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Día del niño en el Cervantes

El domingo 20 de agosto, muchos chicos disfrutaron del teatro. Esta es la crónica de esa especial visita a la función de Deseos inquietos, de Bigolates de Chocote.

Deseos inquietos, de los Bigolates de chocote

Es el Día del niño y muchas familias esperan ansiosas en la entrada del Cervantes para ingresar a la sala. Varios de los pequeños seguramente experimentaban por primera vez una visita a un teatro. Mientras subían las escaleras hacia la Orestes Caviglia, se escuchaban murmullos con estas preguntas: “Papá, ¿lo que vamos a ver es de verdad o de mentira?”. Los Bigolates de Chocote tienen esa respuesta o, mejor dicho, los chicos pueden descubrirla por sí solos.

Deseos inquietos es una obra que invita a los niños a imaginar. La primera canción empieza a contarles de qué se trata el teatro y la experiencia de ver una obra. Con mucha creatividad, proponen a los espectadores acciones que van desde alzar carteles invisibles hasta lanzar partes del cuerpo de un perro imaginario para construirlo entre todos. Desde un principio se instala un código teatral que el público infantil capta con rapidez, demostrándonos una vez más que no hace falta construir un castillo para que podamos verlo en el escenario. La imaginación todo lo puede.

Con cada canción los Bigolates proponen un mundo diferente, hecho de afectos y lazos con la familia, los amigos y muchas ganas de cumplir nuestros sueños. Una de las pistas musicales repite muchas veces “Hay que insistir”, un himno a la consigna de nunca dejarse vencer y encontrar nuevos caminos para lograr lo que queremos con todo el corazón.

Además, el grupo trabaja su espectáculo con materiales reciclables, tanto en el armado de la escenografía como en el vestuario. “Qué mejor forma de enseñarles a los niños a cuidar el medio ambiente que viéndolo en el teatro, la obra además de ser divertida, es educativa”, comenta una mamá afuera del teatro.

Emiliana Di Pasquo, nuestra corresponsal el día del niño en el TC-TNA

La energía y entrega de los actores permiten que la puesta de Martín Joab divierta tanto a niños como a adultos y que todo el público termine bailando en la última canción, y no se quiera ir de la sala. Deseos inquietos nos hace reír a carcajadas, nos hace sentir que formamos parte de lo que estamos viendo, y nos lleva a viajar por múltiples escenarios posibles, navegar por distintos planos de nuestra imaginación, desde la butaca y sin movernos durante una hora. “Volvería mil veces más”, dice Iara, de 8 años, después de la función.


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