamos buscando la vuelta todo el tiempo, y lo charlamos con el equipo, responde a las directivas: ¿Qué comunicar? ¿cómo? ¿a quién? Porque es muy importante pensar a quién le estoy hablando, si es un público muy diverso, lo que digo tiene que entenderlo hasta mi tía Clotilde, sin bajar la vara. Esa es la primera regla, la segunda es preguntarme: ¿Sirve? ¿para qué?
-¿Cómo vivís la experiencia de hacer prensa institucional en el único teatro nacional del país?
-Este teatro es un templo y al templo se lo respeta. Pocas cosas han logrado sobrevivir 103 años en la Argentina y este teatro es una, entonces para mí eso tiene un valor enorme, una posición de respeto. Cada vez que entró al teatro, lo hago por la calle Libertad y me siento en la sala, sola y en silencio para recordarme qué hago acá. Lo necesito porque trabajo en un espacio que parece una oficina cualquiera y podés olvidarte dónde estás. Necesito acordarme que estoy en el Cervantes, entonces me siento diez, quince minutos sola en la Guerrero y si está oscuro no me importa. Después entro a trabajar cuando ya recordé que estoy acá porque es el Cervantes y arriba está mi amigo haciendo de gestor.
Se llama propósito. Es muy importante tener presente porqué estoy haciendo esto, para qué lo estoy haciendo y qué hago acá. Si no, las cosas pierden el sentido y como soy nihilista tiendo a perder sentido rápidamente.

-¿Por qué estás acá?
-Porque este teatro ha sido muy importante a lo largo de mi vida. Acá he conocido y hecho amistades que han durado en el tiempo, con algunas de las personas que considero más importantes del teatro argentino como Augusto Fernándes o Roberto Villanueva, personas que me han enseñado un montón. Y estoy acá para honrar esa historia. Estoy acá porque es el Cervantes. He soñado muchas veces a lo largo de mi vida venirme a vivir a un antepalco con una kitchenette.
-¿Qué te impulsa cada mañana a levantarte y salir adelante?
-Voy a hacer lo mejor que pueda y voy a seguir haciendo lo que hice toda mi vida, tratar de ser lo mejor que pueda como persona. No tengo otro objetivo en la vida, no importa que haga yo, con mis errores, las cagadas que me mande y todo lo que pueda pasar, pero siempre trato de ser la mejor persona que puedo, ese es mi aporte desde mi lugar. Otra cosa no puedo hacer, no está en mi voluntad, no tengo poder para hacer otra cosa más que eso. Espero que le sirva a alguien.
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