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No todo pasa en Buenos Aires

Jóvenes de distintos lugares entrenan desde 2012 con la cooperativa el Semillero, de Bahía Blanca, un gran evento de la docencia teatral para encontrarse y mantener viva la experimentación. Este programa se ha extendido a otras provincias con la participación de más artistas de todo el país.

Por Ornella Aguilar Merlino



Carpas de todos los colores se acomodan una junto a otra, en un diagrama desordenado pero perfecto, con árboles de fondo que se mueven al ritmo del viento bahiense. Las puertas de estas casas portátiles se abren y los rayos de luz entran para invitar a salir. El cuerpo está atento, listo para entrar en movimiento. La fiesta del teatro va a empezar. Durante tres días, la cita se mantiene y artistas de distintas artes escénicas conviven. Mañanas y tardes son guiadas por un programa de entrenamiento intensivo de siete horas diarias, donde cuatro docentes interactúan y vivencian el teatro con un grupo de 60 jóvenes participantes que llegan de distintos rincones del país. Juego. Búsqueda. Aprendizaje. Experimentación. Observación. Ganas. Calor de encuentro. Charlas. Red. Escucha. Mate girando. Cuerpos trabajando. Y un final de jornada que cierra cada noche con una obra de teatro, un recital y la fiesta final. Porque el teatro siempre es fiesta.

Este espacio de formación teatral es la propuesta protagonista del Semillero, una cooperativa de gestión cultural y producción escénica que realiza eventos de entrenamiento para intérpretes y espectáculos artísticos. El grupo originario de Bahía Blanca, sur de la provincia de Buenos Aires, comenzó con María Virginia Pezzutti, Mauro Oteiza, Sofía Fernández, Anabella Degasperi y Matías Sanders, amigues y jóvenes teatristas de la ciudad con ganas de crear. Estos inician el proyecto en el año 2012, guiados por una búsqueda artística interdisciplinaria encarnada y viva, que ha ido transformándose encuentro a encuentro, dialogando con el clown, la máscara, la acrobacia, la danza y el entrenamiento físico. En los dos últimos años, se han sumado al proyecto Paula Rigutto, diseñadora gráfica, y Juan Dieguez, experto del mundo audiovisual.

Desde el nacimiento del Semillero, los escenarios de la actividad han cambiado pero la semilla sigue intacta. En las primeras ediciones, el lugar elegido fue el Balneario Maldonado, pero, a partir de la tercera, queda el mítico Centro Cultural El peladero como sede central. Sin embargo, la intención de seguir cuidando la semilla teatral excedió las fronteras locales e hizo

viajar al proyecto a Mendoza (Semillero Mendoza 2017) y a Mar del Plata (Semillero Mar del Plata 2018-2019). No obstante, el grupo no se ha detenido ahí. La organización de actividades como clínicas, laboratorios, intensivos y seminarios, son parte del trabajo durante el año. Incluso, en un contexto pandémico desmotivante, que supo imponer sus dificultades, como admite María Virginia Pezzutti, una de las fundadoras del grupo, el hacer teatral del Semillero no se interrumpió y continuó en la virtualidad. Así, se crearon distintos espacios como la “Clínica de entrenamiento físico y creación performática”, dictado por Julieta De Simone y Andrés Molina, el “Laboratorio de dirección”, facilitado por Román Podolsky, y el espacio de debate “Emergencia cultural en Latinoamérica”, donde se reflexionó sobre la problemática junto a trabajadores culturales de toda la región. Asimismo, se organizaron encuentros a través de las redes sociales en los que se compartió con distintos teatristas del país. Esta intensa actividad que intenta ocupar los espacios disponibles hace eco de la potencia y las ganas que han marcado al espacio. Como expresa Pezzutti, “en Bahía, lo que mejor funciona son cuando las cosas están hechas en grupalidad”.



Este año, el trabajo ha persistido con un curso intensivo de Dirección, Crear y tomar decisiones, realizado en abril, a cargo de Mariela Asencio, y continuará con el II Semillero Virtual: Fragmentos del azar. Seminario intensivo de composición escénica, sonido y movimiento, dictado por Gastón Poirier, Julieta De Simone y Andrés Molina, programado para noviembre.

Pero el Semillero no surge en un contexto aislado. Bahía Blanca es una ciudad con movida teatral en el ámbito público, privado e independiente. En ella se destaca la Escuela de Teatro y la Comedia Municipal de la ciudad, con un sistema dinámico, que mediante audiciones selecciona los directores (unx local y otrx nacional) y al elenco de las dos obras que se presentan por año. También hay espacios teatrales como el Teatro Municipal, el Teatro Don Bosco y un circuito teatral independiente, integrado por el Centro Cultural La Panaderia, Juanita Primera y Pez Dorado, entre otros. Estos últimos, con oferta de talleres de formación y sus propios públicos. Como dice Pezzutti, “hay varios lugares con mucha impronta y contundencia” que aseguran la existencia de espectadores en la ciudad, pero “estamos en un país muy centrista todavía. Sigue haciendo falta que se apoye más a los circuitos, las redes, que circule un poco más la cosa”.

De todos modos, el Semillero no es sólo una experiencia o gestión artística. En su organización se debaten cuestiones como el cupo femenino y la horizontalidad en el plantel docente. Así, se incluyen nombres locales y porteños como Sofía Martínez, Hernán Franco, Andrea Cabrera, Silvio Lang, Iván Moschner, Rocío Ameri y Andres Binetti, entre otros. Lo mismo sucede con la selección de espectáculos.

No sólo se reciben espectáculos de la ciudad de Buenos Aires, sino de toda la región como Soy Sonia (Bahía Blanca- Gualeguay), escrita y dirigida por Gastón Díaz; Pollerapantalón (Caba), texto y dirección por Lucas Lagré; Los hombres vuelven al monte (Buenos Aires-Chaco), dramaturgia y dirección por Fabián Díaz; y Mi hijo camina solo un poco más lento (Caba), texto de Ivor Martinic y dirección de Guillermo Cacace, entre otros.

El Semillero no es ajeno a su territorio y apuesta a posicionarse como espacio de formación teatral que interpele como intérpretes a cada uno de sus participantes, en constante diálogo con distintas manifestaciones artísticas. Es experimentación y búsqueda para habitar cada rincón del lenguaje escénico y potenciarlo. Es pensamiento en acción para vivenciar nuevas formas de aprendizaje y de encuentro, para construir redes y, sobre todo, para federalizar los vínculos, conocimientos y experiencias teatrales. Quienes lo viven, lo saben. Es ahí, como dice Pezutti, que “se produce alta magia”.




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