El sábado 16 de junio se estrenó "Cosas como si nunca" en la sala Luisa Vehil, la obra escrita y dirigida por Beatriz Catani, que rompe con los límites de lo teatral para preguntarse sobre la identidad nacional.
Por Sofía Vitale
Beatriz Catani, historiadora, directora y actriz, presenta una obra que permite atravesar las fronteras de los géneros artísticos (el teatro, la literatura, el cine) y, a la vez, indagar acerca de la prehistoria argentina y la identidad nacional. La incertidumbre sobre el pasado y el presente es la única certeza. Para Catani, “todo lo que tenemos son ficciones” y, en consecuencia, cuenta una historia del siglo XIX argentino a través de la intertextualidad (alusiones o citas) con obras literarias canónicas, como el Martín Fierro de José Hernandez, el Facundo de Sarmiento o La Cautiva de Esteban Echeverría. La obra se construye mediante un encuentro entre el teatro y la literatura.
Cosas como si nunca es una disipación de fronteras, una llanura desde la cual es difícil percibir límites. Quiebra el concepto tradicional del teatro como una historia representada a través de la actuación: el cuerpo de los actores pasa a un plano secundario y la carga dramática está en las voces. Esto genera que el espectador mute su trabajo de mirar al de escuchar, ya que la ficción es la narración oral de los actores y la voz en off de la directora, característica que refuerza la gravitación de la literatura en el espectáculo.
“Nuestra historia no deja de leerse desde la configuración civilización-barbarie, como modos opuestos, y como pasajes de una relación” afirma Catani
El principio constructivo es la fragmentación. El escenario se divide en distintas zonas que son casi inabarcables desde un punto de vista panorámico. El espectador debe comprender rápido que no va a poder captar la totalidad y así poder focalizar su atención en alguno de los mundos fragmentarios que propone la obra para no perder el sentido total. Una pantalla colocada en el centro del escenario, en la cual se proyecta una película, capta la atención visual. Su brillo forma un claroscuro con la zona donde se encuentran los actores y le da entidad a lo cinematográfico. La disposición de las butacas de la sala Luisa Vehil como un anfiteatro permite que todos puedan ver la pantalla completa. La obra es, también, un encuentro del teatro con el cine. Más allá de mostrar lo que se narra, esta proyección permite superar las limitaciones del espacio del teatro para montar una llanura como escenografía. No se puede pensar la literatura del siglo XIX ni la historia argentina sin concebir al desierto como protagonista. “Nuestra historia no deja de leerse desde la configuración civilización-barbarie, como modos opuestos, y como pasajes de una relación” afirma Catani y, para Sarmiento, el destino de la barbarie está determinado por la inmensidad de la llanura. Los susurros de los personajes también contribuyen a generar ese efecto de infinidad espacial. Sin embargo, el cruce de idiomas cuestiona esa identidad nacional: lo gauchesco está intervenido por otras lenguas y el desierto como determinación de lo argentino se perturba cuando lo recorre una actriz recitando a Shakespeare.
“Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música”, escribe Borges antes de matar a Fierro en el cuento El fin, escena que hace tambalear los cimientos de la literatura argentina. Catani ofrece a los espectadores una obra que los arrebata de su lugar de comodidad y los obliga a traspasar las fronteras de conceptos prefijados como “lo teatral” o “lo nacional”, un objeto artístico intraducible a cualquier preconcepto que pudieran tener. Es un desafío que hay que afrontar.
