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El teatro del último estante

Los jóvenes periodistas del Laboratorio-Taller escribieron este "manifiesto" sobre el Teatro Nacional después de un año de mucho trabajo, análisis y aprendizaje.

La palabra “Nacional” seguida de la palabra “Teatro” nos hacía respingar la nariz. Como cuando agarrás un libro de esos olvidados al fondo de un estante. Viejo, de tapa dura y que, al moverlo, llena de polvo toda la habitación. Nos remitía a algo viejo, anticuado. “Clásico”, dirían nuestro mayores. “Un poco decadente”, contestaríamos nosotros.

Imaginábamos al imponente edificio de la calle Libertad, escondiendo un sinfín de antigüedades y hogar de un Teatro Argentino protocolar y predecible. Este venerable teatro de nuestra imaginación, debía reflejar la identidad clásica de la Argentina. Una que entendiera a “lo argentino” (¿qué será eso?) de acuerdo con la nacionalidad de los autores que pone en cartel y por el nivel de "criollismo" de las obras que representa. Textos que giraran en torno a gauchos perseguidos, que transcurrieran en La Pampa o, si había ganas, en algún conventillo. De tanto en tanto, un obligatorio prócer, no podía faltar.

“¿Por qué dicen que el Teatro Cervantes es viejo? Para mí la llegada del Cervantes a Jujuy era como tener un IPhone 7 ahora”, explica la jujeña del grupo. El preconcepto, entonces, tambalea y el Cervantes se convierte también en “ese teatro que viaja”, que lleva felicidad a otras provincias, que colma de esperanzas a un pueblo entero que, deprimido por la falta de trabajo, encuentra una nueva luz que se enciende. Con la llegada del Cervantes en el marco del plan federal, cada actor, artista o director jujeño veía una posibilidad de trabajo; la llegada de un sueño, un nuevo camino, otra posibilidad.

La idea de “Teatro Nacional” se amplía entonces y se convierte en una nena que amaba el teatro, que cada vez que llegaba el Cervantes a su provincia era la más absoluta felicidad. Que decide que esa sea su carrera, que decide mudarse a Buenos Aires, dejar todo atrás y, uniendo dos provincias, unir el país. Hacer que los sueños viajen también podría ser algo de lo “nacional”.

Cuando finalmente entramos, cuando finalmente pudimos obtener una radiografía de este mismo teatro del que creíamos saber algo, cuando exploramos sus remotos escondites y diseccionamos todos sus rincones, los prejuicios cayeron. El teatro no era solamente entradas baratas y funciones con grupos invitados sino una política de gestión estatal en defensa de un derecho muchas veces solapado pero vital: el acceso a una cultura de calidad. La institución se volvió así una entidad educativa, un espacio de disputa política y desde donde disputar políticamente. Y algo más: una herramienta posibilitadora. Un teatro relevante para su pueblo, que ayuda a construir y transformar un país. Un teatro activo, que refleja el presente, que lo discute y pone sobre la mesa conflictos estéticos. Claro. La identidad nacional, lo argentino (¡otra vez esa palabra!) están en constante disputa ¿Cómo podía el teatro o el arte seguir quedándose atrás?

Esa búsqueda de lo nacional en la que ni siquiera al final encontramos una respuesta correcta, nos llevó a la conclusión que tal vez, esas distintas ideas que luchan, tal vez la búsqueda misma de la identidad sean, una forma de identidad. La de un teatro mestizo para un mundo donde los conflictos sobran. Ése, este teatro, de aburrido no tiene nada. Su corte español y señorial escupe vitalidad desde la María Guerrero a toda la platea, se sacudió el polvo y rejuveneció años en nuestra conciencia con una identidad nueva, creativa y arriesgada. Travestis en escena, escenarios que giran, un Shakespeare alternativo. ¿Por qué no? Tal vez perdió algo de ese público acostumbrado a otras cosas, pero sumó otros, muchos otros, nuevos espectadores. Y sumó un grupo de jóvenes periodistas entusiastas que hoy podemos decir que sabemos quién fue Copi, que entrevistamos a Bartís y que ¡sobrevivimos a las tres horas de La Terquedad! Nos vamos con la mochila cargada de ganas de seguir explorando. Nos vamos con la cabeza abierta aunque sea para que se le metan adentro todas las preguntas del mundo.

¿Y lo nacional? Bueno, tal vez sea sentir que se puede ser parte de dos mundos: lo clásico en lo irreverente, Jujuy y Buenos Aires, el I phone sobre el terciopelo.

Tal vez no haya nada más “nacional” que un actor chileno dirigido por un francés, interpretando a “esa mujer” argentina decir las palabras de un rioplatense exiliado en París.

Somos todo eso.


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